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Los lados de La Besana

El pasado jueves 27 de junio el Estudio de Ópera de Coahuila, en colaboración con otras instituciones y grupos artísticos, estrenó su versión de la ópera "Dido y Eneas" de Henry Purcell en el teatro del Centro Cultural Casa La Besana.

La puesta estuvo bajo la dirección musical de Alejandro Reyes-Valdés, la escénica de Gabriel Neaves y la coreográfica de Javier Rodríguez, quienes se encargaron de darle forma a una obra compuesta no sólo por los habituales elementos de actuación y canto, sino también por números dancísticos propuestos desde la partitura original.

Si bien las participaciones de los cantantes y de los bailarines quedaron integradas de manera orgánica —con un pulcro trabajo vocal, escénico y bellos vestuarios— llegaron a tener hasta más de 8 artistas en el reducido escenario de La Besana —de aproximadamente 7 por 5 metros—, cinco de ellos danzantes provistos de utilería volátil como telas y listones que en sus movimientos pasaron a escasos centímetros del público en la primera fila.

El tamaño del lugar, sin embargo, es lo de menos si se considera la tendencia a hacer teatro a la italiana —con la audiencia de frente al escenario— y lo que esto implica cuando esto sucede con un montaje así en un lugar como este.

En Saltillo no existe teatro con un escenario tan versátil como el de La Besana, acondicionado para este fin en la caballeriza de una antigua casa en el Centro Histórico, techado y con cuatro graderías móviles gracias a las cuales las obras que en ella se realizan pueden experimentar con la escena.

Dichos asientos usualmente son dispuestos para crear un escenario con tres frentes, uno más largo que los otros, lo que en teoría debería ser utilizado por los directores y actores para dirigirse al público ubicado a 180 grados alrededor de la acción.

Esto no fue lo que sucedió con Dido y Eneas; la puesta se enfocó en la gradería central e incluso el supertitulaje quedó parcialmente oculto tras unos estandartes colgados sobre el muro para quienes estuvimos sentados a la izquierda o derecha del escenario.

No obstante, “los lados de la Besana” —como fueron llamados de manera ominosa por un miembro de la producción— ya han provocado en el pasado dolores de cabeza a más de un director.

La propia Mabel Garza, dueña del recinto, con “Perros Contradictorios Devoran mi Cadáver” de Tristana Landeros, en temporada durante junio del 2018, se enfrentó al mismo problema y aunque en funciones posteriores al estreno los actores buscaron dejar de enfocarse en la gradería central, en algunas escenas el público ubicado en dichas zonas sólo vio la espalda de los artistas.

Con el musical “Avenida Q”, dirigido por Uriel Rangel y Andrés Hernández, también el año pasado, la escenografía dividió el teatro en dos de manera longitudinal, con una parte ocupada por los departamentos de los personajes dejando la otra para la audiencia, por lo que no se enfrentó a tal “tridimensionalidad”.

Parecería que esta cualidad de convertir la “cuarta pared” en tres es más inconveniente que acierto para el teatro que se hace en La Besana pero existen ejemplos que sí han logrado sacarle jugo a este tipo de escenario, con resultados satisfactorios para el público.

Tres de estos ejemplos han estado bajo la dirección de Luis Falcón. El primero de ellos, “Wit” de Margaret Edson, cuya última función fue en 2016, haciendo uso del mínimo de escenografía y el máximo de la expresión de sus actores creó una de las experiencias más memorables que en ese teatro se han llevado a cabo. Dona Wiseman en el rol principal proyectó su presencia en todo el lugar.

Con “La Hoguera” de David Paquet tomó cada frente y lo hizo su propio microescenario, al presentar uno de los tres capítulos de la obra en rotación hasta que al terminar la revolución quedara la historia totalmente contada al espectador.

Y en “Constelaciones” de Nick Payne Falcón puso a la audiencia alrededor de la acción, cada una de las cuatro graderías rodeando un pequeño escenario donde Armando Tenorio y Sylvia Vilchis hicieron magia. Con esto llevó el potencial del recinto a su máxima expresión.

El mismo Estudio de Ópera de Coahuila, cuando presentaron Gianni Schicchi de Puccini, logró sortear hasta cierto punto esta “italianización” del montaje e incluyó al público en la obra, sin relegar a quienes por mero azar quedaron en “los lados”.

La versatilidad de La Besana reta a los artistas a dejar de ver al frente y genera un potencial creativo que los directores locales deberían aprovechar más para hacer un teatro diferente y original en Saltillo, uno que todos podremos disfrutar.