Pasado mañana estaremos celebrando la Nochebuena y quiero pensar que la mayoría de nosotros tenemos casi resuelto eso de la fiesta.

En todas las casas, que siguen la tradición, habrán montado ya el arbolito con sus esferas multicolores y su estrella en la cima iluminando el portal de Belén.

Habrán acordado lo de la cena, hecho los papelitos del intercambio y comprado la ropa que estrenarán esa noche.

Y es tal la vorágine consumista de los días previos a la Navidad que, nadie tenemos tiempo de detener un poco el reloj de nuestras prisas para reflexionar sobre los demás.

Se me ocurre por ejemplo pensar, ¿cómo serán las navidades de las familias de los más de 26 mil desaparecidos que hay en el país?, deje usted Ayotzinapa

Y me pregunto ¿cómo serán las navidades de los miles de encarcelados en los penales mexicanos, sin justa razón?
¿O las navidades de los enfermos abandonados, por su propia sangre, en los hospitales psiquiátricos?

De los niños que viven en las calles o los ancianos tirados a la indigencia; o de los migrantes, cruzando las frías noches por el desierto en pos del mito del sueño americano.

No es mi afán, créame, amargarle su Navidad, finalmente es un día para estar contentos, a pesar de los pesares.

Pero cuando reflexiono sobre la Navidad de mis semejantes en desgracia, le doy gracias a Dios por lo que tengo y valoro todas las cosas grandes y pequeñas que a luz de otros días, los días corrientes, pasan inadvertidas o parecen insignificantes.

Tener una familia, un techo dónde atajares el frio, una cama y un taco caliente qué llevarme a la boca…

Qué Navidad para los familiares de los desaparecidos, qué Navidad para los presos, víctimas de la injustica; qué Navidad para los pacientes abandonados de los hospitales psiquiátricos y qué Navidad para los migrantes.

Póngase a reflexionar tantito en esas cosas y verá cómo su Navidades, a veces marcadas por los excesos, la conmiseración idiota, la envidia y el rencor gratuitos, serán diferentes.

¡¡¡Salud!!!