Lo que exige la pandemia es solidaridad y cooperación

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Lo que exige la pandemia es solidaridad y cooperación

Slavoj Zizek es uno de los filósofos más influyentes del mundo en los últimos tiempos. En 2020 hizo el texto “Pandemia: La COVID-19 Estremece al Mundo”, obra actual que requiere de urgente lectura. En el inicio en la página 6 abre con una afirmación que se acomoda bastante bien al momento que vivimos diciendo que: “(…) lo que somos ningún coronavirus nos lo puede arrebatar. De manera que existe la esperanza de que la distancia corporal incluso refuerce la intensidad de nuestro vínculo con los demás”, completamente de acuerdo.

Igual que en marzo de 2020, seguimos sin dar crédito a lo que nos está ocurriendo por todas partes. De acuerdo con el semáforo epidemiológico, ya van siete estados que se han pintado de rojo, 15 en naranja, nueve en amarillo y uno en verde, da la impresión de que nunca entendimos el nivel del peligro en el que nos encontrábamos. Hablo en pasado, porque hasta ayer seguían repletos una buena parte de los lugares públicos, donde ni prestadores de servicios ni clientes hemos medido las consecuencias de nuestras decisiones.

Evidentemente, como ya se ha dicho por aquí, en tiempos del libre mercado puede más el deseo de tener que el del ser. En el entendido de que lo que alimenta a esta voraz enfermedad es la transmisión, no hemos querido –no podido– romper la cadena de la misma. El egoísmo es nuestro peor enemigo. Pareciera que en nuestra conciencia ni somos tan familiares ni somos tan amigos como para no entender que el tema del contagio es muy simple. Ayer en Nuevo León hubo mil 770 casos positivos y 27 defunciones; según la Secretaría de Salud, en Coahuila ayer hubo 339 contagios y cinco muertes. Las causas, sin lugar a duda, el egoísmo y la falta de solidaridad.

Como siempre, sólo en un primer momento estuvimos atentos, lo que nos caracteriza, la irresponsabilidad y la falta de constancia en una acción determinada, salieron a relucir y ahora nos va cobrando factura. Ni modo que no sepamos de qué se trata, si todos –quien más, quien menos– nos hemos visto envueltos en eventos que tienen que ver con la enfermedad y todo lo que ésta conlleva.

Actuar como si no pasara nada, haciéndonos de la vista gorda, sin ser ave de mal agüero, nos traerá consecuencias lamentables. No se requiere ser especialista en pandemias. Lo peor que le puede ocurrir a un ser humano es la negación de una situación determinada, ¡ah! y la desinformación sobre la misma. La solución está, como afirma Zizek, en la solidaridad y en la cooperación.

La solidaridad es una condición que corresponde a la naturaleza humana que “siempre es coexistencia, colaboración con los otros y construcción común de la historia” (Boff, 1990), en ese sentido, no podremos construir lo común o vivir en lo común, si no somos solidarios.

Ser solidario es, como afirma Victoria Camps en su texto “Virtudes Públicas”, tener y sentir la convicción de la unidad e interdependencia de todos los seres humanos y a través de esta unidad la integración con todos los seres y con el cosmos en general o, como dice Paul Ricoeur, dar prioridad al “otro”, en el cual se descubre el “yo” como un “tú” o, mejor, “como un otro”. ¿Así tan difícil está no entender que nos jugamos la vida y ponemos en riesgo la de los demás? De ahí que hoy se requiere ser solidario con el abuelo, con el papá y la mamá, con nuestros compañeros de clase, con nuestros vecinos y amigos.

El problema es que no sabemos ni en qué momento podemos ser factor de contagio por la complejidad de la enfermedad. Un pensamiento que en este sentido pudiera ayudarnos a entender la gravedad del momento que vivimos es lo que denominamos la “Regla de Oro”, que es la base de la idea de la solidaridad y que reza de la siguiente forma: “lo que no quieras que hagan contigo, no lo hagas con los demás”, y aquí te invitaría a pensar en los seres que más quieres. ¿Has visualizado el escenario de que alguno de tus seres más queridos se encontrara en el no retorno de la enfermedad? ¿O habiendo ya vivido una crisis o un evento de tales magnitudes te gustaría volver a vivirlo o que lo viviera alguien cercano a ti?

Estoy de acuerdo, la nostalgia nos ha invadido, el confinamiento nos ha generado tensiones, ansiedades y queremos ver a los que amamos, los lugares que en otro tiempo frecuentábamos, nuestros sitios favoritos, pero está claro que aún no es tiempo. Y para quienes insisten que lo presencial es la base de su existencia –me refiero a los lugares públicos donde se intercambian bienes y servicios–, es importante internalizar que es fundamental la economía, pero es más importante la vida.

Si no colaboramos para que la pandemia no se extienda y no somos solidarios cuidándonos y cuidando a los demás, con todas las recomendaciones que nos han dado hasta el cansancio, tardaremos aún más en volver a los espacios públicos y los costos en vidas y en desgaste emocional seguirán siendo tan o más altos de lo que ya hemos vivido. Así las cosas.