Maestros invisibles
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Maestros invisibles
Estamos rodeados, cercados, abrumados de maestros. Desde niños, desde la cuna y los pañales, hasta la mecedora o la banca de la plaza alguien nos toca, nos habla, nos mira con los ojos o con la sonrisa o con el gesto austero. Todos ellos son maestros sin darse cuenta o intencionalmente. Nuestro ser, nuestro cuerpo o nuestras ideas y creencias, nuestro comportamiento o nuestra información… nuestras relaciones se harán cercanas o temerosas, cambiarán, si aprendemos de esos maestros desapercibidos.
El aprendizaje es una interacción de personas. Oficialmente a uno de ellos lo llamamos maestro y al otro alumno, a uno le atribuimos el papel profesional de enseñar y al otro el de aprender. De esta manera limitamos artificialmente el proceso humano de aprender. Lo reducimos a conocer y ser expertos en las disciplinas académicas. Dejamos a un lado la magnitud del aprender a vivir y a ser humanos integrales.
Aprender es sinónimo de cambiar, asimilar, integrar a la propia persona los microcosmos de las innumerables experiencias que nos transforman a lo largo de la vida… sufrir y gozar, buscar y encontrar los modelos que nos sorprenden, las veredas que encaminan nuestra personalidad hacia su desarrollo. Creemos dogmáticamente que las palabras son el único vehículo –y por ello abusamos de ellas-. La experiencia de vivir nos dice que fueron las interacciones con los demás las que nos han enseñado las lecciones más importantes que nos guían cada día.
Tuvimos maestros oficiales que recordamos con gratitud, pero también recordamos a otros con indiferencia o resentimiento. Todo dependió de la clase de interacción que ellos tuvieron con nosotros, si fue amable o fue excluyente, si nos aceptaron con una sonrisa o nos ignoraron con su miopía.
Todo lo aprendemos: aprendemos a ser familia solidaria y amigable, o a ser una familia arisca y distante. La esposa es la maestra del esposo y el esposo es el maestro de la esposa, una enseña lo femenino, el otro lo masculino (whatever it means). La madre es la maestra de los hijos y el padre, aún sin darse cuenta, también es el maestro con su conducta o su silencio o su ausencia.
Las enfermeras, los médicos, las autoridades, los jueces, los fiscales y policías también son maestros que rescatan la vida humana y el orden social o también pueden ser los autores de la muerte, el deterioro social y la corrupción egocéntrica.
Los migrantes también son maestros que enseñan con su peregrinar una profunda lección de humanismo hasta ahora desconocida. Enseñan las fortalezas del espíritu humano, tan alucinado por el dinero y la tecnología. Enseñan que la esperanza de libertad es más fuerte que el miedo a la persecución, la marginación y a ser tratados como delincuentes peligrosos. Enseñan a no claudicar de su propósito tan personal como el acero de su carácter. Enseñan que no hay sufrimiento insuperable, que no hay soledad que no se agote, que no hay desprecios suficientes para asesinar la dignidad de su persona.
Estamos rodeados de maestros, pero necesitamos abrir los ojos y el corazón para poder aprender.