Lecciones de Hollywood

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Lecciones de Hollywood

San Pablo da una recomendación en la primera carta a los Tesalonicenses que a mí siempre me ha gustado mucho: “examínenlo todo y quédense con lo bueno”

En este sentido, en cada lectura que hago, en cada experiencia, incluso en cada película busco sacar alguna enseñanza que luego pueda aplicar a mi vida. Si ponemos este filtro a nuestro vivir, todo es enseñanza, todo es aprovechamiento, todo es crecimiento. Este artículo quiere presentarles dos botones de muestra.

 

Lo que aprendí de Dumbledore

Recuerdo cuando vi las dos partes de la séptima película de Harry Potter. Yo, lo reconozco, disfruté mucho. Desde hacía tiempo me carcomía la ilusión de ver en la pantalla lo que la lectura de los libros de Rowling me había regalado en numerosas tardes paseando por sus páginas: un buen entretenimiento y la emoción que proporcionaban las aventuras del estudiante de Hogwarts. Sí, las películas me gustaron... y también pude aprender un poco de ellas.

Hubo un momento particularmente importante que quisiera ahora compartir con ustedes. Tras la "muerte" de Harry en su encuentro con "Quien-no-debe-ser-nombrado" (me da cosa decir Voldem... el nombre), Dumbledore le sale al encuentro y mantiene una de las conversaciones más intensas y curiosas de toda la saga potteriana. En un momento dado comenta algo que a mí se me clavó en el corazón: “no compadezcas a los muertos, Harry. Compadécete de los vivos: sobre todo de aquellos que viven sin amor”. ¡Pum!

Inmediatamente me vinieron a la mente y al corazón diversas personas que conozco que viven la experiencia de no ser amados: por situaciones familiares, por el abandono, porque sufren debido a la injusticia, por los errores del pasado, etc. Y se me ha clavado una espina en el corazón por no amarles lo suficiente para aliviar este peso.

Y, por un momento, me he parado a pensar todo el amor que he recibido en mi vida y lo deudor que soy. Y he pensado en la Encarnación de Cristo: Dios Todopoderoso se hace hombre y viene a salvarme porque me ama. Y si yo hubiese sido el único hombre sobre la faz de la tierra hubiese hecho exactamente lo mismo. ¡Tanto es su amor por mí!

“Compadécete de los vivos que viven sin amor”. ¡Cómo quisiera que todos experimentasen en primera persona cuánto los ama Dios! Su vida, incluso en medio de tantísimos sufrimientos, tendría sentido. Creo que este es el principal mensaje de la Eucaristía: no estás solo, Dios te ama profundamente y viene a la tierra a compartir tus alegrías y tus sufrimientos, tus ocupaciones y tus ratos de ocio. Y de hecho, estoy convencido que mientras los religiosos y sacerdotes veíamos juntos la película de Harry Potter, Él estaba feliz viéndonos.

 

Lo que Jim Carrey me enseñó sobre el sacerdocio

Jim Carrey, el actor canadiense nacionalizado norteamericano, no deja indiferente a ninguno: o lo adoran o no lo soportan. Excéntrico, su carrera cinematográfica se ha enfocado a la comedia, teniendo actuaciones memorables como su participación en Ace Ventura o en El Show de Truman, entre otras. Pues justamente ha sido este actor al que rondó por mi mente al escribir este capítulo. Y no porque haya visto alguna de sus películas, sino por un video que, accidentalmente, se me cruzó en el camino.

Me refiero a una parte del homenaje que la AFI (American Film Institute) le dio a Meryl Streep por la trayectoria de su carrera; un premio, por lo demás, merecidísimo. A lo largo del evento, diversas personalidades tomaron el podio para alabar la carrera de la camaleónica actriz. Pero fue Jim Carrey el que arrasó con su personalidad omnipresente.

De toda su presentación, que pueden ver ustedes en YouTube, es el final lo que más me impactó: ahí apareció el verdadero Jim, no el actor. Con mucha emoción, le dijo a Meryl: “Que Dios te bendiga, como tú nos has bendecido y como Él nos ha bendecido a través de ti”.

¿Puede haber un elogio más grande? Y se me ha ocurrido que si alguna vez un sacerdote quisiera buscar un halago de las personas -que, por favor, ni se les ocurra- digo yo que éste debería ser el camino: tu presencia nos ha bendecido, porque Dios nos ha bendecido a través de ti.

No, no somos nosotros los que debemos brillar, sino que es Dios quien debe hacerlo. No son nuestras acciones las que cuentan, sino lo que Dios realiza a través de nosotros. Porque el sacerdote es Otro Cristo, no un embajador de su ego ante los hombres. Y, por lo mismo, en la medida en que refleje a Cristo a los demás es como cumplirá mejor su misión en este mundo.

Y lo que se dice del sacerdote también se debe afirmar de cualquier bautizado; de ti que lees estas líneas. Su presencia en el mundo no debe ser indiferente. El testimonio de su vida está llamado a ser una bendición para los demás.

Sí, Dios habla como Él quiere y nos bendice a través de caminos insospechados. Y si no me creen, miren sólo esto: ha sido gracias a Jim Carrey que hoy puedo, aunque sólo sea un poquito, valorar un poco más mi sacerdocio.