Usted está aquí
Mandé golpear a mi violador porque no confío en la justicia mexicana
Estaba inconsciente. Me violaste…
No, no me atrevía a usar esa palabra. Una violación ocurre en la banca escondida de un parque poco iluminado, o a manos de un tipo que pone algo extraño en tu bebida, o en un callejón, rodeada de extraños, a gritos, a forcejeos.
Tus amigos no te violan.
¿Denunciarlo? ¿Con qué pruebas? Ni si quiera lo recuerdo todo.
Recuerdo tan sólo aquello de lo que se hubieran burlado en una denuncia. Me pude imaginar esperando incontables horas en el Ministerio Público, embestida por la indiferencia de un sistema judicial obsoleto, que de acuerdo a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas de México, tan sólo consigna al uno por ciento de los agresores sexuales en el país. Casi podía escuchar a los policías repetir ese discurso que seguro tienen ensayado, en el que yo, de algún modo u otro, era la culpable.
Me imaginé diciéndole a mi padre que habían violado a su hija, que me acompañara a levantar una denuncia. Nos imaginé denigrados, mi familia destrozada, no sólo por el dolor de saber que alguien a quien aman había sido ultrajado, sino por todo el tortuoso camino que habríamos tenido que cruzar. Ahí está el caso de Paula Sánchez, quien a sus quince años, fue tan brutalmente atacada y violada que los siete hombres que lo hicieron creyeron haberla abandonado muerta. Al denunciar, Paula y su madre fueron humilladas por la sicóloga, la médico forense y los burócratas del Ministerio Público. Días después reconocieron a uno de sus agresores, quien sólo estuvo preso 24 horas. Ante la incompetencia y apatía de las autoridades, investigaron por su cuenta, lo que trajo consecuencias funestas. Recibieron amenazas y dispararon a su vivienda en varias ocasiones; durante la última, el padre de Paula murió de un ataque al corazón. Me desgarra saber que hoy siguen esperando justicia.
Para mí, denunciar fue inconcebible. Fue una decisión personal. Someterme y someter a quienes amo a un proceso legal en un país donde la violencia hacia las mujeres es la norma, no era una opción. Necesitaba encontrar otra manera de lidiar con ello.
Sólo tengo memorias esparcidas. Memorias borrosas, desde que junto con varios amigos llegamos a nuestro bar favorito, hasta que uno de ellos ofreció su departamento para seguir tomando. Tomamos varios tragos de tequila ahí, recuerdo que después fuimos a comprar más cervezas. Memorias revueltas, platicábamos de todo, de mi novio, de la novia del otro amigo presente, del amor, hasta de sexo. Me sentí segura entre dos de mis mejores amigos.
Recuerdo que cuando decidimos dejar de tomar e ir a dormir, mi otro amigo se quedó en la sala. Yo me dejé caer sobre la cama de abajo de una litera en la única habitación que había.
A la mañana siguiente desperté cuando tocaron la puerta desde afuera de la habitación. Abrí los ojos y lo primero que recuerdo sentir fueron sus brazos apretados sobre mí. Mi vestido estaba revuelto…