Los parásitos del Titanic

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Los parásitos del Titanic

Foto: Archivo

Hay elecciones el próximo año. Habrá de todo: candidatos independientes, empresarios, políticos con licencia. La lucha de poder no tiene ideología. 

El malestar social es evidente, los ciudadanos hace mucho tiempo que ya no creen en los partidos ni en los políticos que los representan.

“Hay una crisis de las ideologías y de los partidos: alguien ha dicho que estos últimos son ahora taxis a los que se suben un cabecilla o un capo mafioso que controlan votos, seleccionados con descaro según las oportunidades que ofrecen, y esto hace que la actitud hacia los tránsfugas sea incluso de comprensión y no ya de escándalo. No sólo los individuos, sino la sociedad misma vive en un proceso continuo de precarización”. 

Hemos llegado casi al punto en que las personas que salen a votar son las que tienen un puesto en la burocracia o esperan obtener un beneficio de ella. Hay tres tipos de habitantes, los que viven de lo que les da el Gobierno, los que trabajan en el Gobierno y los que trabajan para mantener a los dos primeros. 

“Una fase en que el estado, en vez de proveer el bien común, se convierte en parásito de la población, que sólo busca su propia supervivencia y cada vez da menos y exige más”. 

Los ciudadanos cambian de opinión tres veces al día y votan en represalia a las acciones que les molestan del Gobierno en turno. Es el movimiento ciudadano de indignación: saben lo que no quieren, pero no saben lo que quieren. Actúan, pero nadie sabe cuándo ni en qué dirección, ni siquiera ellos. 

Vivimos el “síndrome del Titanic”, caracterizado por una contagiosa euforia en pleno naufragio del país. Una parte la población que todavía no se ha visto afectada por la crisis agota sus ahorros y acelera el ritmo de sus gastos, consumiendo más de lo necesario, dándose ciertos caprichos, vacaciones, etc.  

La crisis no es sólo económica, es una crisis política, una falla en el poder derivada de la incapacidad de llevar a cabo lo que debe hacer.

Las ciudades se convierten en botes de basura en los que los poderes globales arrojan los problemas que ellos crean y que buscan solución. Ejemplo, la migración es un fenómeno global que no es creado por ningún Alcalde o Gobernador, aunque sí les toca lidiar con ese problema. 

Lo que puso en movimiento a esas personas fue el impacto de unas fuerzas globales que las privan de sus medios de subsistencia y las obligan a moverse para no morir. 

Dice Bauman que la crisis del Estado se debe a esas fuerzas globales: “¿Qué libertad de decisión conservan los estados nacionales frente al poder de las entidades supranacionales? Desaparece una entidad que garantizaba los individuos la posibilidad de resolver de una forma homogénea los distintos problemas de nuestro tiempo, y con sus crisis se ha perfilado la crisis de las ideologías, y por tanto de los partidos, y en general de toda apelación a una comunidad de valores que permitía al individuo sentirse parte de algo que interpretaba sus necesidades. Con la crisis del concepto de comunidad surge un individualismo desenfrenado, en el que nadie es ya compañero de camino de nadie, sino antagonista del que hay que guardarse. 

Este “subjetivismo” ha minado las bases de la modernidad, la ha vuelto frágil y eso da lugar a una situación en la que, al no haber puntos de referencia, todo se disuelve en una especie de liquidez. Se pierde la certeza del derecho -la magistratura se percibe como enemiga-y las únicas soluciones para el individuo sin puntos de referencia son aparecer sea como sea, aparecer como valor, y el consumismo. 
Ante la crisis de los estados, se requieren nuevos modelos de Gobierno en los que el ciudadano realmente participe en la toma y ejecución de las decisiones. 

jesus50@hotmail.com Columna: