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Los debates inútiles

A ver, querido lector que me obsequia una parte de su tiempo al leer estas breves líneas, ¿usted cree haber conocido a Peña Nieto, a López Obrador o a Josefina, como consecuencia de los debates presidenciales televisados? Desde mi punto de vista, la rigidez de los formatos sólo favorece el ocultamiento de la auténtica personalidad, las genuinas intenciones, así como encubrir los verdaderos conocimientos y las dimensiones de la inteligencia de los candidatos. Todos se presentan ante la nación vestidos de domingo con una sonrisa congelada que les permitiría masticar sapos podridos sin mostrar en el rostro la menor contrariedad, con el objetivo de esconder su vulnerabilidad y exhibirse como personas perfectas y dignas de acceder a la máxima investidura del País. En el fondo, tanto las autoridades electorales, como los pretendientes a convertirse en inquilinos de Los Pinos integran el gran teatro del embuste y de la manipulación popular. Los tiempos para contestar las agresiones o refutar los puntos de vista de los opositores son insuficientes, de la misma manera que el electorado difícilmente podría darse por informado o medianamente satisfecho con el número de encuentros imprescindibles para seleccionar al más capaz. ¿Consecuencia? 

¡Votamos a ciegas o por intuición o por el que se considera menos malo, pero en ningún caso, por el mejor!

Para conocer lo más posible a los contendientes se deberían integrar cuando menos cuatro debates: Uno, en materia de economía, otro relativo a la salud, a la educación y a la seguridad pública. A continuación me parecería necesario un debate abierto entre los candidatos de cara a la prensa especializada. ¿cinco en total? Sí, cinco, sin que las respuestas se reduzcan a 90 segundos o suena la chicharra... Cada intervención requeriría cinco minutos cuando mucho, de modo que se pueda argumentar con soltura, atacar a los terceros con absoluta libertad, criticar sus dichos de campaña y su pasado político, su integridad profesional y ética sin la patética limitación del tiempo que reduce las comparecencias a un nivel patético de pobreza intelectual: o se defienden de los cargos o exponen sus políticas públicas, ambas posibilidades son imposibles en el esquema actual. O proponen o se defienden… Todos perdemos.

¿Qué deseamos saber los electores en un contexto democrático? Quisiéramos descubrir la agilidad mental de los candidatos, su probable habilidad para salir de una crisis, su simpatía, sus conocimientos en materia doméstica e internacional, su visión en corto o largo plazo en torno a las relaciones exteriores, en particular con Estados Unidos, su sensibilidad social, su entereza o su fragilidad emocional, su formación democrática o sus inclinaciones tiránicas, sus capacidades para integrar un equipo de trabajo con personajes sobresalientes o mediocres o extraídos del pleistoceno, su cultura, sus antecedentes académicos y políticos, sus respectivas carreras, el número de idiomas que hablan o escriben o ambos, todo ello involucrado en un contexto de un mundo globalizado, a donde sólo puede llegar al poder el mejor preparado con la óptica de largo plazo, la de un estadista que requiere un México con 120 millones habitantes. Todo lo demás será embustes, ocultamientos y disfraces que le arrancaremos al futuro Jefe de la Nación cuando lamentablemente ya sea muy tarde, como en el presente caso cuando el País se deshace como papel mojado…

fmartinmoreno@yahoo.com
Francisco martín moreno