Las preguntas de la vida

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Las preguntas de la vida

“Dona, buen día. Una preguntota, ¿has hecho teatro alguna vez?”

Hay preguntas que nos cambian la vida. ¿Te quieres casar conmigo? ¿Ya viste la luna? ¿Y tú, qué haces? Voy de regreso de Monterrey, ¿a qué hospital llego? ¿Pues cuántos años tienes? ¿Te gusto? ¿Cuántos kilos has bajado? ¿Entonces eres discípulo de Claudio Naranjo? ¿De dónde eres? ¿Todo bien?  

No sé ustedes, pero he escuchado preguntas que me han causado cualquier cantidad y variedad de emociones, desde la rabia hasta el gozo. Hay preguntas fáciles de contestar y hay otras que esquivo, como lo haría un buen piscis, ¿verdad amigo? A veces respondemos a una pregunta con otra o bien agarramos monte, hablando de cualquier otra cosa por tal de no comprometernos con una respuesta.  

Tengo un problema con eso. A veces, cuando no quiero responder a una pregunta, me quedo muda. Eso es un problema. Al quedarme muda no logro despistar el hecho de que no quiero responder, o de que la respuesta es obvia, pero no quiero ponerle voz. Sí, hay preguntas difíciles de contestar. Hay preguntas que prefiero, yo sí, dejar retumbando en la ausencia de respuesta.  

Podría ser. Tal vez. Depende. No sé. No estoy segura. ¿Tú qué crees? Ya veremos. “Respuestas” diseñadas para no hacer una declaración y para no cargar con la responsabilidad del resultado de una respuesta. Pero ¡eso sí! A la pregunta con la que inicié esta columna contesté que sí. El sí más importante de mi vida. Y ahora he dicho que sí de vuelta. ¡Arranca!