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Lo que sucede. Lo que vendrá
Hasta ahora los mexicanos hemos sido casi espectadores de las congojas del mundo. Creemos que hay una especie de escudo nacional. Vemos al vecino del norte envuelto en un dolorido recuento de muertos sin pensar qué será de nosotros. No hay dudas de que su presidente y el nuestro han sido muy ligeros en posiciones e interpretaciones. Si Italia y España han transitado por el dolor, sería un error creer que somos distintos. Los virus no saben de fronteras, lenguas ni religiones. Es curioso que en un mundo globalizado en lo económico no se prevea qué es global en lo referente a salud, enfermedad y muerte.
Si nos comparamos con los países afectados, vemos que México, hasta ahora, está mejor teniendo en cuenta los mismos procesos y tiempos. Algo se ha hecho bien. Los casos de enfermos y muertos irán en aumento, de ahí que nos preguntemos con angustia cuándo se pasará del discurso político a un proyecto nacional en esta coyuntura, porque ya no es el mismo país que recibió López Obrador, es otro. Puede comprobarse que no fueron pocos los altos burócratas que tomaron decisiones por su cuenta, lo mismo que algunos gobernadores. Debería ser prioritario un esquema único de enfrentamiento del virus en el que todos, sin excepción, siguiéramos una estrategia práctica y científica. Es indispensable un rumbo en el cual entremos. El problema es tan descomunal que resultaría sencillo promover un frente nacional para combatirlo.
No es necesario adivinar que la pandemia golpeará más a los pobres y a los viejos, y no solamente en lo que se refiere a la enfermedad sino a su misma vida en lo económico, lo social, lo educativo y lo higiénico. No se trata de pronosticar quién podría morir sino de saber que ricos y pobres, citadinos y paisanos, mujeres y varones seremos alcanzados en alguno de los rubros de la anterior frase.
En momentos caóticos siempre aparecen grupos de oportunistas que intentan sacar ventajas; tampoco faltan individuos que se sitúan por encima de sus propios intereses y piensan en la colectividad. Por ejemplo, se habló demasiado de la masacre de judíos en la guerra como víctimas de los nazis; se olvidó a quienes dieron su vida por ellos gratuitamente. En Auschwitz murieron entre 10 y seis mil polacos por haber ocultado judíos (entre los héroes estuvieron más de dos mil sacerdotes católicos). Ellos podían haberse desentendido, puesto que Polonia también era víctima de Hitler. Y los mexicanos, con los defectos inherentes, también somos generosos, como se vio en la explosión del Chichonal en Chiapas o los temblores de la Ciudad de México, por poner dos ejemplos. Falta orientación, ideas, ejemplos, posibilidades…
Lo que vendrá es impensable, pero predecible; se pueden tomar medidas. Las que se impusieron parecen buenas: no ha estallado el problema. Entre lo posible está lo conveniente o lo prudente o lo necesario. Me refiero al hecho de que no tenemos suficientes aparatos respiradores, espacios para cuidados intensivos o médicos y enfermeras. No creo que seamos mejores que los italianos y éstos en no pocas clínicas tomaron la decisión de privar a los ancianos del oxígeno indispensable para darlo a un joven. ¿Qué haría usted si debiera tomar una decisión de ese calibre?, ¿problema ético o práctico? Los teólogos ya lo discutieron en el siglo 13.
Los médicos italianos que tomaron decisiones podrán haberse equivocado, pero estaban entre los infectados; difícil creernos mejores, sobre todo desde lejos. En mi caso creo que si hubiera un respirador y hubiera que escoger entre mí y un joven, él sería el destinatario del aparato (ni modo; amo la vida y a mucha gente, pero existe una ética que está por encima de las palabras).
En el vecino país antes de que se agotara el alcohol, los cubrebocas, el papel sanitario y el gel antibacterial, se agotaron las armas. Hubo tiendas de armas ofensivas que cerraron porque ya no tenían nada qué vender; hay que añadir que los compradores guardaban sus dos metros de distancia. ¿Un país ejemplar?, ¡país bizarro en el que mientras mueren miles otros compran armas para matar!
En la película Titanic, que me disgustó bastante, algo muy bello fue que el quinteto de cuerdas siguió tocando melodías clásicas mientras el barco se hundía. Y eso sí sucedió en la vida real. Saquemos conclusiones: qué me toca, qué puedo, qué debo.