Marina Abramovic, pionera del performance, gana el Premio Princesa de las Artes

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Marina Abramovic, pionera del performance, gana el Premio Princesa de las Artes

La artista serbia Marina Abramovic, pionera del performance con una carrera de más de cinco décadas, fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2021. Abramović es una artista que explora "los límites del cuerpo y la mente" a través de "performances".

La artista serbia Marina Abramovic, conocida como la reina de la "performance" y con una carrera de más de cinco décadas, ha sido distinguida este miércoles con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2021, al que optaban cincuenta y nueve candidaturas de veinticuatro nacionalidades. 

Abramović (Belgrado, 1946), artista que explora "los límites del cuerpo y la mente" a través de "performances" arriesgadas y complejas en una constante búsqueda de libertad individual, según la crítica, empezó su trayectoria profesional en los años setenta.

Entre sus principales obras se encuentra la serie "Ritmos", "Lips of Thomas", "Barroco balcánico" o "La artista está presente", esta última realizada en 2010 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde estuvo sentada inmóvil en una silla más de 700 horas durante tres meses y miraba a los ojos a los visitantes

Tras estudiar en la Academia de Bellas Artes de Belgrado y completar sus estudios de postgrado en Zagreb, abandonó Yugoslavia y se instaló en Ámsterdam donde conoció al artista germano-occidental de performance Uwe Laysiepen, Ulay.

Con él empezó a colaborar explorando los conceptos de ego e identidad artística, las tradiciones de sus respectivos patrimonios culturales y el deseo del individuo por los ritos. 

Ambos se vestían y se comportaban como gemelos y crearon una relación de completa confianza. 

En 1988 decidieron hacer un viaje espiritual, "The Great Wall Walk", con el que concluiría su relación, donde caminaron por la Gran Muralla china, comenzando cada uno por el extremo opuesto y encontrándose en el centro para darse un último abrazo.

Después de sus primeras actuaciones en solitario, "Ritmo 10" (1973), "Ritmo 5" (1974), "Ritmo 2" (1974) y "Ritmo" 0 (1974), y tras conocer a Ulay, ideó con él una serie de trabajos en los que sus cuerpos creaban espacios adicionales para la interacción con la audiencia: "Relation in Space", "Relation in Movement" y "Death Self". 

En 1997 presentó la pieza "Balkan Baroque" en la Bienal de Venecia, por la que recibió el León de Oro a la mejor artista.

Ocho años más tarde, presentó en el Solomon R. Guggenheim Museum (Nueva York) "Seven Easy Pieces" con el que en siete noches consecutivas recreó los trabajos de artistas pioneros de la performance en los años sesenta y setenta, además de dos obras propias, "Lips of Thomas" y "Entering the Other Side".

En el año 2010 se inauguró en el MoMa de Nueva York una gran retrospectiva de su obra que incluyó registros en vídeo desde la década de los setenta, fotografías y documentos y una instalación cronológica con la recreación por actores de acciones realizadas previamente por la artista.

Además, incluyó la presentación más extensa realizada por Abramović: 716 horas y media sentada inmóvil frente a una mesa en el atrio del museo, donde los espectadores eran invitados por turno a sentarse frente a ella, a compartir la presencia de la artista. 

En 2013 se estrenó el documental sobre esta retrospectiva "La artista está presente", dirigido por Matthew Akers, que fue nominado a mejor documental en el Independent Spirit Awards 2013 y recibió el Premio del Público al mejor documental en el Festival de Cine de Berlín 2012

De esa experiencia surgió la idea para crear el Marina Abramović Institute (MAI), un centro de arte situado en Hudson (Nueva York) en el que se realizan todo tipo de actos culturales, talleres y exposiciones relacionados con la performance y el arte contemporáneo.

En 2011 estrenó "Life and Death of Marina Abramović," con montaje de Robert Wilson, un cruce entre el teatro, la ópera y el arte visual. 

 

Cinco años después, publicó su autobiografía "Walking Through Walls" (Derribando muros) y en 2018 debutó como directora de escena operística en la obra Pelléas et Mélisande en la Ópera de Flandes.

Ya en 2020 estrenó "Seven Deaths of Maria Callas", un montaje operístico en torno a la figura de la diva, mismo año en que la Royal Academy of Arts programó una retrospectiva sobre la obra de la artista serbia que tuvo que ser pospuesta a 2023 debido a la pandemia del COVID-19.

Condecorada con la Cruz de Comendador de Austria y doctora honoris causa por la Universidad de Plymouth (2009), Abramović ha recibido, entre otros premios, el León de Oro al mejor artista en la Bienal de Venecia (1997), el Niedersächsischer Kunstpreis (2003), el New York Dance and Performance Award (2003) y el Cultural Leadership Award de la American Federation of Arts (2011).

La candidatura de Abramovic fue propuesta por la directora del Hay Festival Segovia, María Sheila Cremaschi, certamen que el pasado año obtuvo el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.

