Mechas y Doña Pelos

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Mechas y Doña Pelos

Son las 11:30 de la noche; es hora de pasear a Mechas y a Doña Pelos. Tengo un privilegio que agradezco: mi casa está frente a tres parques dibujados con las distintas tonalidades del verde y alegrado por una sinfonía de pájaros diversos, cada mañana y tarde.

Mechas es una french poodle color champaña, pero de la barata. Ella obtuvo su nombre cuando llegó a nuestra antigua casa, con el pelo tan largo y enrollado que parecía tener rastas elaboradas en una playa jamaiquina por algún descendiente alucinado de Bob Marley.

Doña Pelos, en cambio, es una perra chihuahua de mezcla indescifrable, color café con leche. Fue recogida por mis hijas en una noche lluviosa y fría. Ganó su nombre por su porte altivo y sus cuatro pelos distinguibles en forma de bigotes; dos a cada lado de su hocico.

Salimos los tres, sin gente en los parques. Observo que Mechas, por su rápido caminar, ha perdido peso, como lo recomendó su veterinaria. Lo cual, me alegra mucho. Mientras, Doña Pelos intercambia ladridos con unos perros clasemedieros y aspiracionistas, cuyos dueños han cambiado automóvil dos veces en los últimos diez años; tienen tres hijos en colegio particular; le van al “Tigueres” y visitan Artega cada domingo para desayunar carnitas de cerdo fritas en manteca con Doña Luz.

Mechas se detiene a orinar en un árbol y Doña Pelos retadora, ladra a dos perros pastor alemán, propiedad de una pareja de fifís arrepentidos de votar por AMLO. Enojados los perros intentan escapar por la puerta de la cochera para hacer con Doña Pelos, “sauerkraut” o repollo picado, fermentado en agua con sal, y comérsela de un bocado.

Pero a Doña Pelos le vale una perruna madre; es evidente que ella, antes de adoptarla nosotros, creció en una familia de la 4T. Porque polariza con violencia su relación con los perros de las casas que rodean los tres parques, sin temor al ridículo por una huida imprevista; porque la cargaría para protegerla y correr, como ya lo he hecho, entre ladridos y mordiscos al aire de sus agresores caninos.  ¿Acaso pensará que soy su AMLO protector y ella  imagina ser mi Claudia Sheinbaum?

Mientras Doña Pelos desafía y polariza el vecindario perruno, sin importarle las consecuencias para la vida comunitaria; Mechas se detiene para defecar tranquila en su árbol favorito.

Sin duda, en cada paseo, ellas alcanzan el perfecto equilibrio entre el Yin y el Yang perruno.