Mentiritas

Usted está aquí

Mentiritas

La narración es bella, y es también conmovedora. Allá por 1846 Henry David Thoreau, pensador americano, se negó a pagar impuestos a su gobierno. Alegó que el dinero del erario se estaba destinando a comprar fusiles para la guerra contra México. Esa guerra, manifestó, era una injusta guerra de agresión. Él no colaboraría en la injusticia.

Fue a dar a la cárcel. Ahí lo visitó su gran amigo, Ralph Waldo Emerson, otro famosísimo filósofo, cumplido ciudadano.

-¡Henry! le dijo consternado-. ¿Qué estás haciendo aquí?

-¡Ralph! -le contestó Thoreau-. ¿Qué estás haciendo tú fuera de aquí?

La historia es bella, como dije. El único problema es que no es historia. La anécdota nunca sucedió. Emerson jamás visitó en la cárcel a Thoreau, y por lo tanto éste no pronunció jamás la célebre frase que se le atribuye.

Sin embargo su libro “Un ensayo sobre la desobediencia civil” es uno de los que mayor influencia han tenido en la conformación de la vida política de nuestro tiempo. Tanto Mahatma Gandhi como Martin Luther King hicieron de él su libro de cabecera. Los hippies de los años sesentas se lo sabían de memoria, y lo llevaban a sus manifestaciones contra la guerra de Vietnam, donde quemaban sus tarjetas de reclutamiento.

La Historia no es siempre muy histórica. Sucede que la imaginación popular inventa mitos. “El Pípila”, por ejemplo. Lo más probable es que jamás haya existido este personaje, y que no haya sucedido lo de la puerta de la alhóndiga de Granaditas, a la que –según la patriótica tradición- puso fuego un barretero de las minas que se cubrió con una pesada losa para defenderse de las balas que le disparaban los realistas. Dramática visión de heroísmo, pero a lo mejor solamente eso: una visión.

Don Carlos María de Bustamante fue un historiador de ésos que los historiadores serios llaman “poco serio”. Se le ocurrían cosas fantásticas y peregrinas. 

En una ocasión contó que para enfriar un cañon de los insurgentes, que ya no podía disparar porque estaba al rojo vivo de tanto lanzar balas, las mujeres de los soldados mearon por turnos sobre él hasta hacerlo volver, a fuerza de meadas, a la temperatura ambiente. Las epopeyas griegas y romanas no registran un caso tan diurético.

Lo cierto es que aun el más grande heroísimo puede ser puesto en la picota. A propósito de la Guerra Civil americana hizo Thomas Carlyle un epigrama cruel: “Ahí están -dijo refiriéndose a los soldados del Sur y a los del Norte-, haciéndose pedazos porque unos prefieren contratar a sus criados por hora y los otros de por vida”. Con mucha razón H. L. Mencken, ese formidable ironista ahora casi olvidado (¡qué ironía!), dijo: “Cuando todos aceptan como absoluta una verdad lo más probable es que sea mentira”.

En todo caso yo concluyo que la Historia no es tan entretenida como las historias. De éstas se aprende más que de aquélla. Quizá la Historia es la maestra de la vida, pero la vida se queja de que su maestra es aburrida.