Los sueños sueños no son
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Los sueños sueños no son
Don Abundio soñó una vez que en el fogón de la cocina de su casa había dinero enterrado. Lo tumbó todo, y nada. Escarbó luego en el lugar donde el fogón había estado, y nada. Se llamó a sí mismo pendejo y dijo:
–Eso me pasa por hacer caso de los sueños
.
Años después don Abundio vendió esa casa. El nuevo dueño quiso hacerle un arreglo a la campana del fogón. Cuando le dio el primer golpe para quitar el enjarrado cayó un largo chorro de moneditas de oro.
La esposa de don Abundio, doña Rosa, lo llamó pendejo y dijo:
–Eso te pasa por no soñar bien los sueños que sueñas.
Yo opino que la realidad tiene más de sueño que los sueños. Eso de interpretar los sueños es muy fácil. Hasta en las kermeses de los colegios de monjitas hay una señora que se viste de húngara y te explica el sentido de lo que soñaste, y luego te adivina el porvenir. Freud llegó a ser un maestro en la interpretación de los sueños. En un museo de Viena vi el diván en que ese sabio señor acostaba a sus pacientes a fin de que le contaran sus sueños. Húmedos deben haber sido muchos de esos sueños, a juzgar por el estado en que se ve el diván.
Columbo, el genial detective de eterno puro y astrosa gabardina representado por el actor americano Peter Falk, descifró en modo magistral un famoso caso de homicidio. Un individuo amaneció muerto en su cama, y su esposa dijo que el desdichado había muerto del corazón. La mujer le contó a la policía que esa noche su difunto marido había soñado que era un noble en tiempos de la revolución Francesa, y que lo iban a guillotinar en la Plaza Vendóme. Fue tal la impresión que esa pesadilla le causó que sufrió un infarto fulminante y murió en el sueño.
Esas tres palabras: “en el sueño”, delataron a la mujer. ¿Cómo pudo saber ella, pensó el perspicaz Columbo, lo que su marido había soñado, si murió sin despertar, y por lo tanto sin contar a nadie el sueño que había tenido? Luego se descubrió que la esposa había asesinado a su marido como venganza porque éste le daba todos los días una patada al gato. La criminal mujer le administró a su esposo una fuerte dosis de veronal, sustancia que no deja ninguna huella en el organismo aparte de un fuerte tufo que impide que los médicos legistas puedan acercarse a hacer la autopsia. El genial detective arrestó a la mujer, y el fiscal pidió para ella ocho cadenas perpetuas. Sin embargo un hábil abogado la sacó inocente tras convencer al jurado de que el juez estaba loco.
Por eso yo disiento –con el mayor respeto– de don Pedro Calderón de la Barca. En su poderoso drama “La vida es sueño” –cuyo monólogo aprendimos de memoria los alumnos de Memo Meléndez– dice el gran literato que los sueños sueños son. Yo digo que los sueños sueños no son. La realidad sí, pero los sueños no.
Sintamos respeto por los sueños. A lo mejor estamos en uno.