Líder para el Mundo

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Líder para el Mundo

Acaba de concluir la histórica visita del Papa Francisco a Cuba y a Estados Unidos. Antes de la visita propiamente dicha, menudearon las especulaciones en torno a lo que sería su mensaje, sobre los nuevos puentes tendidos entre Cuba y Estados Unidos, sobre una posible condena a la violación de los derechos humanos en Cuba, etcétera. 


Se teorizó mucho acerca de las posibles reacciones del polarizado Congreso estadounidense ante al mensaje papal. Los voceros de todas las tendencias esperaban condenas y reconocimientos sobre cada uno de sus temas favoritos. Los comentaristas de alto nivel y alcance mundial saturaron sus páginas con elogios y condenas a lo que el Pontífice diría a los líderes del mundo durante la plenaria de Naciones Unidas. 


Pero el Papa nos cambió la jugada. No condenó a Fidel Castro, sólo le obsequió un par de libros que le serán útiles en lo que le quede de vida. Uno de ellos, escrito por un sacerdote jesuita -maestro de Fidel en la escuela- y que huyó de Cuba cuando llegó al poder. 


Habló a los polarizados congresistas estadounidenses, desde la perspectiva que conceden la veracidad, la alegría, la misericordia, la caridad y el amor.


No condenó a nadie y no dejó un solo tema sin atender en su discurso. En la ONU no se decantó ni por unos ni por otros. Con la libertad de quien, sin las ataduras de la ambición, repite lo que cree. El Papa fue ovacionado lo mismo en Washington que en Nueva York, tanto por la derecha republicana, como por el ala liberal demócrata. Lo mismo por la delegación iraní, que por Raúl Castro, Ángela Merkel o la delegación de Estados Unidos, unos y otros aplaudieron sin reserva y salieron inspirados.


A partir del ser humano digno por ser hijo de Dios, abordó todos los temas: el principio y final de la vida, la familia, la desigualdad, el cuidado del medio ambiente, los migrantes, los refugiados, el tráfico de personas, los derechos humanos, el tráfico de armas, las armas nucleares, el rol de la mujer, la infancia, la pobreza, la democracia, la justicia social.


La diferencia no radicó en los temas abordados, son todos los que atañen a la compleja aldea global que habitamos; sino en la perspectiva. No podría ser de otra manera. La diferencia estuvo en la forma, el fondo es el mismo, no ha cambiado en 2 mil años de cristianismo.


En estos momentos en que el mundo no encuentra brújula, cuando el país más poderoso del mundo está entrampado por la polarización ideológica, cuando el desconcierto se repite en Europa y en muchos otros países, creo que el viaje del Papa Francisco lo consolida en el mundo como el líder moral por excelencia.


A propósito de la migración, los refugiados, el inicio y el fin de la vida, su mensaje fue, tanto innovador como antiguo. Recordó la regla de oro: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”.

Para el odio y la polarización que nos dividen, brindó una guía básica: “Sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando el enemigo interior. Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar”.


De esa forma, Francisco nos llevó al umbral de lo que proclamó como “Año de la Misericordia”, que inicia el próximo diciembre. Perdón y caridad, acompañados por obras de misericordia. Con esta sencillez tan antigua y tan nueva, el Papa brinda una nueva receta para el mundo, innovadora y muy antigua.

Twitter: @chuyramirezr
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