Los juegos sensuales del Barroco
Usted está aquí
Los juegos sensuales del Barroco
El Barroco musical es desbordante, lleno de osadías, despliegues pirotécnicos e inflexiones de gran dramatismo. Las fronteras temporales que se han establecido para delimitarlo abarcan desde 1600 hasta 1750. Éstas no son más que demarcaciones convencionales: el 1 de enero de 1600 Europa no despertó pensando “¡vaya, hoy no me siento renacentista!”. Pero aunque los límites son convencionales, sí podemos apuntar rasgos definitivos en la música que hoy llamamos barroca.
Durante el Renacimiento, el sistema tonal (en el cual está construido la mayor parte de la música que enmarca nuestra actual vida cotidiana) estaba configurándose, aunque es hasta el siglo XVII —ya en territorio barroco— que la tonalidad define todos sus contornos, y en el XVIII se expone su formalización a través de El clave bien temperado, obra de Johann Sebastian Bach, verdadera constitución política de la república tonal.
En la música barroca la melodía puede desplegar gestos extravagantes. Y es que la armonía definida por el sistema tonal genera un plano de libre ejercicio melódico que propicia el virtuosismo. Los acordes multiplican las posibilidades pirotécnicas a través de arpegios y trémolos, y las escalas mayores y menores son verdaderas pistas de alta velocidad. Pero no solo el virtuosismo tiene lugar aquí, sino el encanto de lo que David Huron llama the sweet anticipation , es decir, esa intuición en el espectador que le anuncia la probable nota siguiente, intuición que a menudo se ve complacida pero también sorprendida. Esta dulce anticipación fue bien cultivada en el barroco, y este planteamiento del juego sensual auditivo sigue vigente, ya que en él se definen las líneas melódico-armónicas expresivas que el día de hoy nos llevan a la conmoción. Por eso no es extraño que el Barroco sea una puerta de entrada para los neófitos en el repertorio musical que se ha generalizado con el nombre de “clásico” o “de concierto”, y que a la vez constituya un abrevadero para los conocedores.
El Barroco afirma la forma sonata. Utilizo el término de forma anacrónica, ya que las sonatas barrocas no tienen la “forma sonata” concebida posteriormente. ¿A qué me refiero? En el barroco se desarrollaron estructuras musicales de múltiples movimientos, como la suite y el concierto. Este último resultó de gran influencia, su forma es muy atractiva para el público, favorecedora para el lucimiento de los instrumentista, y de grandes posibilidades compositivas. Pues bien, ese fue el germen de la ulterior forma sonata, que reinará a lo largo de los siglos posteriores.
El Renacimiento había sublimado la polifonía, pero el Barroco sublimó la melodía de carácter tonal; así se generó una polifonía melódica que propició las complejas formas contrapuntísticas, obras que cumplen un efecto doble: el de textura total y el de congruencia individual de cada una de las voces. Una especie de creación textil de belleza apreciable en la distancia, pero también en la cercanía, pues cada uno de sus hilos define una figura. Ejemplo de ello lo tenemos en los ricercari de Froberger y en las fugas de Bach.
Hay mucho más que decir del Barroco, pero, ¿para qué seguir leyendo esta columna si es la música de Corelli, Vivaldi, Telemann, Händel, Porpora, Scarlatti, Bach y la de todos los genios del barroco la que se encargará de definirse por sí misma en nuestros oídos?