Los últimos días de Venustiano Carranza desde la perspectiva del general Francisco Murguía

Amenazado por la conspiración de Álvaro Obregón el gobierno de Carranza buscó refugio en Veracruz, en una fatídica persecución donde siempre tuvo a su lado al general Francisco Murguía, cuya nieta, Mercedes Murguía, nos contó esta historia
Venustiano Carranza juntos a los generales Pablo González, a su derecha, y Francisco Murguía, a su izquierda. / Fotos: Omar Saucedo/VANGUARDIA

Todavía cien años después del inicio de la Independencia de México el país seguía en construcción y la Revolución que acabó con el Porfiriato inauguró otro sangriento periodo en la historia del país, uno en el que sucedió un episodio de traición y al cual conmemoramos en este jueves 21 de mayo.

Tras la promulgación de la Constitución de 1917 y de haber acabado con los levantamientos en armas de villistas y zapatistas el gobierno de Venustiano Carranza, electo ese mismo año, parecía haber atado todos los cabos de la lucha iniciada en 1910 pero la lucha por el poder continuaba y de entre sus allegados surgió una nueva conspiración para tomar el control del país.

El general Álvaro Obregón, leal a Carranza desde la lucha contra Victoriano Huerta, promulgó el Plan de Agua Prieta el 23 de abril de 1920 —con las elecciones a la vuelta de la esquina—, donde desconoció al gobierno del coahuilense por querer imponer al candidato Ignacio Bonillas como su sucesor en la presidencia, movimiento que recibió apoyo de muchos puntos en México y orilló al presidente a mover su gabinete desde la Ciudad de México hasta Veracruz, donde creyó encontraría protección con su yerno, el gobernador Cándido Aguilar.

La artista Mercedes Murguía, nieta del general, junto a una retrato que hizo de él.

El general que lo acompañó hasta el final

Mercedes Murguía es conocida en Coahuila como una prolífica pintora y retratista de gran trayectoria, pero su hogar en el Pueblo Mágico de Arteaga resguarda más que su patrimonio artístico pues, como nieta del general Francisco Murguía, atesora imágenes, documentos y otros recuerdos que cuentan otro aspecto de la Revolución Mexicana, uno pocas veces difundido.

Ahí fue donde nos recibió y donde nos relató la versión de los últimos días de Venustiano Carranza, en medio de una persecución fatídica, así como su abuelo se lo contó a su padre y tíos y como estos se la contaron a ella y sus hermanos.

“Ya se acercaba el fin del gobierno de Carranza y siempre se creía que iba a apoyar a Álvaro Obregón, por ser de su ejército, o a Pablo González, por ser coahuilense y de sus confianzas”, contó, “mi abuelo no era político, era un guerrero, él estuvo a un lado de don Venustiano Carranza quitándole lo que le estorbaba para poder primero establecer y sobre todo crear una constitución”.

El general Murguía con su familia. El niño más pequeño es el padre de Mercedes Murguía.

Mencionó que la intención del general Murguía, al ver que comenzaban a surgir estas grillas y conspiraciones políticas, era retirarse a la hacienda de su familia, Majoma, en Zacatecas, a cultivar sus tierras, pero Carranza le negó la petición y aunque le dio permiso de volver a casa le pidió permanecer al pendiente.

“Los primeros de mayo, en la hacienda ya había teléfono, a veces fallaban pero tenían una cercana estación, La Colorada”, continuó, “le mandan un propio de la telefónica. El general andaba en sus parcelas, va a caballo a contestar el teléfono, era de parte de la Presidencia, que urgía que se presentara, lo más pronto posible”.

Fiel a Don Venustiano Murguía alistó a “La Leona”, su tren militar, el cual fue abandonado por los villistas cuando fueron derrotados en León, Guanajuato, el 5 de junio de 1915 y que pasó desde entonces a manos de las fuerzas de la Constitución, y se dirigió a la capital.

La Leona, el tren que abandonaron los villistas cuando perdieron en Guanajuato y que sirvió a las fuerzas de Murguía.

La persecución al convoy

El 7 de mayo, con las fuerzas de Obregón y de De la Huerta cercándolos, un convoy de trenes, entre los que apoyó “La leona” y que dirigía el tren “El dorado”, donde iba Carranza, partió de la Ciudad de México rumbo a Veracruz, cargados no solo de militares, sino también de civiles, tanto los funcionares del Gobierno de México como de sus familias, para instalar las oficinas allá, escoltados siempre a caballo por Murguía y su comitiva.

“Creo que eran 4 mil efectivos los que llevaba el ejército de mi abuelo y eran entre 20 y 22 trenes donde transportaban todo el gobierno”, mencionó la artista, “dicen que cuando estaban en la estación Buenavista, en la preparación que duró tres o cuatro días, la gente era tanta que no encontraban su tren, que estaba a tres o cuatro kilómetros y tenían que irse caminando a buscarlo con sus cosas”.

