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Los gritos de la ira
Hace dos semanas presenciamos una muestra psicopatológica de la irrupción de la extrema derecha en México: un grupo de mujeres –manipuladas desde la sombra por personas que quieren imponer su visión del mundo y eligen expresar su cólera contra el poder democráticamente establecido– salió a la calle y realizó pintas y destrozos, irrumpiendo violentamente en la legitima manifestación de mujeres en defensa de sus derechos sociales, civiles y humanos.
Desde la toma de posesión de López Obrador hasta la fecha, da la impresión de que cierto grupo de gente le reclama con frecuencia el porqué de su actuación en relación con el acceso a la justicia, a la seguridad, a la honestidad, al apoyo a los que menos tienen, a terminar con la corrupción e impunidad. Es imprevisible cuál será la próxima sorpresa que ese grupo de personas le está preparando al gobierno actual. Nadie sabe con seguridad cómo funciona esa relación entre ciudadanos inconformes y autoridades actuales, que se ha convertido en una auténtica caja negra.
Las regularidades de la democracia representativa, tal y como la conocemos, parecen haberse roto cuando partidos, sindicatos y medios de comunicación han perdido buena parte de su autoridad, en un proceso general sin intermediarios que es el resultado de la transparencia democratizadora, pero que también deja a las personas o grupos en una situación de mayor vulnerabilidad. Se han celebrado los beneficios de las redes sociales, pero ahora nos damos cuenta de que este nuevo contexto nos convierte en individuos más desprotegidos y vulnerables, tanto desde el punto de vista de lo que pensamos como de lo que sentimos. Estamos sobrecargados por un flujo de opiniones que apenas podemos procesar y asediados por corrientes emocionales desatadas.
En el caso concreto de la irrupción de mujeres en las calles de la Ciudad de México y otras ciudades del País, la extrema derecha y quienes han perdido privilegios, han actuado de manera decepcionante. Una manifestación de tal envergadura no puede explicarse por una sola causa. En esta sociedad todos llevamos dentro un entrenador de fútbol y ahora, además, un politólogo. En vez de poner en juego una diversidad de factores que nos aclare las causas de lo sucedido, en lugar de situar a cada uno (partidos, medios, electores, abstencionistas, etc.) delante de su responsabilidad, todo se ha resuelto en la búsqueda de un solo culpable, un único factor que, casualmente, es el que mejor encaja en la particular batalla que libramos cada uno y que también nos exculpa de cualquier responsabilidad. La obsesión táctica nos incapacita para hacer buenos diagnósticos.
Tenemos que explicar un movimiento político/ciudadano por motivos desprovistos de toda lógica política. Por supuesto que la invasiva presencia del conflicto de mujeres en contra del sistema de gobierno es uno de los factores explicativos, pero me resisto a dar la razón a quienes culpan del desastre a la manera en que se está conduciendo el País. Hay quienes afirman lo contrario y aseguran que es el nacionalismo exacerbado de las derechas lo que podría haber propiciado el desarrollo de ese comportamiento. Seguramente lo que está sucediendo en México habría tenido menos efecto si los partidos que estuvieron en el poder por decenios, hubieran hablado de los problemas que inciden directamente en la vida de los mexicanos. Aquí ha habido más gente siguiéndoles el juego de los que estarían dispuestos a reconocerlo.
La paradoja consiste en que tenemos que explicar un movimiento ciudadano por motivos que están desprovistos de toda lógica política. Este comportamiento es, en mi opinión, la expresión más desinhibida que pone de manifiesto que el antagonismo entre la política y la antipolítica es más fuerte que el de la derecha y la izquierda. Actitudes antipolíticas las hay, por cierto, en todo el arco ideológico, aunque se concentran especialmente en la extrema derecha. Hay despolitización tecnocrática y también de carácter populista. Es la degradación de nuestra vida política lo que ha alimentado este monstruo.
La política se ha convertido en una centrifugadora que polariza y simplifica el antagonismo. Cuanta menos calidad tiene la vida política, más vulnerables somos al poder de los más sinvergüenzas y mayor es el espacio que dejamos a los provocadores. ¿Cómo es posible que quienes han contribuido a convertir la política en un espectáculo y han destrozado el País con antivalores, ahora intenten convencernos de que son la solución?
Lo cierto es que no hay más solución que la política, es decir, el trabajo argumentativo, “el arte de vivir en sociedad”, la visión estratégica, análisis más sofisticados, búsqueda de acuerdos, capacidad de resolver los conflictos, vigilancia y compromiso ciudadano. Estamos, por lo tanto, frente a nuevas formas de pensar en términos de participación política, de asociación entre grupos, de adscripción a valores por los cuales movilizarse, de maneras de vincular lo individual y lo colectivo, de estrategias de visibilidad. Estamos ante un cambio de paradigmas que debemos aprovechar para el bien de todos los mexicanos. En nuestras manos está el lograrlo.