El de las Artes, que en 2020 recayó de forma conjunta en el italiano Ennio Morricone -fallecido poco después a los 91 años- y el estadounidense John Williams por sus emblemáticas composiciones que han servido como bandas sonoras a cientos de películas, es el primero de los ocho galardones convocados anualmente por la Fundación que lleva el nombre del título de la heredera de la Corona española en fallarse, y que este año alcanzan su cuadragésima primera edición.

Pionera de la performance

 

Se ha mutilado el cuerpo, se ha desnudado, se ha quedado quieta mientras una persona le apuntaba con una pistola cargada y se ha sentado cientos de horas a mirar desconocidos. Marina Abramovic lleva medio siglo explorando los límites de la performance, y con ello se ha convertido en un artista de referencia y, de paso, en una estrella mediática. 

Abramovic, que hoy ha sido galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2021 por su carrera, lleva medio siglo experimentando con el cuerpo, la mente y reflexionando sobre su relación con el público. Primero con sangre, violencia y fluidos; y, en la última etapa, centrada en la meditación. 

Su obra la ha convertido en una estrella para el gran público, una categoría pocas veces reservada para una artista contemporánea, menos aún, siendo mujer. Aunque ella asegura que serlo nunca ha sido un obstáculo porque "el arte no tiene sexo, puede ser bueno o malo, nada más".

Antaño le gustaba referirse a si misma como "la abuela del arte de la performance", y desde luego fue una de las pioneras de este género por derecho, pero recientemente reconoció que el apelativo ya no le gustaba: “Lo dije cuando era joven, ahora soy mayor”. 

Abramovic prefiere ahora la palabra “guerrera”, y desde luego, su capacidad para reinventarse con el paso del tiempo hace honor a la palabra. Su trabajo le ha convertido en una artista con tantos seguidores entre el gran público, como suspicacias entre la crítica contemporánea.

Sus inicios fueron más que modestos, creció en Belgrado y su infancia no fue fácil. Sus padres fueron guerrilleros yugoslavos comunistas y sus abuelos religiosos, la combinación resultó explosiva para esta joven yugoslava que fue a la Academia de Bellas Artes y que reconoce que al principio quisieron encerrarla por loca.

En una de sus primeras representaciones, en 1974 en una galería de Belgrado (Serbia), colocó un centenar de cosas en una mesa e invitó al público a usarlas con ella de la forma que quisiera. Había plumas y rosas, pero también una pistola con balas y un cuchillo. Seis horas después se marchó del lugar ensangrentada y hecha un mar de lágrimas. 

Al principio la gente fue amable, luego ya no tanto. Eso era justo lo que buscaba Abramovic, que ha explorado de manera incansable la relación con el público y lo sigue haciendo hoy en día, a sus 75 años.

Este tipo de trabajos le granjearía un lugar en la historia como pionera del género y cierta fama en los reducidos círculos del arte contemporáneo. Años después llegarían los trabajos con Ulay, su entonces pareja, con los que exploró el ego y la identidad. 

De aquella época queda la performance que hicieron por su separación: “The Lovers” (1988). Ambos caminaron al encuentro del otro desde dos puntos de la Gran Muralla alejados por 2,500 km, anduvieron durante meses y se encontraron en el medio para decirse adiós. No hay límite entre la vida y el arte para Abramovic y ahí reside gran parte de su éxito.

En solitario ganó más notoriedad. La carta de presentación final para el gran público fue la performance de 2010 en el MoMA, “The artis is present” (El artista está presente). Se sentó ocho horas al día durante tres meses ante el público: la gente hacía colas durante horas para sentarse frente a ella y simplemente mirarle a los ojos. 

La exposición atrajo a 850,000 visitantes, algo nada desdeñable hasta el momento para un género tradicionalmente considerado como ridículo por el gran público. 

La exposición que le dedicó el museo neoyorquino repasaba su trayectoria, entre los objetos reunidos se encontraba una camioneta en la que vivió la mayor parte de los diez años que convivió con Ulay. El vehículo la estremecía solo de mirarlo, según reconoció.

Aquel vehículo prueba lo lejos que sus comienzos, difíciles, pobres y en ocasiones, oscuros, están de la Marina Abramovic con el reconocimiento y la fama internacional de ahora, que vive en una casa con forma de estrella en el campo neoyorquino y cuya figura ha adquirido con el tiempo un aura mística, casi religiosa. 

La artista ha alcanzado el estrellato y ejerce como tal: se viste con ropa de alta costura, se codea con grandes estrellas del pop como Jay Z y Lady Gaga -ella es en cierto modo una estrella pop- y protagoniza portadas de Vogue. Todo esto no exento de polémica. 

He sido criticada por mi generación, artistas de los 70, y no hay nada más trágico que los artistas de los 70 que siguen haciendo arte de los 70 (…) Me encanta la moda. ¿Quién dice que si tienes lápiz labial rojo y esmalte de uñas no eres un buen artista?", dijo hace unos años en una entrevista a The Guardian.

Algunos la consideran una simple provocadora, otros una de las mejores artistas de su generación. La historia decidirá su lugar, aunque ella ya ocupa un lugar en los libros de historia de arte por derecho propio.