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María de Francia, poeta de lo maravilloso
Hombres lobo, hombres ave, pócimas mágicas y ciervas parlantes son algunos de los pobladores de los poemas de María de Francia, poemas que llevan el nombre de lais.
De María sabemos pocas cosa. Si conocemos su nombre y procedencia es gracias a que lo señaló en el epílogo de su Ysopet: “Marie ai nun, si sui de France”. Sabemos también que vivió en Inglaterra y que su actividad literaria se desarrolló a finales del siglo XII.
En el reino de Guillermo el Conquistador, el inglés se mezcló con el normando, dando lugar al anglonormando. María escribió en esta lengua mestiza, pues había sido adoptada por las cortes y los círculos aristocráticos.
El canto cortés dominaba los ambientes palaciegos del siglo XII. Trovadores, troveros y minnesänger se repartían las tierras de la lengua de oc, Francia y las regiones germánicas, respectivamente. Sus cantos eran sobre todo galantes; elogiaban la belleza femenina, lloraban el amor rechazado y celebraban el amor conquistado. También, aunque en menor medida, cantaban elogios a sí mismos o a los señores poderosos que los acogían. Pero en sus poemas no había ciervas parlantes ni hombres ave. Estas maravillas eran propias de los lais bretones: cantos de juglares y de bardos célticos que se acompañaban con el arpa o la cítara. De allí, de la fuente de la tradición bretona, bebió María. Pero sus lais son el resultado de una destilación de la sustancia folclórica a través del alambique de la erudición literaria. Se distinguen —según Luis Alberto de Cuenca— algunos particulares conocimientos del dominio de María a través de los cuales realizó esta culta destilación: sabía latín, conocía los textos de Ovidio, la leyenda de Tristán, la gramática de Prisciano y el Roman de Brut de Wace. El resultado fue literatura en estado puro, libre ya de arpas y cítaras, consiguiendo el canto de la palabra misma.
Sus lais proyectan imágenes ensoñadas: el doncel que escala la inmensidad de una montaña llevando entre sus brazos a la joven princesa; el cazador que, después de conversar con una cierva herida, navega en la lujosa recamara de un solitario barco que navega sin timonel; el caballero que lleva cerca de su corazón un cofrecito con el cadáver de un ruiseñor.
Misteriosa figura del arte poético medieval es María de Francia; tan misteriosa como las maravillas que se relatan en sus lais.