Marco Antonio Campos y algo más
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Marco Antonio Campos y algo más
El jueves 21 de junio el poeta mexicano Marco Antonio Campos dictó una brillante conferencia –“Ramón López Velarde y Saturnino Herrán: Una Hermandad Dolorosa”- en el Aula Magna de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Saltillo, bajo el auspicio del Seminario de Cultura Mexicana, cuya corresponsalía en Saltillo dirige el escritor José Domingo Ortiz.
Por alguna razón, la poesía y las artes plásticas han estado largamente vinculadas, a veces de manera tan estrecha, que los poetas llegan a combinar y hasta a mezclar la pintura y la poesía –Lorca, Alberti, Brossa…- o los pintores ejercen la escritura y la plástica simultáneamente -Michaux…-, a veces incorporándola a su obra, como sucede en el arte caligráfico o en las trans-vanguardias.
Marco Antonio Campos ofreció una interesantísima vista panorámica de un momento histórico en México –la segunda década del siglo 20- al tiempo que, acompasadamente, realizaba sutiles acercamientos a dos de las figuras más importantes del arte y de la poesía en aquel México: el autor de “La Sangre Devota” y el pintor de “La Criolla del Mantón”.
López Velarde y Herrán habían nacido en la provincia: el primero en Jerez, Zacatecas; el segundo, en Aguascalientes. Herrán en 1887, López Velarde en 1888. El pintor murió en 1918; el poeta en 1921. Amigos entrañables, ambos tuvieron una vida breve, ambos cabalgaron entre siglos y ambos construyeron una obra abierta hacia nosotros.
Quien haya leído la poesía de López Velarde y haya contemplado la obra de Saturnino Herrán, habrá comprendido que, herederos de un mundo simbolista o académico, los dos supieron remontar unas u otras dimensiones para edificar su propio hábitat.
No es extraño que ese hábitat sea hoy considerado “netamente mexicano”, aunque, en ciertos sentidos, pueda verse también como “netamente universal”. Pues, ¿cómo es ese hábitat? Relativamente autónomo: un ámbito que recupera la vida vivida en la infancia, el emergente erotismo, lo característico del terruño, una identidad trasplantada a la gran urbe, el influjo de los artistas admirados, las tonalidades del tiempo, el rostro tumultuoso y multiforme de México… ¿El italiano Dante y el mexicano Rulfo no son universales?
Marco Antonio Campos destacó la amistad que hermanaba al pintor y al poeta. Entresacó sus figuras de otras que las acompañaron en su contexto social como si jugara a recortar siluetas para luego colocarlas en primer plano: vimos así a López Velarde y a Herrán, sí, pero en medio de su ambiente, de sus familias, de sus amigos, de su obra respectiva. Y en este juego de enfoques y de vistas, el poeta conferenciante subrayó algunas coordenadas que atraviesan la poesía y la pintura de ambos artistas, citando de paso a Carlos Fuentes, quien ubicó la pintura de Herrán “entre lo decadente y lo decorativo”.
No hay tiempo ahora para comentar la aseveración de Fuentes, pero sí para hablar un poco acerca de uno de los rasgos que incumben lo mismo a López Velarde que a Herrán: el erotismo, presente en casi toda la obra de ambos. En el poeta, como un doloroso conflicto entre su formación religiosa y su cada vez más sublevada sensualidad; en el pintor, como una corriente irrefrenable que desemboca en “Nuestros Dioses”, ese extraordinario proyecto muralístico, pero ya evidente en obras como “La Leyenda de los Volcanes” o “El Rebozo”.
Criollo o mestizo, el evolutivo discurso poético y plástico de ambos artistas revela no sólo el genio de su búsqueda, sino también los hallazgos estéticos que –con los de otros- hoy constituyen para nosotros el complejo entramado de una identidad acaso ideal, de un afán de pertenencia alimentado a fuerza de trabajo, de disciplina y, por supuesto, de “talento… y algo más”.
En la “Nota Introductoria” del “Material de Lectura” (2009) de la UNAM dedicado a López Velarde, el poeta Hugo Gutiérrez Vega escribe: “Alejado de los místicos (su experiencia en el seminario de Aguascalientes le produjo una crisis religiosa de la que nunca se repuso) mezcla el erotismo cálido, anheloso, el lenguaje de la liturgia y de la teología. Paz descubre en esta mezcla, al igual que en la hecha por Baudelaire, los espesos elementos de lo blasfemo. Así, el poeta, en una obra temprana, dice a Fuensanta: “Nardo es tu cuerpo y tu virtud es tanta que en tus brazos beatíficos me duermo como sobre los senos de una santa.”
López Velarde no es sólo el “poeta civil” de “Suave Patria”, sino quien de verdad abre la poesía mexicana a la modernidad. Herrán no es, de ningún modo, un pintor “decorativo y decadente”, sino un artista que, para decirlo con una sola frase, dicha ya por Marco Antonio Campos en su charla, pintó tehuanas muchos antes que Frida y en cuyos lienzos y bocetos México palpitaba con lo mejor de sí, expresado en una técnica impecable.
Otra vez un poeta –Marco Antonio Campos- recupera para nosotros la obra de dos artistas irrepetibles, dos que deberíamos conocer y reconocer una y otra vez, incansablemente.