Los mexicanos sí cobramos los errores y los cobramos caro

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Los mexicanos sí cobramos los errores y los cobramos caro

Son las 12:00 am y la pantalla de mi teléfono por fin dice domingo, 1 de julio.
Me emociona. Me sorprende sentirlo, saber que más allá del cinismo y el desencanto se impone en mí la pulsión vital que me provoca este país al que amo con toda mi alma a pesar de todo y a pesar de tanto.

Crecí en un México “en crisis”; desde que era niña esa frase acompañaba sobremesas y charlas callejeras, programas de televisión y de radio. Crecí en un país con la moneda eternamente devaluada, con tasas de pobreza alarmantes, crecí en el Estado de México, en calles sin pavimentar, en escuelas públicas que eran una calamidad y andando basureros y charcos de lodo para llegar a casa.

Prosperar era el anhelo, el mandato grabado a fuego. Había que superarse, “ser alguien en la vida”. Pero estaba muy cabrón si para ser alguien en la vida lo primero era encontrar transporte público disponible para salir del Estado de México y estudiar la secundaria, el bachillerato, la universidad.

Superar inundaciones, falta de transporte, asaltos en el microbús y en el camión. En fin, que para que ya no suenen los violines, me vi orillada junto con mis hermanos y otros millones de mexicanos a migrar para buscar un lugar en la Ciudad de México.

Y aquí en esta ciudad, la madrugada antes de la elección compartimos un insomnio colectivo. En las redes sociales nos preguntamos unos a otros si estamos despiertos, reconocemos que estamos nerviosos, tensos, emocionados. Sé que en todo el país estamos igual.

Dormí poco, me levanté a correr y en el camino, antes de las ocho de la mañana, vigente haciendo fila para votar. Cuando salí con mi hermana a buscar la casilla especial correspondiente nos fuimos de espaldas. Ninguna de las dos recordábamos una elección tan concurrida. Las filas daban la vuelta a cuadrantes completos de largas calles y avenidas.

Los que ya hemos visto varias elecciones presidenciales podemos mirar con cierta distancia histórica: la de 1994, la del año 2000, la del 2006, la del 2012 y ahora la del 2018.
Uf, nos hacemos viejos. Pero es interesante lo que podemos contar quienes sumamos kilometraje en esto de los procesos electorales. La frustración, el desencanto, la ilusión y el empuje que se renuevan una y otra vez. Hemos visto fraudes, baja participación, luego alguna participación más alta —la del año 94 que nos aterró— luego del asesinato de Colosio, hemos visto partidos enteros desmoronarse y reconfigurarse y partidos que siguen siendo los mismos desde hace más de noventa años.

Con todo, nunca vimos, históricamente, peor sexenio que el de Enrique Peña Nieto en temas fundamentales: corrupción, impunidad, pobreza y violencia.

El genocidio de Ayotzinapa, el de Tlatlaya, la veintena de gobernadores priistas que cometieron desvíos de fondos federales, la Gran Estafa orquestada al interior de las secretarías, con la participación de Rosario Robles y otros funcionarios cercanos a Peña Nieto. 

Todavía duele y enfurece el pésimo manejo que hicieron de la tragedia que cimbró a este país en los sismos de septiembre, nos ofendimos con las tarjetas de ayuda multiplicadas que jamás llegaron a sus destinatarios y sólo se utilizaron para ordeñar dinero federal. Todavía hoy hay gente esperando ayuda, durmiendo en campamentos y sin un techo.

Es primero de julio del 2018 y son las 8:45 de la noche. José Antonio Meade reconoció su derrota y el triunfo de AMLO. Ricardo Anaya hizo lo mismo igual que el impresentable de Jaime Rodríguez Calderón, alias “El Bronco”.

Sí, quizá Andrés Manuel López Obrador cosecha las recompensas de los errores de Peña Nieto. Y aunque creo que el arrollador triunfo de AMLO es directamente proporcional al arrollador desastre nacional que provocó el sexenio de EPN y el peor PRI que hayamos visto nunca, también es verdad que todos los mexicanos estamos cobrando una larga deuda pendiente con el PRI. 

Ahora tenemos delante grandes retos, viene una batalla larga y dura para replantear las reglas del juego. Andrés Manuel no significará ningún cambio si no institucionaliza un gobierno sólido, si no toma desde el principio al toro por los cuernos en el tema de la corrupción, si no ataca la pobreza que padece la mitad del país desde el crecimiento económico y no a partir del apadrinamiento y caridades que sólo son placebos para el tema de fondo de este país que es la inequidad. Si no plantea una estrategia con bisturí para empezar a sanear la guerra del narco que tiene este país devastado. Andrés Manuel recibe un México, permítanme exagerar, como un campo minado. Hay que decirlo, el trabajo será duro.

Nos toca presionar más que nunca, ser más críticos que nunca porque estamos delante de la tormenta perfecta. Empujar causas como una fiscalía que sirva y replantear leyes de transparencia. 

Mi primera gran pregunta para AMLO es ¿cómo va a desmontar la inmensa maquinaria de corrupción que le deja el PRI? Por ahí van a empezar los tiros.

Pero hoy vuelvo a celebrar el mensaje que dimos los mexicanos. El 63% o más de participación es un postulado claro: nos cansamos del desgobierno.

Me alegro profundamente. Por lo menos ahora, por lo menos en estas últimas horas hemos vencido la apatía, la indolencia.

Y mandamos un comunicado al presidente que se va pero también al que llega: los mexicanos tenemos límites, no olvidamos. Sí cobramos los errores. Y los cobramos caro.

@AlmaDeliaMC

 

 


Escritora y periodista

Estudió Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM así como Actuación en la Escuela Nacional de Arte Teatral del INBA. Publica la columna sabatina “Posmodernos y Jodidos” en el diario digital SinEmbargoMx. Es autora del libro de cuentos “Damas de Caza” (Plaza y Valdés, 2010), de la novela “Las Noches Habitadas” (Planeta, 2015) y recientemente “El niño que fuimos” (Alfaguara, 2018).