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Los porqués
Hay tantas preocupaciones, proyectos, carencias, ideas y prisa que a veces hacemos que las cosas sean más complejas de lo que deberían. Los problemas no se acaban, al contrario, tan pronto resolvemos unos tenemos otros en lista de espera. Creemos tener las mejores herramientas para solucionarlos, cada quien en su campo de acción. El mundo está repleto de información que se puede usar para cualquier cantidad de fines, pero parece que muchos hemos dejado de usar las “técnicas” más sencillas para entender y solucionar problemas o situaciones cotidianas. En la familia, escuela o trabajo, siempre habrá temas que no entendemos o que creemos entender y empezamos a resolver antes de entender bien. En este último caso, cuando empezamos a resolver el problema sin entenderlo, tal vez nos pueden dar una medalla de esfuerzo, pero difícilmente nuestro empeño y dedicación rendirán frutos. Esta situación no es muy diferente a la tradicional piñata mexicana. Tenemos los ojos vendados, nos acaban de dar vueltas hasta marearnos y tratamos de golpear un blanco –la piñata– que no está fijo y que es manejado por alguien que ni está mareado ni trae los ojos vendados. Vamos a tener una efectividad bastante limitada y en un golpe de suerte tal vez la piñata nos arroje unos cacahuates.
Así es, parece que una de las carencias que tiene nuestro País (a nivel ciudadanos y gobierno) es la capacidad de analizar y usar ese análisis para solucionar problemas o por lo menos para plantear posibles soluciones. Nos hemos acostumbrado a escuchar que hay analistas financieros, políticos y sociales que son entrevistados y que frecuentemente opinan a través de los medios en su calidad de “intelectuales” o “expertos”. Se ha creado una imagen de sabiduría absoluta alrededor de estos analistas que nos puede hacer pensar que sólo ellos pueden opinar, sugerir, proponer y criticar lo que sucede en el País o en el mundo. Pareciera como si la verdad y la iniciativa fuesen muy escasas y hubiesen sido repartidas solamente entre esas cuantas decenas de iluminados. Ellos no tienen la culpa, la culpa es nuestra por no tomar la iniciativa (mucha o poca) que tenemos y aprovecharla para convertirnos en analistas (dentro de nuestras capacidades y áreas de influencia) de la realidad.
Sí, necesitamos tener primero iniciativa y el análisis empezará tan pronto nos empecemos a preguntar ¿por qué? Probablemente algunos de ustedes han convivido recientemente con un niño o niña de 3 a 4 años como para darse cuenta de que nacemos con el deseo, casi por instinto, de respuestas y que eso es parte de un análisis básico de lo que nos rodea. Nosotros los adultos desestimando lo que un niño de 3 años pueda estar pensando, simplemente tratamos de torear sus frecuentes (muy frecuentes en ocasiones) preguntas que inocentemente hacen para entender quiénes son, qué hacen aquí y qué es lo que sucede en su contexto. No sé ustedes, pero yo le he contado a mi hija (de 3 años) hasta 17 preguntas seguidas sobre un mismo tema. Lo sorprendente es que las preguntas no son diferentes y son de sólo seis letras: ¿por qué? En más de una ocasión he caído en el error de aplastar su deseo de análisis con respuestas como “porque sí” o “porque así es”, para después darme cuenta de que lo único que ella estaba haciendo era analizar para entender. No sé si soy el último en darme cuenta, pero realmente es impresionante que un niño tenga más curiosidad por entender lo que pasa, ve o escucha, de la que el promedio de los adultos tenemos. Me parece que no sólo es un dato curioso, sino que es un buen ejemplo que debemos seguir para que cada quién entienda mejor sus problemas y situaciones personales, familiares o laborales; pero también es una forma de convertirnos en analistas políticos, económicos o sociales de lo que nuestras autoridades hacen o dejan de hacer. Debemos recuperar nuestro derecho a la pregunta y reestrenarlo con una dosis medianamente fuerte de ¿por qué?
Imagínense a cada uno de nosotros convertido en analista de lo que nuestro diputado local, alcalde, gobernador, congresista o presidente hace. Cada vez que uno de estos ilustres y casi todopoderosos personajes digan o hagan algo, podremos preguntarnos ¿por qué? y nos acercaremos a entender sus intenciones e intereses. Yo los invito a hacer un ejercicio por unos días, al ver los noticieros o leer los periódicos, y que actuemos como niños y niñas de 3 años y usemos la mayor cantidad de veces el arma del ¿por qué? hasta entender cada tema y convertirnos en un País de “analistas de a pie”, porque entre más entendemos, más difícil es que nos vean la cara. Cuánta razón tenían aquellos que dijeron: “Preguntar no empobrece” o “Más vale preguntar que quedarse con la duda”.
*Estas líneas fueron publicadas de manera prácticamente íntegra en este espacio en junio de 2002.