Los incentivos en México han sido perversos, entregados de forma discrecional, no alineados

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Los incentivos en México han sido perversos, entregados de forma discrecional, no alineados

Sí, suena a título de telenovela o a capítulo de serie de drama en Netflix, pero en realidad es una forma simple en la que podemos llamar a lo que diariamente vemos (y hemos visto por décadas) en nuestras sociedades a lo ancho y largo del País. Se supone que todos estamos llamados a cumplir con ciertas reglas y normas generales para la convivencia en sociedad, así como también estamos llamados a disfrutar ciertos derechos a los que nos hacemos acreedores por ser ciudadanos de un país, un estado, un municipio, una colonia, una cuadra y hasta una casa. Las obligaciones y los derechos existen para establecer cómo los individuos deben convivir poniendo ciertas fronteras entre lo que es correcto y lo que no para fomentar un mejor desarrollo de una comunidad. Estos grupos pueden ir desde los cuatro o cinco amigos o amigas que se juntan a jugar dominó o canasta, hasta el conjunto de ciudadanos de un país como México.

Tal vez sea hasta cierto punto obvio que los ciudadanos de países subdesarrollados tendemos a ser poco aficionados a las reglas, pero muy apegados a los derechos. No sé, ni pretendo tratar de explicar cómo fue que acabamos así. Comparar un país como Noruega o Suecia con prácticamente cualquier país de Latinoamérica y en especial México, nos muestra muy distintos en lo que respeto al orden y a las reglas se refiere, y a lo que cada ciudadano en estos dos polos siente que merece. Mientras en los países más desarrollados del mundo, el orden, la limpieza y el respeto a las reglas básicas de convivencia son valores entendidos, en nuestros países la situación es distinta. Yo dudo mucho que sea genético. Más bien me parece que todo procede de cómo se alinean los incentivos para por un lado hacer ver a los ciudadanos que les conviene cumplir las reglas y, por otro, para que sepan verdaderamente qué es lo que les corresponde exigir como derecho con base en su propio esfuerzo y en su cumplimiento de las reglas establecidas por su comunidad.

Cuando en un país el castigo que existe por romper una regla, desde la más simple hasta la más grave, se perdona, se reduce o se barre debajo de un tapete, la señal que se envía es que las reglas y sus sanciones están de adorno y su aplicación no es objetiva. Es cuestión de tiempo para ver cómo la situación se escala de pintar una barda, a hacer destrozos, a robar una cartera, a realizar un secuestro exprés, a vender droga al menudeo, a asesinar por unos cuantos pesos, a asignar contratos al compadre, a malversar fondos públicos, a instaurar la corruptocracia generalizada dado que el estado de derecho (y las penas que con este deberían venir) no existe.

De la misma forma, si los premios (los derechos o apoyos) se otorgan de una forma discrecional y basados en todo menos en méritos y en un cumplimiento puntual de las reglas, se pierde poco a poco, pero irremediablemente el interés de quienes se esfuerzan, y se cambia la lucha diaria y el sacrificio del trabajo por métodos que lleven a una persona más rápido del punto A al punto B, sin necesidad de batallar más que lo mínimo indispensable. Si se reparten vales, regalos, despensas, contratos, simplemente porque el grupo receptor es un grupo ruidoso o afín y no por ser un grupo que lo merece, entonces se está desvirtuando la cadena de valores e incentivos que permiten a una sociedad crecer y convivir en armonía.

Lo peor viene cuando son precisamente las autoridades encargadas de vigilar este sistema de incentivos quienes empiezan a torcer las reglas por intereses particulares. Así, no es raro ver que tenemos autoridades, de todos los colores políticos, en los que el funcionario puede regalar un terreno, “legalizar” un auto chocolate, condonar un impuesto u otorgar un apoyo por fuera de las reglas y leyes existentes. Las cosas serían más sencillas en una sociedad como la nuestra si nos enfocáramos en cumplir y hacer cumplir desde la regla más simple hasta la ley más compleja. Si no, ¿para qué existen? ¿Por qué alguien cree que es razonable y digno de aplauso plantear que hay que consultarle al pueblo la aplicación de las leyes? Menos si quien quiere consultar es aquel que protestó “cumplir y hacer cumplir” las leyes.

Es obligación de las autoridades velar para que la balanza de los incentivos se mantenga vigente. Mantener a un país plagado de incentivos perversos, eventualmente nos lleva a un espiral de desorden y anarquía en todos los niveles y ámbitos de la vida nacional.

*Esta columna es una adaptación de otra publicada en este espacio en 2008. Tristemente, parece que los incentivos siguen estando desalineados en muchas áreas de la vida nacional.