Los dos caminos divergentes
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Los dos caminos divergentes
¡Qué difícil es construir la paz y que fácil es multiplicar las recetas para ser feliz! Se podría pensar que si se multiplica la felicidad entre las personas y los pueblos, automáticamente la paz inundaría los hogares, las escuelas, el trabajo y las naciones.
Pero esto es una ingenuidad meramente cuantitativa. Es una infantil fantasía que concibe la felicidad como un lugar donde ya no hay que esforzarse, el paraíso donde ya no hay que trabajar para conseguir el pan y el cariño.
Por ello las inumerables recetas para ser felices, que hoy nos inundan, muchas veces no incluyen el factor esfuerzo y solamente describen los pasos “mágicos” que hay que seguir para que en automático nos inunde la felicidad tan deseada. Esconden los destellos sudorosos de felicidad que aparecen en el proceso de vivir, crecer, buscar y encontrar bienestares temporales más o menos duraderos. Son experiencias gratificantes que hay que ir fabricando, como se hacen y se conectan los eslabones de una cadena. Son experiencias humanas de expectativas logradas, proyectos vislumbrados, emociones ligadas a actividades interesantes o inesperadas. Pasos, caídas y tropiezos que retan el caminar y construyen las esperanzas del vivir en cada día.
Este caminar con pasos de tristeza y felicidad, de frustraciones y de logros, para algunos es una injusticia inmerecida porque han cumplido con todas las obligaciones o con las principales recetas
han seguido los mejores consejos de los sabios antiguos y de las redes sociales de manera rigurosa. Para otros el caminar es una tarea inevitable, muy merecida por el hecho de estar vivos en este planeta, pero que esconde cumbres que hay que escalar y valles donde se puede correr con alegría. Las injusticias no los paralizan, ni las frustraciones los derrotan. Persiguen perseverantes su bienestar y el de los demás sin distraerse con los cantos de las sirenas que los quieren seducir con ilusiones y especulaciones irreales (“Si en México no hubiera habido corrupción”, “si los españoles no nos hubieran conquistado ”, “si mis padres me hubieran enseñado o heredado ”).
Hoy, nuestro caminar mexicano es tan difícil como antes y tan inesperado como presente. Está lleno de frustraciones e injusticias que generan una epidemia de coraje crónico, una animadversión dominante, un estado de ánimo de pesimismo creciente. La realidad que antes estaba disimulada e ignorada, hoy está publicada y desenmascarada con verdades, números, estadísticas y falsedades. El futuro antes era soñado y previsible, hoy es incierto y colinda con la pesadilla.
La dificultad más difícil de remontar y resolver es la divergencia de los caminos: conducen hacia la división y la rivalidad, hacia la agresión y la hostilidad nacional. Sumidos en un individualismo mental, político, económico y partidista los caminos que estamos construyendo nos llevan a la guerra interna.
¡Qué fácil es alimentar la mentira de una felicidad nacional y multiplicar las recetas políticas, económicas y constitucionales de la felicidad mexicana! ¡Qué difícil es construir la paz en esta nación dividida y con caminos divergentes! Qué difícil tarea, cuando no aparecen los constructores de la paz, los arquitectos que diseñen y ejecuten los puentes convergentes hacia una paz de todos y para todos. Los que escuchen y tomen en cuenta a los que van por el otro camino.