“El primer ataque fue en la Villa de Guadalupe, pero los otros vieron que sí tenían bastante guarnición y corrieron”, agregó, “ya ves lo despacito que son las máquinas, la carga que llevaban. Don Venustiano le dio el cargo a mi abuelo de Jefe de la Columna Expedicionaria de la Legalidad”.

Águila que coronaba la máquina de "La leona", ahora en posesión de la familia Murguía.

Durante este recorrido los ataques no cesaron, al grado de que incluso mandaron una “máquina loca”, cargada de explosivos, en la estación de Teotihuacan, que provocó bajas en unos de sus trenes y comenzó así la deserción entre los miembros del convoy.

En la estación de Aljibes, Puebla, no encontraron agua para continuar operando las máquinas a vapor y además, más adelante, las vías habían sido deshechas; se pensó que aquí terminaría todo luego de que fueron atacados nuevamente pero las fuerzas de Murguía repelieron a las agresores y Carranza ordenó continuar a pie y a caballo, permitiendo que quienes así lo desearan regresaran a la capital con banderas blancas.

 

A pie entre lo desconocido

“La familia de Murguía, como otras familias, siguieron con ellos, con Carranza, a caballo de a dos o tres gentes”, contó, “siguieron con guías, por el monte hacia Veracruz, llevando la idea de dónde podían también ocultarse, que fuera más difícil para los enemigos encontrarlos”.

Sin embargo, la temporada de lluvias no les ofreció el mejor de los tiempos para atravesar las sierras poblanas. Entre lodazales y la incapacidad de descansar debidamente el grupo fue mermando más y más hasta que en Zacatepec la familia Murguía y otros civiles abandonaron la expedición, que continuó solo con algunos hombres armados, generales, incluyendo a don Francisco, y los principales oficiales del gabinete de Carranza.

Bajo estas precarias condiciones el viaje prosiguió hasta que cerca de Tlaxcalantongo al grupo se aproximó el general Rodolfo Herrero, quien apenas hacía unos meses se había probado su fidelidad al carrancismo y conocía el lugar.

La traición en la serranía

Herrero los guió por los pueblos de la Huasteca con la intención de arribar a Tlaxcalantongo, descansar mejor que en los otros días y continuar para llegar a Veracruz pero este general, cuenta Mercedes, iba luciéndose y halagando de tal manera a los carrancistas que en lugar de ganarse la simpatía de muchos consiguió lo contrario y el general Murguía fue uno de ellos.

Llegaron a este poblado, ubicado en una pequeña meseta en medio de la sierra, rodeado por despeñaderos, la tarde del 20 de mayo. Herrero eligió para el presidente una de las chozas diciéndole “este será por ahora su Palacio Nacional”.

Alrededor de las 10 de la noche, Herrero aseguró que su hermano había sido herido cerca de ahí y tenía que ausentarse por ello. Carranza le dio permiso de ir a auxiliarlo y hasta le entregó suministros médicos. 

Murguía aconsejó no desensillar los caballos y recomendó al presidente continuar el viaje cuanto antes, pero este último, consciente del cansancio de sus hombres, se negó y ordenó continuar en la mañana del 21 de mayo.

“Mi papá estaba afuera de la puerta de Don Venustiano”, contó, “no desensilló a su gente. A las 3:20 de la madrugada. Herrero sabía dónde estaba el presidente y a esa hora se escucharon las descargas, derechitas, por la parte de atrás de la choza, donde estaba él. Habiendo tantas personas al único que mataron fue a don Venustiano”.

Encuentro entre Murguía y Herrero en los tribunales, luego de la muerte de Carranza.

El general Murguía y sus hombres reaccionaron inmediatamente pero la persecución de los bandidos fue fortuita, no conocían el terreno y pronto los perdieron.

Que viva Peláez y que viva Obregón, gritaron los que los mataron”, contó la artista, “luego regresaron y les robaron todo, sus cosas, hasta la montura”.

El cuerpo de Carranza fue llevado a la Ciudad de México y Obregón buscó la manera de hacer pasar su muerte como un suicidio pero poco logró, aunque aún hay fuentes que así lo señalan.

“En la necropsia el doctor que le ordenaron decir que había sido un suicidio escribió la verdad. Cinco balas, una hasta en un dedo, y en una pierna. Lo primero que quiso hacer Carranza cuando lo atacaron fue levantarse y solo pudo decirle a sus ayudantes ‘no me puedo levantar’”.

Luego de estar un tiempo en la cárcel Murguía huyó a Texas, pero la traición a Carranza seguía impune y regresó a México en 1921, promulgó el Plan de Saltillo, donde desconoció a Obregón y señaló la increíble cantidad de muertes en sus manos. Sin embargo, poco fue el apoyo que recibió y en 1922, en Durango, fue apresado y fusilado, víctima de una lucha de poder que ocho años después, en medio de la Guerra Cristera, terminaría también en sangre.