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Los viajes de López Obrador y de Luis Echeverría. Una comparación
El presidente de México acaba de estar en Washington en su primer viaje fuera del País. El motivo fue la reciente firma del T-MEC entre México, Estado Unidos y Canadá. Viajó en avión comercial, acompañado de cuatro personas de su gabinete, 12 periodistas y asistentes. A propuesta del gobierno de Estados Unidos, fueron invitados algunos empresarios mexicanos que viajaron por su cuenta y en Washington se reunieron con él en una cena, junto con el presidente Trump y sus invitados. Su esposa no lo acompañó.
En épocas pasadas, en los viajes al extranjero de los presidentes mexicanos, llevaban a un gran séquito de acompañantes, con el mayor lujo posible y dispendio en comidas, bebidas y otras cosas, siempre una fiesta para los viajeros. A pesar de las crisis económicas en el País, las medidas de austeridad del Gobierno Federal eran una farsa. Y la Oficina de la Presidencia de la República era el ejemplo.
Durante su sexenio, Peña Nieto realizó un total de 83 viajes al extranjero, Felipe Calderón efectuó 81, Vicente Fox 63. Pero el que considero rompe récord es Luis Echeverría (1970-1976). Llamó la atención durante su mandato –además del gran número de viajes que llevó a cabo al exterior del País– el dispendio, la falta de educación en diplomacia multilateral y una marcada megalomanía.
A mediados de 1975, Echeverría realizó una larga gira que duró mes y medio por tres continentes, incluyendo el Medio Oriente (Kuwait, Arabia Saudita, Egipto, Israel y Jordán). En el mes de abril, los medios escritos y la televisión de Israel informaron que el presidente mexicano visitaría ese país en junio. Varios días antes de la llegada del mandatario, llegó a Israel un avión con personal mexicano y viandas para la comida que el presidente Echeverría ofrecía al Primer Ministro, al Presidente de Israel y a embajadores de todos los países representados y a funcionarios del gobierno israelita.
El grupo que antecedió al Presidente, comprendía cocineras y cocineros, meseros y mariachis. Para la comida que se ofreció en Jerusalén, algunas mujeres, que vestían trajes típicos de Oaxaca, empezaron a hacer las tortillas a mano un día antes. El salón se arregló con jaulas de carrizo, listones de colores y figuras de papel.
El menú a escoger fue arroz a la mexicana, arroz blanco, mole colorado, guisado de puerco, carnitas, pollo en varias salsas, cabrito en salsa y al pastor, menudo, barbacoa y frijoles charros; además agua de horchata, de Jamaica, de mango, de sandía y de melón. En cada una de las mesas –que estaban cubiertas con manteles de colores que semejaban un clásico rebozo mexicano– se colocó en el centro un plato de barro con dulces variados: biznagas, camotes en dulce, pasteles de manzana, bolas de coco de diferentes colores, jamoncillos y otras cosas.
A la comida asistieron 600 comensales (400 invitados –entre los que estábamos mi esposa Gloria y yo, que entonces realizábamos nuestro doctorado en Israel– más los 200 mexicanos que acompañaron al Presidente durante todo el recorrido de 42 días). Tuvimos la oportunidad de platicar con algunas personas que acompañaban al Presidente y nos decían que hasta ellos estaban sorprendidos de la invitación. Eran empresarios de diferentes niveles y profesionistas en general que estaban sorprendidos por el lujo y dispendio durante todo el viaje. Sin lugar a duda la comida fue una verdadera fiesta mexicana muy colorida, acompañada por música de Mariachis.
A todo este folclore se sumó el comportamiento del mismo Presidente. La comida estaba programada para las 3 de la tarde, pero el Presidente mexicano llegó a las 6. Su retraso se debió a que quería pararse en cada pueblo, comunidad o kibutz por el que atravesaban. Un conjunto bailable típico israelí, que vieron en el camino, les gustó tanto a él y a doña Esther Zuno que se pusieron a platicar con ellos y los invitaron a México para que los conocieran en nuestro País: un tour de tres meses, todo pagado por México.
Al llegar al salón donde sería la comida, cuatro mexicanos lo esperábamos, junto con el embajador mexicano. El Presidente se puso a platicar con cada uno de nosotros, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Después de un momento, levantó la mano haciendo un llamado y rápidamente se acercó el jefe del Estado Mayor Presidencial con un gran maletín negro. El Presidente le indicó que nos diera mil dólares a cada uno. Nos quedamos completamente sorprendidos y, agradeciéndole le dijimos que no era necesario, a lo que nos contestó: “Yo también sé lo que es estar fuera del país”. Y, sin más, se retiró y entró al salón donde lo recibieron parados y con aplausos.
Al terminar la comida se le acercó un grupo de jóvenes mexicanos que estaban tomando un curso de tres meses. El general del Estado Mayor recibió la orden de entregar a cada uno 500 dólares. Éste los sacó del mismo maletín negro y los repartió sin ningún comprobante de recibido.
Con este ejemplo podemos apreciar las diferentes maneras de gobernar este país. Lo que acabamos de ver en Estados Unidos fue un jefe de Estado que llevó a la mismísima Casa Blanca el orgullo, el patriotismo, la historia y fortaleza de un pueblo que no agacha la cabeza y ve a su homologo a los ojos, de tú a tú; un verdadero hombre de estado.
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Rodolfo Garza Gutiérrez