Más allá de la publicidad, el consumismo y la moda

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Más allá de la publicidad, el consumismo y la moda

Destacan sobre un suelo gris y frío. Los vestidos muestran en sus pliegues una variada gama de colores, que remata en un encaje blanco. El trabajo superior de las prendas está elaborado con listones de colores, los cuales también funcionan para el entramado de las trenzas. Son muñequitas, las que se ofertan fuera de comercios o en las banquetas de cualquier centro de ciudades mexicanas. También es posible observarlas en los aparadores de tiendas exclusivas de aeropuertos o centrales de camiones.

Son representativas de nuestro País porque identifican al México del sur, al México profundo. Y sus creadoras son precisamente originarias de los lugares: Chiapas, Oaxaca, Guerrero. Algunas, muy pocas al menos entre las que las ofertan, lucen los peinados que las mismas figuras presentan: el tocado de trenzas.

Aunque identifican lo mexicano, no es un porcentaje alto el de las mujeres en nuestro País que ahora se atreve a lucir el peinado. La moda, el consumismo, una manera de concebir lo deseable y bello, paulatinamente fueron aherrojando en el recuerdo esta forma de llevar el cabello.

Por muchos años los anuncios que publicitaban champús ofrecieron el modelo de la mujer de cabello preferentemente largo y suelto a la hora de promocionarse y volver deseable su producto. Hasta hace muy poco tiempo, meses, líneas de estos artículos han movido el mensaje y aparecen mujeres cuyas imágenes no coinciden con patrones de belleza establecidos, con idealizaciones dirigidas a otro sentido.

En los años veinte y treinta del siglo pasado, las mujeres tuvieron la osadía de subirse la falda y recortarse el cabello. Bailaron tap y ejercieron sus derechos en mayor libertad. En el terreno de las artes destacarían producto de esa época en nuestro país mujeres como Frida Kahlo, Tina Modotti, Lola Álvarez Bravo, Lupe Marín, Nahui Ollin.

En los sesenta, retomaron su fuerza los aires de libertad que se respiraban en todo el mundo, y para las mujeres representó un parteaguas del cual resultaron herederas las de las siguientes generaciones.

Sin embargo, el consumismo, la moda y los patrones de belleza establecidos siguen ejerciendo una influencia difícil de eludir.

Es posible que la época de transformaciones actual permita ver a quienes se atrevan a dejar los patrones establecidos y abandonen estereotipos, recogiéndose el cabello en las trenzas. Este modo de peinado a veces da por pensar que sólo lo podemos encontrar en figuras de estambre que dan para el folclore, pero que en realidad no representan una identidad nacional.

Hace algunos años recordaba en estas colaboraciones al autor Carlos Marzal, quien se refería a los momentos de plena intimidad de una mujer cuando se cepilla el cabello. Escribió en su espléndido trabajo: “No os peinés por la noche, por favor”, esta entrada:

“Las mujeres no deben peinarse en las noches de luna creciente, porque naufragan los barcos. Las mujeres no deben peinarse en las noches de luna menguante, porque se amarga el cuajo del queso en treinta o treinta y cinco kilómetros a la redonda. Las mujeres no deben peinarse en las noches de luna llena, porque los perros enloquecen de una nostalgia que no saben interpretar y los poetas elegíacos entristecen más de lo que en ellos es costumbre…”.

Marzal pensaba que lo ideal es que una mujer se cepillara el cabello durante el día, pues la luz reflejada en ellos favorecería “las migraciones de las manadas que cruzan las estepas del mundo en busca de nuevos pastos… para contribuir al equilibrio musical de los planetas...”.

Más, mucho más, que objeto de la publicidad, el consumismo y la moda, el cuidado del cabello forma parte de una decisión personal, hasta entrañablemente íntima. El regreso a su tradición, el valor de emplearlo al gusto, sería una manera de honrar el propio derecho a llevarlo a comodidad y en pleno uso de las libertades, que en este siglo deben seguir conquistándose día con día.