Ellos son los escépticos de la vacuna contra el COVID-19 en EU que se niegan a recibir el fármaco

Fe, libertad o miedo son algunos de los motivos por los que habitantes de comunidades rurales de Estados Unidos prefieren no vacunarse
Algunos centros de vacunación en zonas rurales de Estados Unidos lucen vacíos y registran rezago en el proceso. ERIN SCHAFF

JAN HOFFMAN

GREENEVILLE, Tennessee.- “Entonces, ¿ya te vacunaste?”.

La pregunta, un saludo amistoso a Betty Smith, la esposa del pastor, permaneció en el aire mientras las cuatro mujeres religiosas se sentaban para su habitual café y conversación de los martes en Ingle’s Market.

Smith titubeó, al sentir el impacto frío de ser juzgada por sus acompañantes que nunca usan cubrebocas y que no planean vacunarse. Intentó responderles, pero solo logró balbucear sin construir una oración coherente.

Más tarde, al recordar el momento, suspiró y dijo: “Fuimos ahí para conocernos mejor, pero el primer tema de conversación fue la vacuna contra la COVID”.

El tema hace que su esposo, el reverendo David Smith, se sienta incluso más incómodo. “Sinceramente, desearía que las personas no preguntaran sobre eso”, dijo él, en una charla después del rezo nocturno del miércoles en la Iglesia Bautista Tusculum. “Pienso que no es de su incumbencia. Y solo está dividiendo a la gente”.

A medida que la hermosa primavera de los Apalaches se extiende por el noreste de Tennessee, la vacuna contra la COVID-19 está separando a amigos, familiares, congregaciones y colegas. “Es un lío muy complicado”, dijo Meredith Shrader, auxiliar médica que administra un salón de eventos con su esposo, otro pastor, y quien señala que la decisión ahora implica mucho más que el cuidado de la salud. “¿Qué opiniones debes tomar en cuenta?”.

Comunidades como Greeneville y las de sus alrededores (rurales, en su mayoría republicanas, profundamente cristianas, un 95 por ciento blancas) están en el radar del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y de funcionarios de salud estadounidenses conforme los esfuerzos para vacunar a la mayoría de la población del país entran a una fase crítica. Estos son los lugares donde las encuestas muestran que la reticencia a la vacuna está más arraigada. Aunque las campañas destinadas a convencer a las comunidades urbanas negras y latinas de dejar de lado su desconfianza a la vacuna han logrado grandes avances, también tendrán que convencer a los habitantes de poblaciones como estas si el país busca lograr la inmunidad extendida.

No obstante, una semana aquí, en el condado de Greene, revela una reticencia más matizada y con más capas de lo que las encuestas indican. La gente dice que la política no es la principal influencia en sus actitudes hacia la vacuna. La razón más común para su aprehensión es el miedo (de que la vacuna fue desarrollada con demasiada rapidez, de que los efectos secundarios a largo plazo son desconocidos). Sus decisiones también están entrelazadas en una red de puntos de vista sobre la autonomía corporal, la ciencia y la autoridad, además de una autoimagen regional poderosa y algo romantizada: no les gustan las personas que vienen de fuera y se meten en sus asuntos.

Según estadísticas del departamento de salud estatal, el 31 por ciento de la población que cumple con los requisitos para vacunarse en el condado de Greene ha recibido al menos una dosis de una vacuna contra la COVID-19, todavía por debajo del promedio estatal de Tennessee, que tiene una de las tasas más bajas del país, y muy por debajo del conteo nacional del 55 por ciento reportado por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Aunque muchos residentes de edad avanzada han sido inoculados, los sitios de vacunación están casi desolados ahora que las autoridades permiten que cualquier adulto se vacune.

Aun así, las conversaciones aquí muestran que para muchas personas la resistencia no es firme. Confundidos por las falacias en internet, muchos tienen hambre de información franca que provenga de personas en las que confían. Otros tienen necesidades prácticas, como licencias remuneradas para recuperarse de los efectos secundarios, las cuales las empresas han sido exhortadas a brindar por el gobierno de Biden, o la oportunidad de recibir la inyección de parte de su propio médico.

