Los Montañeses

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Los Montañeses

Yo fui siempre devoto aficionado, por no decir que fan, de Los Montañeses del Álamo. Tengo a honor haber cantado con ellos, formando dueto con Lalo González, “El Piporro”, en un festival caritativo. Cantamos, a sugerencia mía, la Rosita Alvírez. El culto y exigente público –más exigente que culto, solía decir Lalo-, nos pidió otra, otra, y entonces cantamos –también a sugerencia mía- el corrido de Agustín Jaime. Cuando los padres de mi esposa, que gozan ya la paz de Dios, cumplieron 50 años de casados, los Montañeses vinieron a la fiesta, y la alegraron con su música.

Ese conjunto formó parte de lo mejor de la tradición musical del noreste mexicano. Su arte era expresión del sentimiento popular. Oigo a Los Montañeses casi desde niño, en su programa del mediodía con don Jeremías Becerra, otro entrañable personaje.

Hace tiempo encontré un MP3 de Los Montañeses, y el hallazgo fue motivo de grande regocijo para mí, porque en él viene una grabación dificilísima de conseguir: una preciosa polka llamada “Así se baila en el rancho”.

¿Cómo se baila en el rancho? En el tuyo no sé. En el Potrero se baila largamente, quiero decir que cada pieza suele durar 15 minutos, y en ocasiones media hora. Cornelio, el acordeonista, no da tregua a sus dedos, y los bailadores y bailadoras no dan tregua a los pies. Entre pieza y pieza se riega el terreno, pausa que ellas aprovechan para componerse el peinado y ellos para tomarse -a ocultas, porque eso no es bien visto- un traguito, o dos, o tres, o cuatro, de mezcal.

A eso de las 11 de la noche llegan “los panaderos”, encargados de ofrecer una colación a las damas presentes. Dicha colación consiste en una taza de café negro bien caliente y una pieza de pan de azúcar. De tal condumio no participan los señores: es cortesía exclusiva para el sexo débil. Las colaciones de los caballeros, ya lo dije, son de mayor sustancia y entidad.

En cada baile hay un mayordomo, que así se llama la persona encargada de dirigir el sarao y mirar por el buen orden y lucimiento de la celebración. El mayordomo debe tener una suprema habilidad que trataré de describir. Sucede que siempre son más los bailadores que las bailadoras. Al principiar la música el mayordomo se pone entre mujeres y hombres, y sólo deja pasar al bailador que cada bailadora quiere. Eso da lugar a un intenso juego de miradas, primero entre la bailadora y el mayordomo, y luego entre la bailadora y el bailador que ella quiere. El mayordomo debe seguir esas miradas para formar las parejas, a fin de no dejar ninguna dama sin bailar y no exponer a ningún hombre a un desaire. Ni Kissinger tuvo tanta diplomacia.

Y ¿qué se baila en el rancho? Se bailan polkas, redovas, valses y chotises. Cuando aparecen piezas de otro ritmo la gente se desconcierta toda, y no sabe cómo agarrar el paso. Una vez que no estaba Cornelio puse un disco de Los Montañeses. Todo iba muy bien hasta que salió una grabación inusitada que Los Montañeses tienen: “Amor perdido”. Esta pieza, ya se sabe, es congalera, con perdón sea dicho. Sólo en lugares de rompe y rasga se aprende a bailar ese inmortal clásico de la vida nocturna. Cuando las trágicas y sentidas notas de “Amor perdido” se oyeron en la alta noche del Potrero aquello fue como si hubiera sonado la trompeta del arcángel San Gabriel. Todo mundo se aturrulló, pues nadie sabía cómo diablos se bailaba aquello. Rápidamente puse “Los jacalitos”, y todo volvió a la normalidad.

Nadie rebaje a lágrima o reproche -como dijo Borges- que en el Potrero la gente no haya sabido bailar “Amor perdido”. Si en la zona de tolerancia alguien tocara “La varsoviana” tampoco nadie sabría cómo bailarla.