Mercedes y El Sargento

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Mercedes y El Sargento

Foto: Especial

El Arte es el medio más seguro de 
aislarse del mundo así como 
de penetrar en él
.

J. W. Goethe

1. Mercedes Murguía y el Escenario

La pintora Mercedes Murguía me invitó a ver la obra que ha venido realizando desde hace tiempo. Se trata de una serie de retratos de actores y actrices saltillenses en plena acción, es decir, actuando en un espacio escénico.

Todos estos cuadros -los veinte óleos- conformarían la exposición que acompañaría la celebración de los cien años de vida de la actriz Lupina Soto, que se llevó a cabo en el Teatro de la Ciudad Fernando Soler hace dos semanas.

Por desgracia, estas obras no pudieron ser exhibidas entonces, pero ya se verán en su momento. Ese día el público podrá contemplar los diversos rostros de la representación actoral: a Sandra Yadira Berlanga (“El bautizo de Dominga”), Eduardo Ramírez (“Jacinto y Nicolasa”), Amado Ramírez (“El Atentado”, de Jorge Ibargüengoitia), Martha Matamoros (“Clitemnestra o El Crimen”, de Marguerite Yourcenar) y Gabriel Neaves (“El Cíclope”, de Eurípides). 

Otros retratos actorales son los de José Luis Zamora (“Lauros de la noche”), Mónica Almanza (“Los negros pájaros del adiós”, de Óscar Liera), Marisa Vallejo (“Sexo, pudor y lágrimas”), Leticia Villalobos (“Cuando los ángeles lloran”, de Ortiz Monasterio), Óscar Trejo y Juan Antonio Villarreal (“El Evangelio del odio”), Óscar Castañeda (“El Horla”, de Guy de Maupassant) y Ana Pollock (“Divorciadas ja ja”, de Humberto Robles). 

Algunas obras completan esta colección: un retrato del director de escena Gustavo García, otro más de la cantante Tere Guillermo y un cuadro de género –“Enseñanza”- en el que aparece la bailarina y maestra de ballet Maribel Lugo y donde Mercedes Murguía parece rendir un homenaje al pintor impresionista Edgar Degas, el gran referente en este tipo de escenas de cariz dancístico.

Como la autora acostumbra, el óleo ha sido tratado como una pasta mate, sin el brillo que regularmente se atribuye a este pigmento, pero con la luminosidad que la propia artista extrae de su técnica. Algunas de estas obras parecen apuntes tomados en el momento de la representación teatral; otras han sido elaboradas como si el actor hubiese posado para la pintora o como si ésta hubiese acudido a la fotografía a manera de apoyo para su trabajo.

Destaca la composición y la expresividad en los cuadros dedicados a Sandra Yadira Berlanga, José Luis Zamora, Martha Matamoros y Maribel Lugo. Pero en todos estos cuadros lo que verdaderamente sorprende es la capacidad creativa de una Mercedes Murguía que no deja de escudriñar dentro de las fronteras de lo que muchos llaman “la tradición”. Y vaya si esta exploradora sigue encontrando algunas piedras preciosas.

 

"El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo.
El que quiere nacer tiene que romper un mundo.
El pájaro vuela hacia Dios. El Dios es Abraxas."

Hermann Hesse: Demian.

 

 

2. “El pájaro rompe el cascarón…”

Por torpeza y despiste mantuve el mes de noviembre en la memoria como la fecha en que el célebre álbum “Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band” (El Club de los corazones solitarios del sargento Pimienta), de The Beatles, salió a la luz pública. Esperé hasta ahora para pergeñar algunas líneas sobre esta emblemática obra del rock y comentar algunas otras que aparecieron aquel 1967. Hacerlo en este momento resultaría anacrónico –el álbum apareció el 1 de junio en Inglaterra-, a pesar de la vigencia no sólo de esta banda sino de muchas que ya forman parte de la mitología del rock y de la cultura -o de la contracultura.

No me interesa en lo absoluto instalarme en la nostalgia. Las cosas que se fueron simplemente se fueron. Pero no es fácil despachar el pasado así como así. De manera que, soslayando cualquier sentimiento nostálgico o excesivamente cursi, puedo decir, como muchos, supongo, que este disco –este “long play”, como antes se decía- me trajo dando tumbos durante varios meses adolescentes y pasó a desempeñar un papel fundamental, sin darme cuenta apenas, en mi formación.

