Lorenzo Carlos
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Lorenzo Carlos
La consabida y resobada máxima orwelliana que define al ingrato, denostado y no siempre aséptico oficio periodístico es, sin embargo, la aproximación más acertada: “Journalism is printing what someone else does not want printed: everything else is public relations”.
Ser periodista significa ser un individuo incómodo, porque su misión es precisamente revelar cuestiones incómodas. Significa andarse por una estricta línea recta y no irse por la senda del vedetismo o de la complicidad con el poder, a pesar de que representen mayor prestigio, reconocimiento o beneficio económico.
Ser periodista es un asunto de convicción. Los que bajo el todavía glamuroso y sugestivo nombre de esta profesión oculten su mediocridad e incapacidad para ganarse la vida de forma honesta, allá ellos. Lástima que, los buenos son los menos y el resto una apabullante mayoría ignominiosa.
Por eso es que es tan raro, pese a la incontable cantidad de gente que vive directa o indirectamente de la información, el conocer a un periodista auténtico.
Yo pese a los años que llevo inmerso en el medio, no he conocido más que a un puñado de comunicadores que merezcan un título tan preclaro como el de periodista. Al día de hoy quizás no pueda presumir de conocer personalmente a diez.
Ayer eran pocos y hoy son todavía menos. Trágica y prematuramente tuvimos que despedir ayer a uno de los contados periodistas que en Coahuila hacen la pequeña, pequeñísima diferencia que nos separa de un régimen absolutista.
Lorenzo Carlos Cárdenas tenía suficientes cualidades humanas para ser bien recordado como amigo, colega y hombre de familia. Yo lo tengo presente como alguien de distinguida gentileza y una serenidad que infundía respeto al instante.
Ahora, el privilegio de llorarle en su última hora es de sus más allegados seres amados. A quienes tuvimos la suerte de conocerlo de una manera más circunstancial sólo nos queda experimentar ese triste desconcierto que provoca asomarse a la eternidad para despedir a un amigo.
Pero quienes seguramente no tienen idea de lo que esta pérdida representa son los propios coahuilenses a quienes Lorenzo Carlos brindó sus mejores años como profesionista.
Lo más probable es que el ciudadano promedio no lo recuerde. Y por qué habría de hacerlo, si cuando el periodista hace correctamente su trabajo permanece más bien anónimo (son aquellas vedetes de las que hablábamos quienes hacen de la información un circo).
Pero no Lorenzo, que supo poner oportuno el dedo en la llaga, no por protagonismo, jamás por provecho personal, y siempre mirando de frente a su interlocutor, fuera quien fuera.
El año pasado el Gobernador de Coahuila hizo un muy desafortunado comentario sobre la intachable labor de Lorenzo Carlos, sugiriendo que su trabajo y el de otros operaba a favor del crimen organizado.
Siempre serio, el reportero le pidió al Mandatario que sustentara su decir. El Gobierno montó un drama, amagó luego con una supuesta “narco-nómina” de periodistas, pero por supuesto jamás, jamás pudo probar que los señalamientos que se le han hecho a esta administración no están más que bien fundamentados.
Lorenzo Carlos trajo para nosotros el tema de la megadeuda cuando otros dormían o decidieron que era más redituable callar. Mas él, como hombre de fe (su religiosidad era otro de sus rasgos distintivos) sabía que la única cosa que nos puede liberar es el conocimiento de la verdad.
Lo cierto es que Lorenzo Carlos hizo bien su labor y ello significa que resultaba incómodo para el Gobierno, ese mismo Gobierno que hoy envía una condolencia hipócrita por su repentino deceso mientras recompensa con prebendas, pagos encubiertos y premios a quienes, arrogándose el título de periodista, lo solapan.
No, al Gobierno lo que menos le gusta y desea es tratar con gente de la estatura de Lorenzo Carlos Cárdenas. Así hoy tiene una preocupación menos y nosotros en cambio estamos más indefensos.
Gracias, Lorenzo. Gracias por dedicar tu vida al periodismo y no como tantos mediocres, a las relaciones públicas.
petatiux@hotmail.com
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