Los archivos perdidos de Avándaro

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Los archivos perdidos de Avándaro

Como organizador, cómplice, víctima y protagonista de aquellos días me ha tocado en muchas ocasiones reseñar esta historia, y el día de hoy en homenaje a mi generación y ese “quinto elemento”

El día de hoy se cumplen ya ¡49 años! de aquel día en que el rock y la juventud mexicana perdimos la inocencia, cuando ocurre Avándaro, el Festival de Rock y Ruedas que marcó un parteaguas en la sociedad, la música y un México que, a partir de entonces vio como por decisión gubernamental el rock nacional fue condenado al silencio y a la marginación. Tendrían que pasar 10 años para que una nueva generación renaciera de las cenizas, como el Ave Fénix, para encender al ritmo del rock nacional, los escenarios de todo el planeta.

Como organizador, cómplice, víctima y protagonista de aquellos días me ha tocado en muchas ocasiones reseñar esta historia, y el día de hoy en homenaje a mi generación y ese “quinto elemento” que es el espíritu de resiliencia, quiero compartir con ustedes este sueño virtual que viaja entre lo cósmico y lo anecdótico, para salir al reencuentro de los Archivos perdidos de Avándaro 71.

Así es que, queridos y rockeros lectores, los invito a viajar al pasado y al futuro para conocer la historia de Aldo, un chavo de onda de aquellos días y nos comparta su aventura.

cuatro, tres, dos, uno… ¡Despegamos¡

Retorno al Valle del silencio

En la inmensidad del espacio sideral, el tercer planeta del Sistema Solar se ve azul y luminoso. A un lado, el brillante planeta Venus, el rojizo Marte, Júpiter el imponente hermano mayor, y Saturno lejano y anillado titilan en la lejanía, mientras el astro rey, de un color amarillo incandescente lanza mareas de flamígero y resplandor; el brillo de la Luna es sombreada por la Tierra, mi destino…

Mi descenso es a gran velocidad, hasta que poco a poco la imagen de la esfera terráquea llena por completo mi horizonte, caigo rápidamente por la estratósfera hacia un banco de nubes y al sobrepasarlos puedo observar los bloques continentales rodeados de océanos, islas, archipiélagos, penínsulas, istmos, cordilleras montañosas, amarillos desiertos, dos polos de blanco y frío hielo y grandes zonas verdosas, que son cubiertas, inmensas, por formaciones elípticas de nubes.

Me dirijo al Continente Americano y en su hemisferio norte puedo ver la figura inconfundible del territorio ocupado por México, el lugar que sus antiguos habitantes llamaron “el ombligo de la luna” y en donde el Golfo semicircular que conecta al Mar Caribe con el Océano Atlántico parece en verdad el ombligo, pero de un planeta Tierra donde el impacto de un asteroide extinguió a los dinosaurios y estuvo a punto de borrar para siempre la vida.

Mi descenso será en territorio mexicano, en la zona centro-norte del país, en un área conocida como “Bolsón de Mapimí”, una extensa cuenca desértica que hace millones de años estuvo sumergida por el Mar de Tetris.

Conforme va disminuyendo la velocidad de mi descenso, les narraré algunas características de esta zona de grandes misterios a la que también se le ha llamado “La zona del Silencio”, desde que allá en los años setenta el Athena, un cohete de la NASA, perdió inesperadamente el control y cayó en esta área en donde se dice que jamás fue recuperado, pero lo cierto es que años después se supo que quizás fue interceptado por un Ovni; que contenía material radioactivo y que las condiciones del lugar provocaban un “cono magnético” que impedía cualquier tipo de comunicación por radio y el acceso por tierra, lo cual hizo que los seguidores de la teoría de los “astronautas ancestrales” y la ufología crearan toda una mitología alrededor de esta enigmática zona.

Estas propiedades y las leyendas que surgieron a partir de esta década fueron aprovechadas por algunos sectores radicales de la inteligencia militar y los últimos gobiernos nacionales de finales del siglo XX, para crear una réplica del Área 51 de los Estados Unidos con la ayuda de la tecnología de la NASA y la Fuerza Aérea del vecino país del Norte.

La localización de este “búnker” fue durante muchos años un secreto de máximo nivel, y es que en sus amplias cámaras se resguardaron objetos, documentos y los vestigios históricos de todo aquello que significara poner en descubierto los acontecimientos reales que la “historia oficial” había trasformado o edulcorado con fines políticos, que pusiera en evidencia escándalos que afectaran el balance del poder en México, la mitología de las creencias en las que se venía sustentando lo mexicano, o incluso verificara la teoría de que algunas civilizaciones prehispánicas habían tenido contactos de tercer tipo con inteligencias extraterrestres.

