Lo central y lo periférico

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Lo central y lo periférico

Hace poco más de dos años el Papa Francisco  convocó a un “Sínodo de Obispos”.

El tema a tratar fue la “Misión y Vocación de la Familia”. Hoy sábado se estudiará y aprobará un documento final que incluye las reflexiones y propuestas pastorales para hacer más efectivo el servicio de la Iglesia a las familias en su misión y vocación cristiana.

Los participantes en el Sínodo en su  mayoría no son funcionarios de escritorio que atienden a la familia como un ente abstracto (Papá-mamá-hijos) sino agentes de servicio que están en contacto con una realidad humana muy diversa en costumbres, conductas, criterios y propósitos como son las familias de cada continente, de civilizaciones tan diferentes como la occidental o la oriental, la urbana o la indígena, la tradicional o la  liberal. 

Esta compleja diversidad cultural ya no puede ser atendida solamente con leyes canónicas o con exhortaciones especulativas, porque eso llevaría a la Iglesia Católica a un aislamiento enajenante tan estéril como el discurso de un candidato político. La atención debe de ser solidaria y comprometida con la conciencia de cada quien y con la oferta del Evangelio.

El Papa Francisco y este Sínodo tienen muy presente un compromiso que determinó un cambio en la estrategia pastoral de la Iglesia Católica hace 50 años en el Vaticano II. “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de  los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (Constitución “Gaudium et Spes”, Vat.II).

La familia de cada ser humano es el escenario central donde suceden la mayoría de esos “gozos y esperanzas, esas angustias y tristezas”. Los otros escenarios: el político, el deportivo, el económico, el religioso, el deportivo, son el contexto, la situación, el ambiente más o menos periférico del dolor o la alegría humana.

Los participantes en este Sínodo han sido humildes y sinceros. Reconocen que los problemas familiares requieren agentes expertos y espirituales y que la Iglesia no se ha dedicado a formarlos para dar un “servicio familiar efectivo”. Son sinceros al insistir en una verdad soslayada por otras “ocupaciones”: la evangelización debe ser familiar, y no solo individual y personal, debe ser adecuada a cada conciencia familiar, debe ser un servicio a la responsabilidad de los padres y no una anacrónica dictadura de conciencia.

Probablemente los analistas de los medios dirán que el Sínodo no logró resultados porque no decretó acerca de las relaciones homosexuales o la comunión para los divorciados vueltos a casar. Se logró algo más que eso: que en esos casos el foro interno de la conciencia  personal sea respetado por la jerarquía, que los ministros oficiales y los bautizados no se conviertan en jueces de sus hermanos para dictaminar a quién incluyen o a quién excluyen del Reino de Dios… y, sobre todo, va a lograr que la evangelización de la familia sea la estrategia central para construir la paz, la salud, el amor y la justicia en los diferentes barrios del orbe. Definirá lo que es central de lo periférico.