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"Más que ser un pintor, me gusta transformar mis cuadros”, dice Júlio Pomar
A sus 90 años, el portugués Júlio Pomar, que más que un pintor se considera alguien a quien le gusta transformar sus propios cuadros, sigue trabajando siempre que puede y la edad no le ha hecho perder la necesidad que siente de clarificar el mundo.
Considerado una de las principales figuras del arte portugués contemporáneo y de los representantes del neorrealismo luso, Pomar (Lisboa, 1926) todavía no quiere soltar el pincel con el que ha coloreado más de 70 años de carrera artística.
"Yo tengo una gran necesidad de hacer cosas, de clarificarlas y de transformarlas. Más que un pintor de cuadros, soy alguien a quien le gusta transformar su cuadro", explica en una entrevista con Efe cuando se le pregunta si le queda algo pendiente como artista.
Aunque matiza que no le gusta usar la palabra "cansancio", reconoce que el paso del tiempo no le permite trabajar todos los días, tal y como hacía antes, pero lo sigue haciendo siempre que puede.
Su obra no deja de presentarse al público: sus ilustraciones sobre el Quijote protagonizan ahora una exposición en el Instituto Cervantes de Lisboa con motivo del IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes.
Pomar nació en la capital lusa apenas unos meses antes del golpe de Estado que acabaría estableciendo un régimen dictatorial en Portugal que duró casi medio siglo.
Aquella Lisboa rebosante de cultura, que en la misma época pisaron figuras como el célebre poeta portugués Fernando Pessoa, vio nacer también el arte de Pomar, arrullado por el movimiento del Tajo y los pasos sobre los adoquines de la tradicional calzada portuguesa.
Pasar gran parte de su vida "bajo un régimen fascista", como él mismo recuerda, le ayudó a comprender un aspecto que después marcaría su obra: "la necesidad de libertad y de cualquier cosa que permita a las personas dar lo mejor de sí mismas".
En su primera etapa, la obra del pintor luso estuvo unida al activismo político y social, lo que le llevó incluso a ser detenido por la policía política del régimen y pasar cuatro meses en una celda junto al que después sería patriarca socialista, primer ministro y presidente en democracia, Mário Soares.
Pero en la década de los 60 decide mudarse a París por razones personales y su obra comienza a alejarse de la protesta política y del neorrealismo para acercarse a un arte más figurativo, bajo la influencia de la pintura europea de posguerra.
"París no cambió mi forma de ver el arte", asegura el artista, que sí destaca que, frente a una Lisboa en la que no había posibilidad de saciar "una necesidad muy grande de información", mudarse a París fue fundamental para seguir alimentando su carrera.
Su marcha a la capital francesa coincidió además con una nueva vertiente de su obra, la del "assemblage" o ensamblaje artístico, y es que aunque es la disciplina con la que más ha trabajado y por la que se le reconoce, su arte no se limita a la pintura.
Pomar también tiene una extensa obra escultórica, varios escritos -desde ensayos a poemas- y hasta se ha atrevido a componer fados.
Por ello, porque "junta cosas muy distintas", le resulta muy difícil describir su trabajo con una única palabra o frase.
"Si tuviera que escoger una palabra sería 'tentación'. También 'apertura', 'curiosidad'...", se atreve a decir tras pensarlo durante unos segundos.
Sin embargo, cuando se le pregunta cuál quiere que sea su legado, la duda no le asalta ni un segundo: "una palabra en portugués que me gusta mucho, la alegría".
"Curiosamente, cuando vivía en Oporto vivía en la Praça da Alegria. En Lisboa, sucedió también por casualidad que viví en la Rua da Alegria y después en la Praça da Alegria", comenta el artista entre risas.
La colorida obra de Pomar se ha expuesto en Portugal, Francia, Reino Unido, Brasil y España, entre otros países, y desde 2013 cuenta con un museo-taller en Lisboa que posee un acervo de varias centenas de piezas.