Este búnker del “Proyecto Mictlán”, como se denominó extraoficialmente, fue cubierto y enterrado por la gran tormenta de arena y cenizas volcánicas que sucedió después de la inesperada erupción del Volcán Xihuingo del Estado de Hidalgo y prácticamente su localización e incluso su existencia fueron borradas (convenientemente) para la historia nacional.

Hasta hace unos cuantos años un grupo de astro-arqueólogos localizó una misteriosa edificación sellada de concreto enterrada a 10 metros de profundidad y cubierta por inmensas rocas de origen volcánico que impedían todo acceso.

Con su descubrimiento y con la ayuda de excavadoras robóticas de gran capacidad y sistema de perforación laser, se logró el acceso parcial a una de las salas superiores de este conglomerado de bodegas donde se guardan los enigmas históricos; y allí es precisamente donde podemos recuperar uno de los sucesos más encubiertos de los años 70: Las 10 cintas de video y audio que dan testimonio del Festival de Avándaro, un episodio que durante su época de realización fue considerado “una vergüenza nacional” y que marcó junto con la masacre de Tlatelolco y la matanza estudiantil del “jueves de Corpus” el fin de la inocencia y la llegada de una década de oscuridad y silencio para la juventud de aquellos días.

Mi yo virtual me adentra por las amplias bodegas de este monolítico búnker y en las galerías de la Cámara de los Enigmas puedo ver cajas y cajones etiquetados con el nombre de “La tumba de Pakal”, donde se encontró la osamenta de un gigante extraterrestre de 4 metros de altura o la “Nave de los Dioses” con los restos de la nave espacial de Quetzalcóatl recuperada de las profundidades de los sótanos de la Pirámide del Sol de Teotihuacán.

Más adelante puedo ver una sala en donde se almacenan objetos cruciales para la reconstrucción de la historia, como los restos incorruptibles de Cuauhtémoc que, pese a haber sido incinerados por los conquistadores, han permanecido intactos durante más de 5 siglos; o el tesoro de Moctezuma que no solo contenía piezas y joyería de oro, sino también delicados pero impresionantes diamantes de gran tamaño en los cuales es evidente el uso de taladros gravo-graph micrométricos que solamente habrían podido ser tallados en este tercer milenio; y más al fondo el penacho de Moctezuma en el cual se descubrió un software de geolocalización y un nano chip con la memoria de un mapa interestelar y la fecha en caracteres binarios del Big Bang; o el verdadero ayate de Juan Diego que para sorpresa de todos contaba con un sistema de flotación gravitacional y proyección láser 4D.

Mi yo virtual camina hasta la penúltima cámara en la cual se encuentra la “Sala de Recuperación de paleo-tecnología fotomagnética” y allí puedo ver a un grupo de apurados cyborgs que, con mucho cuidado, están trabajando detenidamente en la conversión en data electrónica de archivos que originalmente estuvieron grabados o filmados en rollos cinematográficos de celuloide y haluro de plata, instantáneas de material fotográfico con película sensible a la luz, y cintas de video analógicas-magnéticas que van del formato de carrete 2 pulgadas, cinta ¾ - D3 – DVCPRO, “U-Mátic” hasta la cinta HD–CD y formatos digitales.

Todos estos formatos de audio, imagen y videotape no son resistentes al paso del tiempo y por ello se “oxidan” o degradan por el impacto de la humedad ambiental o la luz, y para su recuperación es necesaria la utilización de una avanzada tecnología que recupera su color, la luz, el sonido y el movimiento originales.

Por fin podemos acceder a algunas de las 10 cintas ya digitalizadas que han sido recuperadas, y en ellas puedo ver y escuchar uno de los testimonios de los asistentes al Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, el concierto histórico del cual fui organizador, testigo, culpable y protagonista aquel 11 de septiembre de 1971, los días previos y posteriores a un suceso que cambió al rock y a la juventud mexicana de aquellos tiempos.

En mi pantalla virtual aparece el testimonio de Aldo Trujillo, un joven de 17 años, que con una mirada brillante que relata a cámara la intensidad de su experiencia en Avándaro.

Aldo: 

“Mi Avandarazo comenzó con un simple rumor, y deja te platico qué “rocanrol” me pasó y porqué estoy acá mismo: Yo estudio el sexto semestre en la Prepa 6 de Coyoacán, juego fútbol en el equipo de la escuela y soy un fanático gruexo del Rock. Mi hermano mayor toca la lira en una banda y me enteré por sus amigos que ya se estaba armando una tocada al estilo de “Woodstock” muy cerca de un lugar llamado “Valle de Bravo.”

