Menos que a los trapeadores
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Menos que a los trapeadores
Todo mundo tiene “algo” dentro de sí que es misterioso, invisible, intocable… carece de medida, tamaño, precio… está sujeto al cuerpo pero determina sus movimientos, es un desconocido inmediato y parece ajeno aunque es imposible prescindir de su existencia, su influencia y sus significados.
En este momento si usted y yo fuéramos becerros no estaríamos interesados en descifrar estas letras; si fuéramos changos no nos divertirían las pinturas, y si fuéramos caballos no nos despertarían el apetito…Sin embargo, estamos interesados por “algo”. Ese “algo” que vive en nosotros desde que nacemos (y no hasta después de las 12 semanas de concepción) es el responsable que nos invita y educa a descifrar los significados. A identificarlos, organizarlos, relacionarlos, evaluarlos, descartarlos y a hacerlos tan nuestros que se vuelven nuestra identidad, nuestro yo, nuestra razón de ser, pensar, creer, juzgar, decidir, caminar y vivir a nuestra muy propia manera.
Ese “algo” ha recibido diferentes nombres: alma, espíritu, conciencia, mente… pero todos se refieren a la misma realidad tan compleja y misteriosa como el cosmos, por ello a ese “mundo interior” lo llaman “microcosmos”.
Ese “algo” es lo “mental”. Algo que los ignorantes y charlatanes de todos los tiempos lo han querido identificar con algo “esotérico”, “sobrehumano”, con poderes misteriosos, mágicos y milagrosos, cuando en realidad se refiere al conjunto de procesos psicológicos (sentir, imaginar, pensar, recordar, decidir y vibrar al son de las diferentes emociones) que determinan el ser persona y su adaptación a su contexto social, familiar, laboral, etcétera.
Todo esto viene a cuento debido a que hoy es el “Día Internacional de la Salud Mental”, tan poco atendida y cultivada como si fuera la luz del sol que no requiere mantenimiento ni cuidado.
En realidad el origen de muchos males que padecemos se deben a la deficiencia de salud mental: la corrupción es una epidemia de sociópatas que se multiplican cada sexenio… la obesidad que monopoliza los servicios médicos, junto con el alcoholismo, la ludopatía; la drogadicción es otra epidemia mental llamada neurosis compulsiva… los “ninis”, los suicidas, los que ya no buscan trabajo ni ocupación ni sentido de la vida padecen una enfermedad mental llamada depresión… los que carecen de convicciones, de valores operantes, de compromiso y viven para el histrionismo, la apariencia de la imagen, el culto de sí mismos, la superficialidad de sus emociones, las trivialidades en turno, padecen una neurosis histérica.
¿Por qué crecen como la espuma estos trastornos de la salud mental en nuestro País? Una respuesta muy obvia es: porque la cultura actual, las costumbres y criterios que norman la vida política, social, religiosa, (o sea los políticos, los líderes sociales, los padres de familia, los educadores, los ministros de las religiones) identifican estos fenómenos como normales y no como enfermedades mentales. Padecemos una cultura que “normaliza la patología mental”. Lo consideran un “mal necesario de la sociedad moderna” y no como un trastorno que debe ser atendido y prevenido en la familia, en la escuela, en el trabajo, en las leyes y en la administración pública.
Si usted quiere saber el cuidado que la administración pública da a la salud mental, busque en el “Presupuesto 2015” la cantidad que se le va a adjudicar, probablemente va a ser menor que lo que se adjudique a la limpieza del Palacio del Congreso.