Marco Márquez, adiós al poeta

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Marco Márquez, adiós al poeta

No hace muchos días hablábamos en este espacio de otro poeta perdido. También no hace muchas semanas lamentábamos la muerte de otros intelectuales y creadores coahuilenses. El saldo final del año que termina se adivina atroz. Lo último que buscaría esta columna sería convertirse en una ininterrumpida necrológica

Sin embargo, hoy es preciso hablar de Marco Márquez (Allende, Coahuila, 1971- Saltillo, 2020).

Del poeta y del lúcido ensayista. Del profesor y el periodista cultural. Pero sobre todo del hombre.

Marco perteneció a aquella generación de fin de siglo de la carrera de Letras españolas que se destacó por sus aspiraciones y promesas -por su irradiación- y nombres que sí se lograron en la Academia -León Guerrero, Zeferino Moreno y otros- o en la autoría de libros tempranos como el propio Marco Márquez o su tocayo Marco Antonio Rivera, precursor regional de las preocupaciones y temáticas LGBT antes del año 2000, con su legendaria revista Ultra. En aquellos años no conocí entre los autores jóvenes ensayista más fino que el propio Rivera -también poeta- que luego de manera abrupta dejó de publicar y reencontré hace no mucho convertido en Doctor en Semiótica y profesor en una universidad privada. Rivera publicó en aquel final de siglo su poemario “Darkness”, en la colección Cuadernos de arena, del entonces Icocult.

Marco Antonio Márquez, poeta.

Marco Márquez haría lo propio con su libro debut: “Cantos”, en 1999. Su obra poética continuaría con “Canciones del búfalo” (Icocult, 2004).

A principios del 2000 lo conocí también como un solvente ensayista, que lo mismo comentaba con amenidad y agudeza sus lecturas de Yevtushenko, Amijai, Bloom o el Siglo de Oro en periódicas entregas para el suplemento cultural Semanario, de este periódico.

Hace una década mantuvo en un diario local la columna cultural “Cálamo”, que merecería haber sido más leída, alternándola con su labor como profesor en diversas universidades privadas y recurrentes trabajos en varias redacciones.

Si indudablemente Marco Márquez construyó un auténtico perfil de intelectual integral, entonces ¿Por qué su obra poética y periodística es tan poco difundida? ¿Por qué en cambio el auge de tantos advenedizos e impostores?
Quizá porque Marco -como algunos otros- encarnó los contrastes y el sino de ser escritor en una ciudad como Saltillo. Hombre de una profunda cultura, quizá no supo tener el olfato, las formas, el propósito o tampoco le interesó sumarse a las agendas políticas en boga, mucho menos treparse a la coyuntura convenenciera de ciertos colectivos. Marco era intenso, directo, articulado.

Dueño de una apostura física que lo distinguió desde muy joven, tampoco le interesó aprovechar ese valor que en un entorno como el medio cultural de Saltillo muchas veces se convirtió en moneda de cambio de l@s arribistas con insuficiente talento.

Es paradójico -y también revelador- que una ciudad que presume ser la Atenas de México conozca tan poco, subestime, desplace y trate tan mal a muchos de sus auténticos creadores.

Poema al padre, del libro Cantos. 1999.

Ciudad de “conocidos”, de ninguneos y simulaciones; de idearios coyunturales, de astucias y famas al instante -fuera del Centro todo es Periferia-; ciudad de trafiques y recomendaciones, de presuntos méritos; ciudad de asesores inútiles, ciudad de consensos y de silencios; de artistas y curadores instantáneos: becarios vitalicios que no se atreven siquiera a ser autores de sus propios proyectos.

Pero Marco estaba del otro lado. En fuga, muy lejos de todo eso.

Así me lo confirma la gente que lo quiso, sus libros, aquel inmenso texto a su padre que el poeta Gerardo Carrera, uno de sus cercanos más queridos, hoy me comparte.

O aquellas parrandas hasta el amanecer donde los escritores nos hermanamos ¿Recuerdas aquella vez que en el Restaurante Eno´s -hoy también disuelto para siempre-, los dos rapados contra la luz azul de la noche, te pusiste a declamar versos en italiano, con tu larga mirada triste?

Hoy habitas en tus palabras, de aquellas últimas publicaciones, donde escribiste sobre la vida y la muerte. Hoy, hasta parece que las decías sobre ti mismo:

“Wislawa Szymborska murió bajo el sol, bajo las nubes de su poesía inmensa, bajo la luz de su lámpara nos hizo sentarnos a todos para fijar la mirada y la memoria en la vida entera, especialmente en aquellos resquicios oscuros por ausencia de luz o, de su exagerada presencia. Con su muerte corpórea se nos escapan sus ojos que subrayaban el trayecto de la fuga perpetua de nubes, la anunciación de asombros ante el amor o la muerte, la ausencia de certezas ante el espejo. En sus poemas nos enseñó que no importaba el quién sino el cómo, el cuándo, el ser humano visto a través de claroscuros y sombras, como en un cuadro de Rembrandt.

Ante su ausencia, vacilamos, dudamos ante las frases preparadas, escogemos con delicadeza vocablos dignos ante semejantes tropelías de la muerte. Wislawa Szymborska ha entregado su alma como el hueso de una ciruela, en algún sitio, en este momento, camina al borde del precipicio por donde siempre anduvo, de este lado del borde nos quedan sus poemas, en el otro extremo la luz del sol se desliza por el borde de un vaso, un pájaro cruza el cielo y alguien, al borde de lo que presentimos, está sentado, esperando a esa muchacha.”

alejandroperezcervantes@hotmail.com

Twitter: @perezcervantes7