Los bomberos: la querella
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Los bomberos: la querella
Expongo el ejemplo de la lucha de un pequeño grupo de la sociedad civil por echar a andar un organismo que hacía mucha falta en Saltillo; también explico cómo la mayor parte de los alcaldes, con loables excepciones, hicieron lo que estaba en sus manos para impedir el trabajo gratuito y sacrificado de los ciudadanos por crear Bomberos de Saltillo.
Le recordaré que Saltillo era la única ciudad capital en la República que en 1980 no tenía un cuerpo de bomberos. Lo tenían, incluso, otros municipios coahuilenses, como Torreón, Monclova y Piedras Negras. En los años 70 había dos pequeños equipos de propiedad privada: uno en la CINSA y el otro en la Harvester. El primero existía por el tamaño y actividades peligrosas de las fábricas del Grupo Industrial Saltillo; el de Harvester, por reglamento americano para una fábrica de maquinaria eléctrica o de gasolina. Pero eran suyos, no de la ciudad. Cierto que alguna vez dieron servicio en accidentes modestos: una casa en llamas, un coche incendiado y aun en quemazones de la sierra. Un bombero de Harvester lo fue Genaro Ramos.
El primer alcalde que planteó una alternativa a la ausencia de bomberos fue Eleazar Galindo Vara. Sabiendo que el Ayuntamiento no tenía recursos, propició la creación de un Patronato de civiles que pudiera ocuparse del tema y tuviese la autoridad moral para promover una central de bomberos. El Club Rotario se apuntó para ayudar, luego el Club de Leones y diversos organismos independientes de los Gobiernos. Para el Patronato fue un calvario no la creación del órgano, sino la batalla cotidiana contra los alcaldes, que no una, sino al menos ocho veces intentaron acabar con los bomberos.
El Patronato siempre funcionó con algún líder que hiciera cabeza y promoviera la acción de la sociedad civil. El primer presidente fue don Humberto Castilla, que jugó un asombroso papel y diré por qué: primero porque construyó con dinero propio la Central del Sur y la regaló, segundo, porque entregó su cargo a la edad de 99 años. Siguieron sus pasos personas magnánimas y entusiastas: Luis Dorbecker, Braulio Cárdenas, Mario Ricardo Hernández, Pepe Reyes, Miguel Hernández, Myrna González, Gilberto Recio.
De no ser por su fortaleza cívica y una ética innegable, los alcaldes habrían echado abajo el proyecto. Un alcalde declaró a la prensa que el principal enemigo que había tenido en su trienio habían sido ¡los bomberos! (hágame el favor). Y las razones no podían ser otras que el dinero y el narcisismo: el Patronato declaraba sus avances sin dejarle el espacio al funcionario. Ningún presidente quería pagar nada, pero todos se alegraban de que el Patronato juntara recursos (evidentemente, impedía que el funcionario se los apropiara).
En una ocasión recibieron un pequeño donativo de don Javier López; otros de la ciudad-hermana Austin, Texas; dieron ayuda empresarios de Monterrey y el diputado federal Javier Guerrero (ahora en pleito contra el INE) entregó al Patronato 10 millones de pesos de lo que le correspondía por proyectos de la Cámara. No olvide que Guerrero es de San Pedro de las Colonias… para lo que signifique…
Inicia en estos días la Escuela Superior de Protección Civil y de Bomberos, que es única en América Latina. Existía antes nada más una, en Venezuela, pero el inefable Nicolás Maduro la cerró. Tenemos, pues, en Saltillo, algo inverosímil. De esa institución saldrán Licenciados en Protección Civil, ¿qué le parece?
Tuvo lugar en Saltillo la Convención Nacional de Bomberos con una bella exposición y una serie de conferencias en el Museo del Desierto. Yo impartí una, en la que les hablé de los muchos incendios saltillenses, el primero, cuando el jefe indio Zapalinamé quemó el recién inaugurado convento franciscano en 1583.
Parece que ya desapareció la oposición de los alcaldes contra el Patronato de Bomberos. Se cerró una ejemplar lucha de la sociedad civil contra sus gobernantes. Más de 30 años de esfuerzos están ahí. Tenemos una deuda de gratitud para con los bomberos y su patronato.
Ese es un claro ejemplo de cómo deberemos organizarnos los civiles, aun cuando nuestros gobernantes no nos entiendan o pongan piedritas en el camino o, de plano, nos combatan. No hay tiempo que perder: podemos resolver los problemas.