Los bienes simbólicos

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Los bienes simbólicos

Ilustración: Vanguardia/Alejandro Medina

El incendio del Museo Nacional de Río de Janeiro y la consecuente destrucción de 20 millones de piezas (al menos es lo que ellos declararon), aparece como una tragedia mundial. Ahí se conservaban, de manera imprevisible, no pocas muestras de la cultura egipcia del tiempo de los faraones. Podrá parecer extraño que hubiese momias de tres mil años y objetos diversos de aquella gran cultura de la que Grecia aprendió tanto, pero ahí estaban. ¿Qué hacían los tesoros egipcios en un medio selvático como Río?, lo mismo que la sala egipcia del Louvre en París, o la de Nueva York, la de Berlín o la del Museo Británico. Quiero decir con esto que, en un tiempo dado, todos los que pudieron saquear las joyas de Egipto (como las de Grecia o Babilonia) lo hicieron. Egipto era y continúa siendo un país pobre, y sobre los pobres todos se abalanzan. Por suerte los más grandes tesoros se lograron conservar en su país de origen, como es el caso de la momia de Tutankamón con todos sus enseres, incluyendo momias de parientes, carros de guerra y muebles. Tutankamón, por decreto, no volverá a salir de El Cairo.

El incendio acabó con la colección más importante de fósiles de dinosaurios y otros animales que habitaron América hace entre 100 y 70 millones de años. Esto es irrecuperable porque había piezas únicas, algunas enormes y otras minúsculas. Un gigantesco perezoso junto a una almeja que cabía en el dedo meñique.

A mí, en particular, me duele la pérdida de los objetos rituales de grupos étnicos que ya no existen. Miles de pequeñas bandas de indígenas que vivieron en el Mato Grosso o en la enorme cuenca del Amazonas, fueron víctimas de enfermedades desconocidas, otras fueron aniquiladas por los garimpeiros que les regalaron alimentos envenenados para ocupar sus tierras. Los grandes tocados de plumas, trajes ceremoniales, instrumentos de labranza o cacería han desaparecido. Tal vez usted se pregunte si no habrá copias de aquello en otros museos. Los hay, pero no de todos los grupos humanos y menos de piezas verdaderamente únicas del ingenio de artesanos que en un medio tan difícil de habitar, aunque con tantos recursos para vivir, crearon arte en todo el sentido de la palabra. Cierto que hay fotografías; cierto que en museos como el del Trocadero, en París, hay piezas hermosas, pero no son las mismas ni de las mismas etnias.

Me ha llamado fuertemente la atención que en periódicos y noticieros televisivos se haya “llorado” en especial el cráneo de una mujer al que consideraban los brasileños el más antiguo de América. Esto dio pie a que de inmediato una arqueóloga mexicana saliera al quite declarando que el esqueleto más antiguo de América lo tiene México y es, también, de una mujer. ¡En qué se fijan algunos intelectuales!

No es comparable este incendio con el de la Biblioteca de Alejandría en tiempos de Cleopatra y Julio César; se trata, claramente, de dos desventuras distintas, aunque ambas destrucciones siguen doliendo. La Biblioteca la quemó un estúpido y el significado está en que desaparecieron en él libros únicos. Hay quienes piensan que ahí ardieron los manuscritos perdidos de Aristóteles. Yo me atrevo a pensar que perecieron, así mismo, obras de teatro de la Grecia clásica. Hoy disfrutamos de siete tragedias de Sófocles, pero él escribió 121. Si sólo pensamos en “Edipo Rey”, nos impresiona que todavía una obra de hace 25 siglos nos diga tantas cosas a simples lectores, psicólogos, lingüistas, mitólogos, historiadores o actores. ¿Perecieron en Alejandría las otras 114 obras de Sófocles? Al menos 10 o 12 sí.

Nunca estuve en Río de Janeiro. Conozco no pocas personas que han ido a esa bellísima ciudad. Algunos fueron nada más a ver fútbol, otros al carnaval a contemplar los hermosos cuerpos de las mujeres de Río bailando frenéticamente la samba (y espero que no me acusen de misoginia, porque así lo han contado), pero nadie me habló del Museo.

Los bienes simbólicos son tan importantes como los materiales, de otra manera no se explicaría que pueblos denominados erróneamente “primitivos” se esforzaran por crear belleza. Como quiera que se le vea, la desaparición de 20 millones de objetos es una desgracia para la humanidad. Y aunque reconstruyan el edificio, aquello no volverá jamás.