Laureles y crespones saltillenses

Usted está aquí

Laureles y crespones saltillenses

La plaza Manuel Acuña es uno de los jardines más antiguos de la ciudad. Don Marcelino Garza y su esposa doña Delfina Villarreal mandaron formar y sembrar el jardín en parte de los terrenos que fueron de la antigua feria de Saltillo, en lo que antes fuera la plaza tlaxcalteca, junto al Mercado Juárez, y lo donaron a la ciudad con el nombre de “Jardín de los Hombres Ilustres”. La placita llevó ese nombre hasta que a finales del siglo 19 llegó la escultura de Manuel Acuña y las autoridades de ese entonces la colocaron ahí y cambiaron el nombre del jardín para honrar al romántico poeta.

A lo largo de su existencia, la plaza ha sufrido transformaciones, la última para recibir de regreso el monumento al poeta, que había sido retirado de ahí y colocado en un jardín junto al lago República en la Alameda, donde permaneció durante muchos años. Desde entonces, la placita luce en sus flancos oriente y poniente los llamados “crespones”, que son árboles de baja altura con la peculiaridad de que florecen abundantemente durante la primavera y parte del verano. Contrariamente al significado de la palabra “crespón”, un lienzo de tela negra usado en señal de luto, en el caso de los árboles y particularmente en nuestra placita, los crespones aportan alegría y color.

A punto de entrar el verano, los crespones de la plaza Acuña ya florecen y alegran el panorama a veces gris y hostil por el mucho tráfico de vehículos. Durante meses los crespones se visten de colores rosa mexicano y blanco para alegrar el espacio, y de alguna manera alegran también el corazón del romántico poeta de Saltillo, representado de pie en el conjunto escultórico, junto a la Gloria alada que parece señalarle precisamente la gloria y la eternidad, mientras a sus pies yacen sin vida la lira y la poesía, musa del poeta. Los tres personajes y la lira, símbolo de la poesía romántica, quedaron atrapados magistralmente en el blanco mármol del monumento esculpido por Jesús F. Contreras.

Los crespones son muy saltillenses. A mí me traen gratos recuerdos de la infancia. En el patio de la casa paterna había un viejo y enorme crespón cuyos varios troncos emergían de la superficie de un jardín que rodeaba una pileta revestida con mosaicos rojos. Cada primavera, el viejo crespón nos regalaba el color rosa intenso de sus flores, en contraste con el azul cielo de los plúmbagos, los matices combinados de rosa y amarillo de las alegres peonías y el morado de las tímidas violetas que compartían nuestro patio. En el patio de servicio de aquella casa había un gran arbusto lleno de pequeñas flores de color de rosa fuerte y hojas angostas y puntiagudas, parecidas al laurel que usamos para cocinar, pero más grandes, de las que probablemente tomó el nombre, pues a esta planta le llaman laurel de jardín.

Los laureles están en plena floración. Sus pequeñas flores son rojas, rosas, blancas y amarillas. En nuestra ciudad son muy comunes y desde hace mucho tiempo se pueden ver en los camellones de bulevares y avenidas arbustos ya grandes de laurel. Últimamente, el municipio sembró gran cantidad de pequeñas plantas de esta variedad de flores en algunos camellones del bulevar Carranza. A pesar de ser ya viejas conocidas en Saltillo, hace algunos años se trajo de Estados Unidos la moda de hacer glorietas pequeñas en los grandes estacionamientos de centros comerciales y sembrar en ellas muchas plantas de laurel, muy juntas y muy tupidas. A pesar de que las mantienen siempre podadas a unos 50 centímetros de altura, no dejan de florear y poner la nota alegre en aquellos amplios espacios pavimentados, donde hay gran hacinamiento de vehículos.

Afortunadamente, los crespones siguen meciendo sus floridas ramas en los patios, plazas y calles de la ciudad, y los laureles siguen siendo los puntos coloridos en banquetas, camellones y estacionamientos al aire libre. La dulce primavera…