Maritere, la noticia devastadora

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Maritere, la noticia devastadora

Maritere, así le llamaban cuando era niña.

Ella soñaba con ser psicóloga o trabajadora social. Pero en su casa estaba prohibido estudiar. Eran cuatro mujeres y únicamente las apoyaban para estudiar para secretarias. Una de ellas “se rebeló” e ingresó al Conalep para recibirse como Técnico en Enfermería. Pero María Teresa quería más.

Creció como casi todas las niñas del último cuarto de siglo en México, preparándose para casarse. Y así fue.

A los 18 años conoció a Jorge Luis y a los 19 años se casó con él.

Nacieron 2 hijos y Maritere se sentía feliz. Pensó que lo tenía todo. Un hogar, un carro, una bella casa y sus hijos estaban en colegio privado, como dicta y presiona la sociedad nuevoleonesa para ser “aceptada” en una falsa sociedad que pretende siempre igualarse con los más poderosos en el estado de Nuevo León.

En esa clase media con complejo de ricachones, Maritere, en honesta aceptación, no se sentía cómoda y aunque sabía que era privilegiada por tenerlo todo, incluyendo la salud y a sus padres y hermanos, a quienes ella tanto ama y lo cual valoraba y agradecía infinitamente a Dios, ella aún tenía ganas de estudiar, de crecer, de prosperar, para ella misma, pero no se atrevía a decírselo a nadie. Estaba segura que todos la rechazarían y la tacharían de loca.

Un día, cuando Maritere despertó, se sentía un poco agotada, de la casa, del quehacer, de los hijos, de la rutina, pero se sabía privilegiada y se animó. Se levantó como todos los días, mandó a los niños a la escuela y despidió a su marido con un beso. Él prometió volver para la hora de la comida y Maritere se apuró toda la mañana para hacerle algo rico de comer a su esposo, con quien ya tenía 13 años de casada.

Los niños llegaban después de las 2 de la tarde, así que Maritere decidió no esperarlos esta vez y comió más temprano con su esposo.

Eran alrededor de la 1.30 de la tarde y después de servirle a él, en esa mesa impecable, como a ella le gustaba servir la comida, con la casa toda alzada, con todo recogido, baños lavados, ropa tendida, comida lista y ella, siempre elegante, se sentó frente a él y estaba a punto de comer el primer bocado del guiso que había preparado, cuando de pronto, Jorge se levantó de la mesa y así, sin más preámbulos, anunció:

-Me voy de la casa. Ya no quiero vivir aquí. Quiero que nos separemos. Es más, quiero el divorcio.

Jorge no esperó ni siquiera a ver la reacción de su esposa, subió las escaleras y preparaba una maleta cuando entró ella con el rostro pálido y sin saber si reír, sin saber si era una broma, pero cuando lo miró metiendo la ropa en la maleta, sólo atinó a decir:

-¿Qué te pasa, Jorge?, ¿estás hablando en serio?

El no respondió, siguió empacando, zapatos, sacos en la cama, pantalones en la maleta, trusas, calcetines.

-¡Jorge, qué estás haciendo!, ¡qué te pasa!

-No quiero hablar contigo y no quiero hablar absolutamente con nadie, de nada.

-Pero…

Maritere ni siquiera sabía si estaba soñando, si era una realidad, no podía pensar ni reaccionar. ¿Cómo que se quería ir?, ¿por qué?

-Jorge, qué te pasa. ¡Dime la verdad! ¿Tienes otra mujer?

El dejó de empacar, la miró. La ignoró. Cerró la maleta. Bajó las escaleras, ignorando los gritos de ella “¡Jorge, espérate, qué estás haciendo!”.

Jorge salió de la casa y ella lo alcanzó.

-¡Jorge qué estás haciendo!, ¿estás hablando en serio?, ¿qué diablos te pasa?

La ignoró, se subió al carro.

-¿Es otra mujer, verdad?

Jorge la miró por última vez. Arrancó.

Maritere se quedó mirando cómo se alejaba el carro y en su corazón y en su alma lo sabía, sabía que estaba viendo por última vez a su marido.

Se le vinieron encima esa serie de preguntas, de confusiones, preguntas sin respuestas, afirmaciones, sospechas, pero nada. Maritere no volvió a ver a su esposo en 5 años, después de esa última comida juntos.

A los tres meses de irse, Jorge dio señales de vida, abrió una cuenta y le dijo a Maritere que ahí le depositaría dinero cada 15 días o cada mes, pero no quería volver nunca con ella.

La depresión en la que entró María Teresa por no saber qué había pasado, por no tener respuestas a todas sus preguntas, por haber sido abandonada, traicionada, por darse cuenta de que no sabía que se había casado con un hombre al que no conocía bien, la desplomó.

Estuvo un año llorando, tumbada en la cama, apenas lograba levantarse para darle de comer algo a sus hijos, o compraba cualquier cosa, tacos, tostadas, refrescos, no quería saber nada ni de nadie.

Se encerró en su tristeza, en su llanto, en su enojo, depresión, angustia, todo. Se tragó sola toda su tragedia.

Sus hermanas la visitaban pero ella las corría, decía que no quería verlas, no quería ver a nadie ni saber nada de nadie.

Un año, tumbada en la cama, llorando, en silencio, mirando el techo, horas y horas mirando el techo sin encontrar una respuesta a lo que le aconteció.

Pasó de los “¿por qué a mí?” a los “maldito perro hijo de la chingada, desgraciado, ¡púdrete en el infierno, infeliz!”, y volvía el llanto, la rabia, el enojo.