Lo que también hace falta es una ola de opiniones a favor que podría alentar a los indecisos a dar el salto: muchas personas que se han vacunado han mantenido la boca cerrada.

UN ASUNTO DE CONFIANZA

El condado de Greene está lleno de cientos de iglesias evangélicas que varían desde edificios del siglo XIX con campanario hasta graneros en calles alternativas. La gente sobrevive con la agricultura de subsistencia, trabajos en fábricas pequeñas, cheques por desempleo y flujo de efectivo de jubilados que se mudan al lugar porque es barato y bendecido con hermosas vistas. Los arrestos por heroína y metanfetaminas sostienen una industria casi artesanal de abogados y servicios de fianzas.

La COVID impactó con fuerza a la región este invierno. Once personas en el círculo extendido de Jim y Rita Fletcher murieron debido a la enfermedad.

Pero no, los Fletcher, habitantes de Greeneville desde hace tiempo, no se pondrán la vacuna.

¿Qué caso tiene?, preguntan. El gobierno todavía quiere que uses un cubrebocas en interiores. “Simplemente no veo ningún beneficio”, dijo Rita Fletcher mientras la pareja esperaba para ver a su médico familiar.

Ni la ciencia ni las estadísticas de la nueva vacuna los intimidan. Ahora jubilados y con setenta y tantos años, Jim Fletcher fue un ingeniero de telecomunicaciones, y Rita Fletcher, una secretaria y encargada de contabilidad.

No obstante, a los Fletcher, bautistas del libre albedrío, les preocupa que la vacuna incluya partes de fetos abortados (no es así). No confían en el gobierno, ya que están convencidos de que desde hace tiempo ha manipulado el número de casos de COVID-19.

“Simplemente pienso que hemos sido engañados”, dijo Jim Fletcher.

La gente no da mucha importancia a los pronunciamientos de los políticos, pero confían en Walt Cross, propietario de Mustard Seed, una tienda en Newport ubicada cerca de la línea limítrofe del condado, la cual toma su nombre del Evangelio de Mateo y vende hierbas, suplementos nutricionales, así como frutas y verduras locales.

Cross, quien también es el jefe de bomberos voluntario del condado de Cocke, es un hombre alto y larguirucho del este de Tennessee con una mirada ojizarca y un cálido acento de montaña, ya sea que describa su método preferido para despertar a las personas que han sufrido una sobredosis (amoniaco en lugar de Narcan) o responda preguntas de pacientes con COVID sobre cómo tratar sus síntomas (hidratarse, comer bien, tomar extractos herbales, aplicarse compresas calientes y frías).

Antes de acudir al médico, muchas personas llaman por teléfono a Cross. O después de que los fármacos recetados por el médico parecen no surtir efecto.

Él se burla de la percepción de que las personas de aquí dudan de la vacunación simplemente porque, como él, son republicanos.

“Para mí, eso no tiene sentido”, dijo. “Trump trajo las vacunas”. Si se tratara de afiliación política, continuó, “¡te abalanzarías y la tomarías!”. En cambio, dijo, la gente piensa que la vacuna está demasiado entrelazada con la política.

En los Apalaches, explicó Cross, el fervor con el que la gente rechaza la vacuna es impulsado por la historia y la tradición. Durante siglos, los pioneros escoceses-irlandeses se escondieron en las montañas para evadir el reclutamiento militar y a los recolectores de impuestos.

Jeremy Faison, un representante estatal republicano desde hace tiempo quien creció en el área, está de acuerdo y dijo: “Durante la pandemia, muchos de nosotros pensamos: ‘Es una situación grave, pero mis familiares y yo podemos cuidarnos entre nosotros’”.

Faison, un libertario y cristiano evangélico, agregó: “Así que no nos parece que el gobierno nos imponga mandatos y nos presione a hacer algo”.

Ese punto de vista es fomentado por un fatalismo religioso y casi gozoso. La gente dice que si no se ha contagiado de COVID después de un año de pandemia, asumirán los riesgos. Es cierto, podrían contagiarse de COVID y morir. Pero de cualquier manera es una situación de ganar-ganar: una vida más larga en la Tierra o, para los devotos, la vida eterna en el cielo.

