Los niños están locos

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Los niños están locos

Ver la infancia es ver una estrella fugaz, cuando volteamos el niño ya creció, el sueño se ha ido. Así es la infancia, bella como un sueño.

El mundo que les toca vivir hoy a los niños es un lugar agresivo y acelerado. Cada vez se le piden al niño más habilidades a edades más tempranas. Esto le genera una carga de estrés, de enfermedades.

La sobrecarga de actividades, la exposición temprana a experiencias y tareas pretende forzar la madurez. Lo que hacen es quitarle la inocencia al niño y privarlo del juego, de la reflexión, la contemplación, que para muchos son pecados de pereza.

En Finlandia no encargan tarea y los niveles educativos son muy altos. 

Héctor Manjarrez tiene un libro de relatos, “Los niños están locos”. Una de esas historias se 
titula “¿Qué estás haciendo ahora?”.

Es la historia de una madre que increpa de forma constante a su hija. Le cuestiona todo lo que hace, pretende que la niña esté inmóvil, la acusa, la amenaza con que le ocurrirán catástrofes, con que su papá o ella le pegarán otra vez, con que la va a regalar para que trabaje.

Le advierte hasta que la va a medicar o inyectarla para que se quede quieta. La compara con sus hermanos, con animales, con el demonio.

Le prohíbe reírse. Le dice que una mamá se puede volver loca si sus hijos no la obedecen, y que puede llegar a matarlos.

“Crees que no sé que te parezco una idiota o una loca? ¡Son los niños como tú los que están locos!”. La neurosis que muestra la madre del cuento es una muestra de los errores que cometemos los padres.

…“Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo que, si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe. Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno y que se le hundiese en lo profundo del mar.

EL NIÑO PERDIDO

“¡Padre, padre! ¿Adónde vas? / No camines tan deprisa. / Habla, padre, habla a tu hijo/ o me sentiré perdido. / La noche era oscura y no se veía padre alguno. /El niño estaba empapado por el rocío. / El pantano era hondo y el pequeño lloró. /El vapor se esfumó”. William Blake.

La figura actual del padre es sinónimo de ausencia. El poeta Blake muestra la imagen de un niño perdido en el camino oscuro y pantanoso de la infancia, niño que anhela tiempo y voz de su padre. El infante, que requiere la luz de su padre que lo guíe, cuando más lo necesita, queda abandonado a su suerte… Los niños a veces no tienen recuerdos de su padre en la infancia. Su ausencia lo explica en gran medida. Hay padres que piensan que su distancia hace menos daño.

Aquilino Polaino dice: “La presencia del padre y las buenas relaciones con su hijo contribuyen, con toda seguridad, a abreviar la crisis, a aliviar al adolescente, a relativizar sus magnificadas vivencias. Pero si el padre no está, si el hijo no se abre con su padre, el conflicto se puede transformar en resentimiento y comportamientos desajustados”.

Se aproxima el Día del Niño, más que regalos ellos esperan la presencia de un trato digno.