Madero y mi abuelo Apolonio

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Madero y mi abuelo Apolonio

No hemos sido ni somos ejemplares en materia de consumo responsable; hemos gastado negligentemente al patrimonio natural

¿Quién sería capaz de morir por alguien en estos tiempos? Esta pregunta la hice al inicio de mi discurso el pasado 22 de febrero en la ceremonia que se organizó a un costado del Palacio de Gobierno del Estado de Nuevo León por el 103 aniversario de la muerte del Paladín de la Democracia, don Francisco Ignacio Madero González. En estos tiempos de egoísmo que bien adjetivó el Papa Francisco en su reciente visita a nuestro país, nadie es capaz de morir por alguien o para dar seguimiento a la causa de un líder.

Francisco I. Madero y su familia eran muy queridos en su natal Parras de la Fuente. Mi familia paterna conocía bien a don Panchito -como así le decían- , porque los Gómez Cortinas apoyaban la explotación y comercialización del guayule (Parthenium argentatum), que era una actividad productiva que capitalizaron los Madero ya que este arbusto tenía demanda internacional porque de ella se extrae látex y goma útiles en la fabricación de llantas y muchos otros productos. Ciertamente en esa época había muchos mexicanos en Coahuila trabajando en condiciones de esclavitud.

Mi abuelo Apolonio Gómez Cortinas nació en 1892 en Parras de la Fuente, Coahuila, y era 19 años menor que don Francisco quien había nacido en esta misma localidad el 30 de octubre de 1873. Entre integrantes de mi extensa familia paterna aún se sigue compartiendo la historia de que el abuelo y sus hermanos veían que por las noches en la residencia de los Madero, había una habitación iluminada con quinqués en donde la gente del pueblo aseguraba que se realizaban sesiones espiritistas. Esta práctica se ha documentado por algunos escritores como C.M. Mayo en su libro “Odisea metafísica hacia la Revolución Mexicana. Francisco I. Madero y su libro secreto, Manual espirita”.

Luego de que Madero fuera victimado como culminación de los acontecimientos de la Decena Trágica, mi abuelo, inspirado en el ejemplo del prócer coahuilense decidió sumarse al movimiento de la Revolución Constitucionalista uniéndose a las tropas de Francisco Villa bajo las órdenes del general Eugenio Aguirre Benavides en la Brigada Zaragoza. El famoso “Centauro del Norte” era un hombre mayor que mi abuelo 14 años. Madero y Villa eran prácticamente “de la edad” y Apolonio y muchos de los efectivos de los ejércitos de entonces tenían un promedio de veinte años.

Don Francisco I. Madero presidió México de noviembre de 1911 hasta su muerte. Sólo un año cuatro meses duró su gestión pero su ejemplo perdura hasta nuestros días porque a pesar de que se le ha mostrado en películas que recrean la historia de la revolución mexicana como un hombre débil, de baja estatura y de personalidad gris fue un ser humano impulsado por los valores de la democracia participativa y eso lo hace un líder enorme.

En la actualidad, ¿cuántos jóvenes de veinte años estarían dispuestos a luchar por un ideal? Ya no jóvenes dispuestos a morir por una causa, simplemente dispuestos a luchar por un propósito superior: No conozco a ninguno.

Los paladines anónimos de las causas sociales se han ido muriendo, personas como Alfredo Gracia Vicente, Romelia Domene de Rangel Frías, Yolanda Rodríguez y Pedro Gómez Danés.

Nos corresponde a los que integramos la llamada Generación X (los nacidos de 1960 a 1979) hacer algo para despertar el interés de los jóvenes de la Generación Y (los nacidos del año 1980 hasta el año 1999) y de los niños y adolescentes de la Generación Z (los nacidos del 2000 en delante). Esta información de las generaciones me lo compartió hace unos días el doctor Lorenzo López Barbosa catedrático de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro y resulta interesante la vinculación entre paradigmas ambientales y cada generación.

Los adultos que formamos parte la llamada Generación X, no hemos sido ni somos ejemplares en materia de consumo responsable, más bien ya hemos gastado negligentemente parte del patrimonio natural que corresponde a los hijos de nuestros hijos. Hoy como un propósito superior que aunque no signifique una revolución armada puede significar una revolución del pensamiento, debemos medir los impactos de nuestros actos pensando en aquellos seres humanos que no han nacido.