Era un enojo profundo con él, pero también con ella misma, por no haberse fijado bien con quién se había casado, con quién vivía, ¡con quién dormía!

Y un día, se levantó frente al espejo, toda ojerosa, sin pintarse, sin bañarse, sin peinarse, sin ganas ni de mirarse al espejo, y se dijo mirándose a los ojos a sí misma:

-Un año, María Teresa, tienes un año para llorarle a ese güey. No más, ¿oíste? ¡No más! Tienes un año para llorarle, para estar deprimida, para arrancarte los pelos, vomitar, estar triste,  encabronada y todo lo demás, ¡pero no más de un año! ¡Entendiste!

Maritere poco a poco dejó de dormir casi 20 horas al día. De poco en poco se fue levantando, empezó a recoger la casa, a lavar el patio, a prender el auto, a ir por el mandado. Primero era como una autómata, luego, por la relación con los demás, empezó a volver a dialogar, a sonreír, a hablar.

Aceptó a sus amigas y a su familia y se refugió, después del mentado año, en el cigarro, el alcohol, varios hombres y todo le valía, no se importaba ella a sí misma.

Comenzó a ir a uno de esos grupos de “Divorciados Anónimos”, ya la palabra o el concepto le molestaban, pero aceptó ir a esas supuestas –como ella les llamó después- terapias grupales para sacar todo lo que ella traía dentro.

El primer día, simplemente dijo con voz agria y con mirada cansada:

“Hola, soy Teresa…. Soy divorciada… Y estoy divorciada porque mi marido me fue infiel durante los 13 años que duró mi matrimonio... Estaba casado conmigo pero nunca supe que tenía otra familia, otra mujer, y tres hijos con ella. Un día se levantó de la mesa mientras comíamos, sólo dijo ‘ya me voy’, y se fue... Y no volvió jamás… De eso, hace ya 7 años…”.

Algunos tardaron en reaccionar y uno que otro atinó a decir “Hola Teresa”, “hola”, “hola”….

Las reuniones de Divorciados Anónimos se convirtieron en parrandas, en sexo casual, en relaciones de ir y venir sin que llenara ningún hueco y sin que sanaran las heridas.

Un día, María Teresa se enteró de Voces Femeninas de México, un grupo que se había abierto recientemente a través del Facebook para ayudar a mujeres que han sufrido violencia. Está  constituido por mujeres profesionistas que coincidieron en que existen mujeres que no tienen la misma fortaleza que otras, y las que sí son fuertes, afirman, tienen la responsabilidad de ayudar a aquellas que no lo son tanto.

Abogadas, psicólogas, comunicadoras, filósofas, periodistas, trabajadoras sociales, se unieron a través de Voces Femeninas de México para ayudar, asesorar psicológica y jurídicamente a quienes lo necesitaran.

María Teresa apareció en este primer convivio de mujeres en un café de la ciudad de Monterrey, y más callada que nadie, convivió con las demás, llevó su regalo de intercambio y sonreía mucho, pero tímidamente.

Ya en confianza se acercó con la creadora del grupo y le contó su terrible vivencia narrada aquí.

Conforme pasaron los meses y los días y un día se atrevió a decir una frase reveladora: No lo vas a creer, pero encontré aquí mucho más apoyo que el que nunca encontré en Divorciados Anónimos.

Aquí me sentí como en mi casa, me abrazaron, me recibieron con cariño y al escuchar las vivencias de las demás, me di cuenta que no soy la única, y que hay personas con tragedias superiores a la mía.

Maritere también confesó que desgraciadamente, nunca recibió de su familia el apoyo que ella esperaba.

Fíjate, comentaba, pasé por una universidad, ¿y qué crees que hice? ¡Me inscribí a Psicología! ¿Y qué crees que me dijeron en mi casa cuando les di según yo la buena noticia? Que para qué perdía mi tiempo, que eso no era para mí, que la fregada y que no sé qué. Total, me agüitaron bien gacho y me prometí no volverles a contar nada.

Hoy Maritere, María Teresa, está por recibirse como Licenciada en Piscología, está realizando la tesis, trabaja, es independiente, tiene novio si quiere y si no quiere, pues no. Sus hijos han crecido y el amor es parte de los alimentos diarios en su casa. Son una familia integrada, sana, que ha superado todo y se notan felices y en paz.

Aceptó que aunque ella y sus hermanas o familiares no coincidan en gustos, opiniones y costumbres, se puede aceptar a las personas con toda su imperfección, pues así nos aceptan a nosotros también, y que es mejor mantenerse lejos de quien definitivamente es un ente negativo en tu vida.

María Teresa es hoy una mujer maravillosamente feliz, con una sonrisa y una actitud tan positiva que desarma a cualquier mujer deprimida o triste.

Se convirtió en una portadora de esperanza, de paz, de ánimo, de fé y de alegría. 
Convive cada semana con amigas, con amigos, sale, se divierte y, lo principal, se ama a sí misma, ¡inmensamente!

Queda aquí la historia de otra mujer valiente, como aquella, como Elisa, y como muchas mujeres que han sufrido la traición de un hombre, el desamparo de sus familias, la soledad, el hambre, el frío y el abandono de esas personas a quienes ellas han amado.

Estaremos narrando en esta columna una serie de historias de mujeres valientes que conocieron el fondo del abismo, la depresión más cruenta, la desesperación más insana, la desventura más injusta, y que hoy soy grandes mujeres para ellas mismas y son capaces de dejar huellas inmensamente positivas para las demás.

Son historias de mujeres que hoy son felices, porque aprendieron a respetarse y a amarse a si mismas.