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Made in USA

Pensar que trump es un ignorante es tan ingenuo como creer en su discurso. y comprarle el discurso significa creer en la viabilidad del muro

DALLAS, Texas.- Hoy se juegan aquí las semifinales. Nuestros vecinos del Norte eligen a los candidatos de sus respectivas potencias políticas: La Conferencia Nacional (Clinton vs Sanders) y la Conferencia Americana (Trump vs Everyone else).

Claro que si de dar la nota se tratara, ya podría el magnate republicano ir escogiendo el nuevo tapiz para la Casa Blanca. Aun así, como objeto de estudio el tipejo es inestimable.

¿Qué carajos es Donald Trump? ¿Acaso un demencial líder mezcla de Stalin y Lex Luthor? ¿Un potencial dictador? ¿Un tirano racista, xenófobo y autócrata, capaz de guiar a su nación en una loca cruzada por la pureza racial que dejaría perplejo al tío Adolph? Para nada, lo más probable es que la estrella del reallity televiso “El Aprendiz”, no sea más que una enorme bola de aire caliente.

Incluso, nuestra preclara Secretaria de Relaciones Exteriores se equivoca -y por mucho- en su apreciación sobre el odiosísimo Trump, en el sentido de que sus declaraciones son evidencia concluyente de su republicana ignorancia.

Ni ignorante, ni dictador orate, quizás ni siquiera es particularmente racista (no más que el norteamericano promedio, no más que el común de nosotros, los buenitos mexicanos).

El multimillonario del copete imposible inició su carrera rumbo a la Presidencia de los EU con todas las probabilidades en contra, sin embargo, hoy está a nada de conseguir la candidatura de su tenebroso partido. ¿Y cómo fue que semejante chiste se salió de control hasta convertirse en seria opción electoral?

La clave para Trump era conseguir conectar con las emociones de un segmento de los electores (el segmento más retrógrada, por cierto) y así echárselos a la bolsa. El truco consistió en declarar abiertamente lo que el gringo piensa pero no se atreve a externar porque más tardaría en decirlo que en ser crucificado con un rótulo de KKK.

Para un precandidato que no tiene nada que perder (es multimillonario, recuerde) y en cambio mucho que ganar, la relación costo/beneficio estaba más que clara: El pasarse de bocón, hacer señalamientos raciales, promover un muro fronterizo, revivir el Destino Manifiesto y hasta ponderar a su propia hija como el fetiche de sus fantasías eróticas, le valdría el ser despedazado por los analistas, la opinión pública internacional, sus adversarios y la gente medianamente pensante. Sí, pero ¿y los votantes?

Está visto que hacer efervescencia con los peores sentimientos del pueblo norteamericano logró reposicionarlo hasta la delantera en las preliminares.

¿Entonces Trump es un genio? ¡Tampoco! El güero-bolillo de los pelos necios no inventó el hilo negro (aunque sin duda sabe como zurcir con él).

No nos resulta nuevo, ni en absoluto ajeno. La política mexicana sencillamente no se entendería sin este ingrediente que, por cierto, se llama demagogia. Incontables veces hemos desmenuzado en esta columna el concepto de demagogia en la esperanza de que, a base de tanto repetirlo, aprendamos a reconocerla y la evitemos como a la peste.

La demagogia es peligrosísima porque apela a nuestras emociones, no al intelecto. Por ello debemos estar alerta, para que una vez que se nos presenten estas tentaciones neuroquímicas evitemos caer en estas primitivas apetencias.

Explotar el miedo que permanentemente embarga a los gringos (miedo a un color distinto de piel, miedo a otras lenguas, otras culturas) es un recurso viejo, barato, muy básico pero efectivo a no dudar. Inventarse un culpable, agarrar el micrófono para azuzar a las masas diciéndoles que la cosa se va a poner peor si no hacemos algo y que una buena manera de protegerse es regalándole su voto a quien les habla porque él sí los va a defender (después de todo, es lo bastante valiente para “tirar netas”, “decir las cosas como son”), es –después del temor a Dios-la forma de manipulación más antigua en la historia de la humanidad.

Pero ni lo primitivo, ni lo burdo de la receta han hecho que ésta caiga en desuso, y es que no pierde un ápice de efectividad porque, después de todo, el ser humano cambiará de teléfono inteligente cada dos años, pero en lo emocional no ha evolucionado nada en los últimos dos millones de años.

¿Qué está haciendo Trump que no haya hecho cualquier político mexicano hasta el hartazgo, sino sacar lo peor de nosotros y capitalizarlo en las urnas?

Pensar que Trump es un ignorante es tan ingenuo como creer en su discurso. Y comprarle el discurso significa creer en la amenaza islámica, la viabilidad del muro y que lo que está en juego es la democracia y la libertad.

Ello no es muy distinto del que se deja engatusar con el embuste de quien lo va a rescatar de la pobreza con despensas y otros enseres regalados, el que cree que el Gobierno mejor armado es el que mejor lo protege de la inseguridad, el que es seducido por la promesa facilona de que el desarrollo es asequible sin una reforma estructural.

Gringos o mexicanos, desarrollados o tercermundistas, demócratas o republicanos, de izquierda o de derecha, la demagogia es la misma en cualquier latitud, nos exhibe timoratos, enajenados y, por supuesto, ignorantes. Y aquel que la explota es cualquier cosa, excepto un idiota ignorante de lo que dice o hace, así se apellide Trump o Moreira.