Mentir como estrategia II

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Mentir como estrategia II

La semana anterior comentamos en este espacio la diferencia entre quienes difunden de forma “inocente” una mentira y quienes lo hacen a sabiendas. Particularmente importante es, dijimos entonces, la alineación, en el segundo grupo, de académicos, políticos profesionales, candidatos y periodistas cuyo plus –presumido por ellos mismos– es “investigar” antes de publicar.

Al comentario anterior es preciso agregar uno más, sin cuyo concurso carece de importancia realizar la distinción de líneas arriba: no es lo mismo divulgar una opinión, a señalar un hecho. Entre una y otra cosa se encuentra toda la diferencia entre un “tonto útil” y un calumniador profesional.

El hecho debe ser subrayado, por supuesto: no hay virtud alguna en el hecho de reproducir información falsa creyéndola verdadera. Se es inocente de calumnia, desde luego, pero a cambio se es culpable de imbecilidad.

Pues sí: como lo señalamos la semana anterior en este espacio, la inmensa mayoría de quienes reproducen las calumnias de los perversos pertenecen a esa clasificación taxonómica creada por el siempre genial Arturo Pérez-Reverte en su artículo “Echando Pan a los Patos”, publicado la semana anterior: sólo son “imbéciles que gritan fuerte”.

Pero dejemos a un lado a quienes son incapaces de identificarse a sí mismos como instrumentos y concentrémonos en la pequeña minoría de quienes divulgan datos a sabiendas de su falsedad. En especial, concentrémonos en quienes mienten como estrategia electoral.

No voy a realizar un análisis exhaustivo de las mentiras propagadas durante el actual proceso electoral, pues requeriría escribir una enciclopedia. Voy a seguir en cambio con el ejemplo expuesto aquí la semana anterior, el relativo al informe elaborado por el INE para detallar la forma en la cual fueron transportados los paquetes electorales la noche del 4 de junio.

Precisemos un punto antes de ir más lejos: ¿a cuál transporte se refiere el informe? Al traslado de los paquetes electorales de los lugares en donde fueron instaladas las casillas a las sedes distritales o municipales, en donde deberían ser entregados para incorporar los datos de sus actas al PREP, en primer lugar, y para ser resguardados, en segundo.

Como ya expliqué anteriormente, dos periódicos editados en la Ciudad de México –La Jornada y Reforma– incluyeron la palabra “irregularidades” en la cabeza de la nota con la cual dieron cuenta de la existencia del referido informe, aún cuando en ninguna parte del documento aparece tal término.

Una nota publicada por “El Siglo de Torreón” el 28 de junio –un día después de darse a conocer el contenido del informe– adjudica al excandidato Guillermo Anaya el “celebrar” la existencia del informe porque éste presuntamente detallaría “que hubo anomalías en el traslado del 23 por ciento de los paquetes electorales”.

Una vez más, la palabra “anomalía” no aparece una sola vez en las 40 páginas del documento y por ello no puede señalarse, de manera veraz, al documento del INE como prueba de la existencia de “irregularidades”, “anomalías” o “ilegalidades”, simplemente porque dicho informe no contiene ni una letra en tal sentido.

Una vez más también, la pregunta importante es: al realizar tales afirmaciones, ¿Guillermo Anaya actúa como “tonto útil” o como calumniador profesional? Personalmente encuentro complicado ubicar a alguien con su trayectoria en el papel de quien ha caído “inocentemente” en la trampa de un asesor deshonesto o de quien simplemente ha “repetido en forma acrítica” lo publicado por los medios de comunicación.

Por el contrario, como lo he sostenido desde la noche misma de la elección, mi hipótesis personal es la contraria: tal como lo hizo Andrés Manuel López Obrador en 2006, Guillermo Anaya está hoy utilizando las emociones de la gente –mucha de la cual no votó por él– para montar una estrategia mediática basada en propagar mentiras.

Para decirlo con mayor claridad: en mi opinión, el abanderado de Acción Nacional miente a sabiendas. Conoce claramente los hechos y tiene a la mano los datos precisos de lo ocurrido en la jornada electoral del 4 de junio, pero ha decidido, conscientemente, manipular tales datos de forma conveniente para sus intereses personales, presentes y futuros.

No es ninguna novedad, por lo demás, encontrarnos a un político –y menos si es mexicano– haciendo tal: mentir como estrategia es la fórmula predilecta de una clase política cuyos miembros –los de todos los signos ideológicos– renunciaron hace mucho tiempo al mínimo de decencia requerido para representarnos con legitimidad.

Y con ello regresamos a la pregunta inicial de esta zaga: ¿recurrir a la mentira como estrategia en los procesos electorales debería ser un acto protegido por la Ley o castigado por ésta? La respuesta es trascendente porque en ella radica la diferencia entre quienes tienen un compromiso serio con la creación y consolidación de instituciones y quienes ostentan como bandera la abyección.

Insistiremos en el tema.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx