Manifiesto de Bacalar

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Manifiesto de Bacalar

Ilustración: Vanguardia/ Esmirna Barrera

Luego de algunas sesiones mayormente desarrolladas en el Hotel Alkaki, que en lengua maya significa laguna de aguas dulces, un grupo de ambientalistas con liderazgo de todo el País se manifestó por el establecimiento de políticas y estrategias para fortalecer la conservación de la extraordinaria laguna de los siete colores.

A decir del empresario Arturo Arroyo, en el municipio de Bacalar –Pueblo Mágico en 2006– no hay equipamiento para recibir al turismo masivo y éste es altamente nocivo para la laguna por los nutrientes de humanos, porque restan sulfatos y carbonatos que permiten la existencia de estromatolitos, de acuerdo a la hidróloga Silvana Ibarra.

Como en la más burda historia de comunidades mexicanas en las que el manejo político partidista domina a la razón, en Quintana Roo, con la reciente experiencia de haber tenido un gobernador como Roberto Borge Angulo, sujeto que si estuviéramos en Costa Rica ya estaría en la cárcel, la parte sur del Estado se está vislumbrando como un área para desarrollarse turísticamente al estilo insustentable de Cancún y Playa del Carmen.

Grandes complejos hoteleros de propiedad extranjera que arrasan con los manglares, cuyos sistemas de drenaje se conectan con el agua del mar, han hecho de las playas norteñas de Quintana Roo paraísos en vías de extinción si se me permite hacer una analogía con las especies vivas –30mil por año– que están por desaparecer del planeta en 2018.

Con la energía de jóvenes profesionales incluyendo a empresarias como la presidenta de hoteles y restaurantes de Bacalar que nació ahí, a cuatro cuadras de la Plaza Principal, que comentaba, divertida, que experimentó de niña ir a la escuela en bicicleta sorteando serpientes y que entonces al ir a bañarse en la laguna encontraba tantos caracoles en su fondo que no se decidía cuál tomar (hoy esto caracoles están en peligro de extinción); y contando también con el conocimiento y experiencia de hombres y mujeres adultos, se examinó la delicada situación hídrica del acuífero de la península de Yucatán.

La gran precipitación pluvial en la península se infiltra en un 90 por ciento en el subsuelo dada la formación cárstica de la superficie, dirigiéndose hacia un sistema de ríos subterráneos que aparecen superficialmente sólo en cenotes y cuevas de los que se sustrae agua para consumo humano, para granjas porcinas y para el abasto de empresas cerveceras. Sin embargo, la mayor parte de los cenotes están contaminados.

De la zona de recarga de la península baja el agua de los ríos subterráneos hacia el sur de Quintana Roo, que es donde se localiza la laguna de Bacalar.

Los bacalarenses saben que tiene ante sí una laguna hermosa, pero que no disfrutan porque en los accesos a su litoral hay casas de profesores que fueron colocándose allí a partir de que hay una escuela normal en el pueblo. Pocas de estas casas tienen conectado sus aguas negras al drenaje, por lo que afectan la salud de la laguna.

Otro grupo de interés que hace compleja la problemática de la laguna de Bacalar son los ejidatarios que se han convertido en agentes inmobiliarios. Ellos se molestaron cuando les comunicaron que sus propiedades deberían estar en un área de conservación.

Pero el grupo de interés más dañino es el de mil 300 menonitas –10 por ciento de la población de Bacalar– que están practicando agricultura intensiva en la región de recarga del acuífero, lo que representa una mancha de devastación de la flora local superior a la mancha urbana del pueblo. Lo anterior, más el turismo insustentable que pretenden provocar hoteleros españoles, significa un peligro para una laguna que es sagrada y que todos los mexicanos debemos defender.