“Todos tenemos una hora designada para morir”, dijo Reuben Smucker, un pastor menonita en Greeneville que trabaja como instalador de portones de cocheras. “Deberíamos cuidar nuestros cuerpos de manera física, emocional y espiritual, pero si es mi momento de partir y es por COVID, bueno, es mi momento de partir”.

Después de que Cross, veterano en una Iglesia Adventista del Séptimo Día, aconseja a los pacientes de COVID, reza con ellos. “Eso es lo más importante”, dijo. “Porque es Dios quien realiza la curación”.

El tema de la vacuna ha silenciado incluso a los líderes más influyentes en el condado de Greene: los pastores evangélicos. Muchos han sido vacunados, como David Smith en la Bautista Tusculum, pero no usará el púlpito para apoyar la inoculación. No quiere arriesgarse a alejar a nadie, explicó, en un momento en el que espera que la gente regrese a la iglesia para orar. Después de un año de ofrecer servicios religiosos por Zoom, que la gente llama “iglesia en piyama”, teme que la asistencia presencial se desplome.

Daniel Shrader, quien lidera una pequeña congregación bautista, está totalmente a favor de la vacuna. Desea que la iglesia sea segura para los adultos mayores y para las mujeres con problemas auditivos para las que ha estado predicando durante la pandemia a gritos desde los escalones de sus pórticos.

En conversaciones privadas, comparte su punto de vista sobre la vacuna; en reuniones más numerosas, se atiene a la oración.

PERSUASIÓN

El día que los Fletcher, la pareja jubilada, hablaron sobre la vacuna con su médico familiar, Daniel Lewis, fue el primer aniversario del día en que a él lo conectaron a un respirador debido a que enfermó de gravedad de COVID.

Lewis, de 43 años, permaneció hospitalizado durante más de un mes. Estuvo tan gravemente enfermo que grabó mensajes de despedida para sus cinco hijos.

A lo largo de sus trece años en Greeneville, Lewis, un médico voluntario para equipos deportivos escolares y director médico de cuatro hospitales regionales de Ballad Health, ha acumulado una gran comunidad de apoyo. Durante su enfermedad, las personas llevaron alimentos y tarjetas de regalo de restaurantes a su pórtico y mantuvieron una creciente cadena de oración. Podaron su césped, cuidaron de sus flores y arreglaron su camioneta.

Cuando salió del hospital, con 15 kilogramos menos, débil y tembloroso, a él y a su esposa, bautistas devotos, se les dificultó comprender el propósito de Dios detrás de la dolorosa experiencia.

Los pacientes le decían: “No tomé en serio la COVID hasta que te enfermaste”.

Así que Lewis comenzó a aprovechar su credibilidad ganada a pulso para hablar a favor de la vacuna, visitó asilos, pronunció discursos en iglesias, hizo videos. Perfeccionó su discurso para responder a cada comentario de oposición, desde los falsos científicos y los conspiradores hasta los espirituales.

¿Acaso Lewis podría convencer a los Fletcher de vacunarse?

Lewis abordó con paciencia las dudas de los Fletcher, y explicó lo que los investigadores saben y lo que todavía no saben.

“¿Cómo podemos estar seguros de que no hay chips en la vacuna, como las cosas que se le ponen a los perros?”, preguntó Jim Fletcher.

“No podemos fabricar chips tan pequeños”, contestó Lewis.

“Bueno, es del tamaño de un grano de arroz”, dijo Jim Fletcher.

“No podría inyectar un grano de arroz con una aguja”, mencionó Lewis.

Lewis levantó su teléfono inteligente. Si estás preocupado sobre ser rastreado, dijo, toda la tecnología está aquí, en el objeto que tomas todos los días, a toda hora.

Los Fletcher lucían desconcertados.

“Es su decisión”, Lewis indicó con amabilidad. “Solo quiero que sean capaces de tomar una decisión informada y quiero hacer lo mejor que pueda para ayudarlos”.

Jim Fletcher respondió: “Bueno, necesitamos un poco de tiempo para hablarlo”.

Luego, Lewis se mostró optimista: “Creo que a la larga puedo persuadirlos”.

Hasta el momento, los Fletcher afirman que no se vacunarán. c.2021 The New York Times Company