“Toda la “perrada” rockera estaba muy prendida con la idea de ir al toquín porque por acá pues francamente estaba muy apañado organizar una tocada con la bandita pues la chota o los agentes de la “DIP” te podían mandar a la sombra si te caían en la maroma”.

“Neta corneta, yo no les creí que fuera posible tanta belleza y menos si apenas hacía unos cuantos días ese grupo paramilitar del nefasto Corona del Rosal al que llamaban “Los Halcones”, masacró a 120 estudiantes que se manifestaban sin hacerla de tox”.

“Acá todos los de la “bandera” hablábamos de ello con miedo y coraje de esos hijos de perra del gobierno del “trompas” Díaz Ordaz y el cínico de Echeverría quienes ya se habían engolosinado con la sangre de los jóvenes. Para nosotros los estudiantes todo era oscuridad y terror”.

“Pero cuando vi por la tele en el programa “La Onda de Woodstock” de Zabloudovsky anunciar que siempre sí se iba a organizar nuestro propio festival azteca, y en Radio Capital confirmaron la noticia de que ya estaban a la venta los boletos del toquín en la tienda de Discos Yoko, le pregunté a mi hermano si iba a ir y él me dijo que sí, que iba con sus cuates; pues le pedí, es más, le rogué que me llevara… Él me dijo que ni “maíz palomita” que estaba muy morro y no iba a cargar conmigo. Pero yo no me iba a conformar con un no, así a secas, y me le hinqué, estuve de barbero y hasta de su chacha la hice con tal de que me llevara”.

“Por supuesto, mis padres se pararon de uñas y me la hicieron de a tos super seca. Por fin lo logré y con unos ahorros de mi domingo y vendiendo los discos que atesoraba de mi banda preferida “El Epílogo” de Iztapalapa y “El Ritual” de Tijuana, junté para mi boleto y pensé que: “total, si estas bandas chidísimas iban a tocar en el Festival, pues bien valía la pena quedarme sin mis amados acetatos”.

“Mi hermano con tal de que mi jefatura le soltara la moneda para el camión y como yo también estuve presionando para ir (prometiendo lo que fuera, ¡hasta exentar todas mis materias! uff…) pues que nos dan la viada con la condición de que él se hiciera cargo de mí y yo de él. Y yo me dije: “el hermano ciego conduciendo de la mano a su hermanito el tuerto camino de Avándaro”, ja, ja, ja… no podía ser más cómica la imagen”.

“Total que el jueves por la mañana nos levantamos bien temprano y ya con esa mochila que conservaba desde mis épocas de scout, y con unas latas de atún, galletas saladas, un garrafón con agua de limón, unos pantalones de mezclilla y un sarape de Saltillo que le volé a mi jefe pues que nos lanzamos en manada a la estación de la Merced en donde salían los camiones “chimecos” con rumbo a Valle de Bravo”.

“Desde que comenzó el traslado a Valle la gente ya nos estaba vibrando intenso… En cuanto comenzó agarramos carretera y vimos el bosque por las ventanas, no faltó quien sacara la lira, la armónica y el toque, y allí mismo comenzó la fiesta”.

“Entre huacales, gallinas, buen blues y mejor ambiente llegamos a Valle de Bravo desde el jueves con la esperanza de ser los primeros y ver el concierto en primera fila; y casi lo logramos, porque desde ese día y aún antes –nos contó la banda con la que íbamos caminando por el bosque- de seguro ya estaba el camino hasta el tope de cuates greñudos y chavas de onda que no tenían otro destino que el de Valle de Avándaro”.

“A todos nos valió madres que de repente se soltara el aguacero y llegáramos a apañar un pedacito de tierra en ese valle atestado de nahuatlacas en donde las casas de campaña parecían hongos que se reproducían a la velocidad del sonido del buen rock”.

“Pero estábamos bien aferrados. Allí íbamos a soportar lo que fuera: hambre, frío, bañarnos en el río, dormir a cielo abierto y estar con muchos miles de chavos como nosotros, con tal de ser testigos de ese concierto que sonaba a rock, a libertad, a ese grito ahogado de poder que iba a enmudecer a la ruquiza y hasta a la tira…”

“Aguantamos vara casi dos días y vimos el armado del escenario, el happening de un grupo bien pacheco de teatro experimental que nos rayaron con una versión rupestre de Tommy. El maese Carlos Baca que nos echó unos buenos rollitos acerca de la ecología y hasta un tal Elías nos dio clases yoga; y a punto de comenzar el concierto, los ensayos de bandas como “La ley de Herodes”, “La fachada de Piedra” y muchos más”.

