Los anfitriones
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Los anfitriones
El papel de anfitrión no es algo menor. Cuando se visita una casa, una comunidad o una ciudad, se decide regresar si en nuestro primer acercamiento con el lugar tuvimos una buena experiencia, fuimos tratados con respeto y nos sentimos bien.
Hay pueblos que por sí mismos son bonitos, pero la belleza que los caracteriza no se dio de pronto, sino luego de un largo trayecto de tiempo en el que muchas generaciones de habitantes decidieron valorar su patrimonio natural y cultural.
Cuando se acude a sitios arbolados y limpios, detrás de ellos hay personas que cuidan su entorno y que comprenden el significado de un medioambiente digno, entonces los visitantes nos encontramos con un contexto que invita al disfrute de la libertad, un derecho que no podemos abandonar.
El género humano, a partir de la Revolución Industrial y en poco más de dos siglos y medio, se ha encargado de depredar los recursos naturales del planeta, lo que ha propiciado la riqueza de muy pocos y la pobreza de una enorme mayoría. Por ello se explica que el primero de los Objetivos de Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas sea la erradicación de la pobreza extrema, y el segundo, hambre cero.
La crisis alimentaria es evidente en el mundo. Sin alimentos no puede haber libertad aunque sea un derecho universal, lo que me hace pensar que para ser un buen anfitrión y ofrecer a los visitantes un trato cordial acompañado de un café o de una bebida refrescante y de alguna probadita de panadería o repostería local es condición indispensable que se tenga resuelta el hambre de los anfitriones. No se puede ofrecer algo de lo que se carece.
En pocos años, para conservar la condición de buenos anfitriones no bastará que tengamos dinero, sino que será fundamental que se produzcan alimentos en las comunidades receptoras de turismo.
En muchas comunidades antes hortelanas, hoy en día se observa la nula productividad de los campos. Quienes trabajan en las tareas agrícolas son hombres mayores de 55 años. Las personas jóvenes están ajenas a este interés de primer orden y eso ocurre en gran parte del continente americano.
Y en los pocos graneros que aún quedan, las prácticas agrícolas propician muerte porque los pesticidas compuestos por químicos, que se arrojan de manera aérea a los campos, afectan la salud humana.
De lo anterior dan cuenta las frías estadísticas de mortandad por enfermedades de las vías respiratorias y distintos tipos de cáncer que han venido padeciendo los trabajadores del campo en Culiacán, Sinaloa, en un corredor que llega hasta los municipios de Guasave y Ahome.
La primera vez que visité Culiacán fue en 1998 en compañía del notable historiador y muralista Desiderio Hernández Xochitiotzin, quien fuera cronista de la ciudad de Tlaxcala, ya que los primeros pobladores de la comunidad original fueron tlaxcaltecas. Entonces participamos en un foro memorable.
Ya destacaban los brotes del narcotráfico y había por ello la concentración de representantes del Ejército en su aeropuerto, pero aun así los sinaloenses se distinguían como anfitriones.
Ahora que regresé, visité de nuevo a su centro histórico y constaté que resulta urgente el establecimiento de nuevas centralidades por el excesivo tráfico humano y vehicular. A pesar de ello, los ciudadanos siguen teniendo un buen trato para los visitantes.
Se nota que al menos los culiacanenses tienen bien resuelta su alimentación y que hay una potente vida comercial en las calles de su ciudad. Espero que los empresarios agrícolas locales encuentren nuevos caminos para la producción de granos y vegetales antes que se agote la riqueza de los suelos sinaloenses. Seguiré regresando a Culiacán.