Con algunas novelas de iniciación, las lecturas herméticas, los imprescindibles poetas guía, los autores fantásticos y de horror, las artes visuales, el cine, el teatro y otras obsesiones, este disco –otros de Beatles, Cream (“Disraeli Gears”), Jefferson Airplane (“Surrealistic Pillow”), Chuck Berry (“Chuck Berry in Memphis”), The Rolling Stones (“Their Satanic Majestic Request”), The Jimi Hendrix Experience (“Are you Experienced”), Donovan (“A Gift from a Flower to a Garden”), Velvet Underground y más- pasé de una orilla a otra o caí en la madriguera del Conejo Blanco, para decirlo en el código de Lewis Carroll.

Soy la suma y la síntesis –mal hechas quizá- de todos ellos y muchos más. Fueron ellos y sus obras quienes me empujaron a saltar de Amado Nervo a Apollinaire; de Rocío Dúrcal y César Costa a Mozart, Haydn y Bach; de la académica simetría al delirio de un planeta llamado Áleator; de una intimidad amordazada a un enfrentamiento airado y desafiante contra todo, especialmente contra mí mismo.

El “Sargento Pimienta” me enseñó muchas, muchas cosas. Entre otras, me dio un puntapié en el trasero para caer de bruces ante las playas de un idioma que no era el mío. Ni de broma podría decir que “domino” el inglés; lo que sí puedo afirmar es que, gracias a “Revolver”, al “Sargento Pimienta” y a discos anteriores, me vi en la imperiosa necesidad de saber qué decían esas voces que la aguja trasladaba del vinil a las bocinas de aquel viejo tocadiscos. ¿“She said She said”? ¿“Within you Without you”? ¿Qué era todo eso?

Entonces, entre rockeros que hoy son olímpicos, artistas plásticos, poetas, escritores, cineastas, teatristas y experiencias celestes e insólitas, un mundo se abrió para mí, como para millones de seres humanos. Ellos mismos me enseñaron también que toda ruptura es un regreso a los orígenes y que todo retorno debe ser una renovación, una inmersión en las antiquísimas aguas del sueño primigenio. Lamento si esto parece un lugar común o una ingenuidad: “Trata de entender que todo está dentro de ti, / que nadie más puede hacerte cambiar / y ver que en realidad eres muy pequeño / y que la vida fluye dentro y fuera de ti…”. Si esto es una ingenuidad, de veras la especie ha venido errando desde hace mucho tiempo.

Quizá todo esto parezca, finalmente y contra mi voluntad, una suerte de nostalgia generacional. Sí, es posible que haya caído en el despeñadero de la añoranza, pero también es indudable que ese momento, ese “sueño” cuya muerte decretó Lennon en 1970 –“the dream is over”- transformó para siempre las cosas en el mundo: el romanticismo siguió vivo a través del surrealismo y éste alimentó a uno de los troncos del gran árbol del rock. En éste desembocan la negritud y la rebeldía, la libertad y la heterodoxia; en el rock pueden dialogar el blues con Haendel, el jazz con Brahms, el country con el minimalismo y la experimentación electrónica, concreta y sinfónica.

La música que contiene “Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band”, sus letras y hasta la célebre portada del álbum -idea y diseño de McCartney y del pintor Peter Blake, respectivamente- resultaron definitivas para la conformación de una concepción del mundo y de la vida en muchos chicos y jóvenes de entonces. De mí puedo decir, con una completa modestia, que The Beatles y algunos grandes más –Dylan, por ejemplo, The Doors, Clapton, Jethro Tull, The Who, The Kinks…- fueron en aquel momento lo que Borges, Octavio Paz o Lezama Lima serían poco después: una casa fantástica con muchas puertas, cada una de las cuales me condujo –y ha seguido conduciéndome- a inmensos salones de espejos, estancias ubicuas, secretos gabinetes nunca imaginados, aposentos inmateriales pero táctiles, jardines sorprendentes e impensables que sólo pueden ver quienes han soñado entre paraísos artificiales.

Para bien o para mal, muchas obras plásticas que resultaría engorroso mencionar aquí, “Demian”, “Alicia en el país de las maravillas”, “Las flores del mal”, los cuentos de Andersen y de Edgar Allan Poe, “Las mil y una noches”, el “Fausto”, “Libertad bajo palabra”, “Nostalgia de la muerte”, “Farabeuf”, “Madame Bovary”, “Hojas de Hierba”, “De Profundis”, los poetas románticos alemanes e ingleses, la poesía surrealista, la Generación Beat y la insensata y precoz lectura de Nietzsche –entre otros pasmos adolescentes- sellaron esta vida y acaso la de muchos otros. También el rock, y en medio de este prodigioso archipiélago, el “Sargento Pimienta”, puerta de acceso al gran teatro del mundo.