“Los organizadores se la estaban rifando y se les veía la cara de asombro, desvelo y hasta de pánico, pues según me pude enterar cuando me colé hacia la parte de atrás del escenario, se esperaban unos cinco o diez mil personas al evento, pero ¡no manches Sánchez!, como te explico Federico, asomado por arriba del escenario se veía gente hasta el horizonte, hasta donde alcanzaba la mirada, o sea unos 100 mil, doscientos mil güeyes y güeyas bien prendidos, algunos más que prendidos, medio pachecos, pero todos, eso sí, bien alivianados”.

Luis de Llano, Valle de Bravo, 1971.

“Es más, todos nos rolábamos de comer, de beber y de ponernos “chidos”, no te miento… tan solo hubo que uno que otro que se “medio pasonearon” o la típica chava insolada. Y como habíamos ya tanta banda instalada en el campo, los teníamos que pasar por nuestras cabezas para que los de la ambulancia los atendieran chido”.

Allí detrás del escenario, y antes de que me corrieran “amablemente”, conocí a una chava bien guapa y bien fresa que andaba primero toda desorientada chille y chille y luego ya bien alivianada, porque resulta que ella se había venido invitada por el teto de su novio, más bien para ver la carrera de autos y asistir a la fiesta mexicana”.

“Pero en cuanto su güey se dio cuenta de que había un “aquelarre de nacos” en vez de un “un rally bien acá” pues que se da media vuelta -más por el miedo que por otra cosa-, y que deja a esta chava que se llama Fanny sola a mitad del campo, dizque porque ella tuvo la osadía de hablar bien del rock y de la banda, mal del gobierno y los rucos en el poder. Pero lo que más le encabronó al cobarde de su novio fue que Fanny le dijo en su mera carota que “era una gallina”.

“Pobre chava. Iba vestida a la última moda con minifalda y botas, y con una cara de fresa de Irapuato que ni cómo ayudarla. Cuando se vio sola a mitad del bosque -como Heidi- sintió en ese momento que se la iba a llevar “patas de cabra”, y tan solo se le ocurrió acercarse a empujones o como pudo hasta el escenario, y al verla toda mojada y sacada de onda, uno de los soldados que tenía ya más de dos días dizque esperando la llegada y palabras del presidente municipal, la llevó hasta donde estaban los organizadores. Total, que siempre si llegó el “preciso” municipal, y hasta la banda le aplaudió, pero el soldado se tuvo que quedar a “hacer guardia” y hasta de cuate de varios rockeros acabó siendo… pues era también joven y le latió el rollo del Festival”.

“Total, que la Fanny vio al fin la luz y un rayo divino la iluminó, en cuanto se vio arriba del escenario y en el momento preciso en que uno de los organizadores estaba regalando una camiseta pintada con el nombre y el logotipo de Avándaro, -con la condición de que la chava que lo quisiera se lo pusiera allí mismo, ella no lo dudó, que se para en el centro del escenario y se quitó la blusa con todo y sostén, y así con el torso al aire frente a cien o doscientos mil cuates se puso la camiseta encima. Nadie dijo ni pio… no se oyó un chiflido ni un “mamacita”. Todos aplaudieron la valentía y la buena onda de la chava que ahora de ser una fresota cualquiera se iba a convertir en la “encuerada” de Avándaro, bueno, una de las muchas y muchos encuerados, ja, ja, ja…”.

A mí me tocó ver su transformación mágica y como ya Fanny, bien alivianada con su nueva camiseta, se acercó al soldado que le ayudó a subir a otra realidad, y sin más ni más, después de darle un abrazo y un beso agradecida, le dijo aquella frase de la poesía de Nicolás Guillén que cantaba el folklorista Horacio Guarany.

“No sé por qué piensas tú,

soldado que te odio yo…

si somos la misma cosa…”

“Así las cosas, en el Festival aquellos días, y para el viernes en la nochecita, ya que todos estábamos bien aclimatados, que comienza el toquín y después de varios apagones y alguna rechifla, que sale “El Ritual” y comenzaron a tocar “Easy Woman” y yo escuchando embelesado por fin toqué el cielo roquero…”

“Ese día, ese concierto y esa rola jamás se me van a olvidar… Avándaro quedará grabado en mi mente, allí y en ese momento supe que ser libre, ser joven y ser rockero era algo que nada ni nadie me podría impedir, hasta el día de mi muerte. He dicho”