‘Manzanas de Sodoma’

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‘Manzanas de Sodoma’

Se escribe una sola obra, un solo poema, un solo cuento; se escribe por siempre un solo texto. Es una teoría que muchos defendemos. Fragmentos, astillas o ascuas encendidas se van acumulando para lograr una sola hoguera. La fogata entonces, será un fuego eterno, llamas vivas, pasión chisporroteante la  cual en su paradoja bíblica nos habrá de salvar o condenar. ¿A qué fuego nos estamos refiriendo?   

¿Al fuego del infierno: inextinguible, doloroso y destructor? ¿Al fuego del amor que purifica y libera? ¿Al fuego de la condenación como “llanto y crujir de dientes” –como se escribe textualmente en los Evangelios? ¿A qué fuego rehuir si hay uno, como el del purgatorio como tinieblas exteriores o como cárcel: atado y preso por la eternidad? El fuego destruye, borra “algo”, lo oculta; pero, también: purifica. Vamos, si el fuego tiene múltiples interpretaciones y símbolos, no menor es el influjo embriagador de una manzana. Su linaje es mítico, bíblico. Sus referencias son universales. Bajo su seductor sabor y lozanía se esconde su licor, su amargura, su decrepitud y su veneno. Nada es gratuito entonces. Y todo tiene que ver con todo. 

La novela, los buenos cuentos, las narraciones tienen mucho que ver en su concepción y génesis en las ciudades. Esos estamentos tan placenteros como demoniacos. ¿Es categoría moral? Absolutamente sí. La ciudad siempre ha sido una categoría moral por analizar: para divertirse y padecerla. Las dos cosas a la vez y sin contradicción de por medio. Y una de las ciudades pecaminosas y sin ataduras honorables por antonomasia, es la bíblica Sodoma. Y Gomorra. Ambas, destruidas por un Jehová colérico y vengativo a base de “azufre y fuego” (Génesis 19.24). 

“La violencia es muda”, ha dicho en su ensayo de proporciones centáureas, “El Erotismo”, Georges Bataille. Perturbador, habla de Sodoma y claro, del divino Marqués de Sade al abordarla éste en los “120 días de Sodoma.” Mansos. En la Biblia la mayoría de sus personajes son mansos, agobiados por el peso de un Dios que los escoge y les da tareas titánicas sin pedirles ni darles oportunidad de toma de palabra o decisión. 

Pero, si continuamos con Bataille y su línea argumentativa, éste habla de que hay hombres, tipos que castigados por un motivo que consideran “injusto”, no aceptan callarse. Tríada de elementos en el tablero y mesa de ajedrez: manzanas envenenadas, fuego como salvación y condena a la vez y su estadio ideal: la ciudad. Y claro, el gran hacedor, un creador, un poeta, un narrador. Un escritor.

Esquina-bajan

Ponga usted todos las unidades en un crisol humeante y tendrá el siguiente resultado: es el libro “Manzanas de Sodoma”, cuentos del escritor Armando Oviedo Romero (Ciudad de México, 1961, aunque avecindado en Saltillo en dos periodos de su vida. Recién nacido en la Aurora, Coahuila y luego, por espacio de dos años en la década de los noventa del siglo pasado. Y claro, Oviedo colaboró en estas páginas de VANGUARDIA) publicado por la Universidad Iberoamericana. 198 páginas. 

El libro se lee de un tirón y los personajes que pueblan sus historias son una banda de prófugos y exiliados de Sodoma. Sodoma la cual hoy aún existe: puede ser una vieja vecindad del Distrito Federal, esos microcosmos donde la infidelidad y el sexo de las colegialas se huele en cada morada; Sodoma como en el viejo texto de “El Callejón de los Milagros” (Egipto), de Mafuz. Sodoma es “Las Buenas Conciencias” (Guanajuato) escrito por Carlos Fuentes. Sodoma, esa ciudad la cual todos llevamos dentro, como Bartleby, el escribiente, de Hermann Melville o el gris oficinista que Oviedo deletrea milimétricamente, el cual se desplaza en el Metro defeño para desaparecer entre los rostros de otros miles de Bartlebys.

Los personajes de Oviedo Romero fueron desterrados de Sodoma. No aceptan del todo el castigo y se rebelan. Tan es así, que cientos de años después, aquí están, caminando entre nosotros por pluma y lápiz del fino narrador quien desde sus primeros textos (“De entrada por salida” y “En seres menores”) viene tejiendo una obra sólida y única, una misma obra plagada de lujuria, sexo, erotismo, pornografía y decadencia, motivos propios de este siglo. Como antes lo fueron de Sodoma y Gomorra.

Letras minúsculas

Oviedo Romero acaba de dictar un taller de cuento y narrativa en Torreón y pronto vendrá a Saltillo. Sus letras maduras, como una buena manzana.