Las mujeres

Usted está aquí

Las mujeres

ESMIRNA BARRERA

Hoy es el Día Internacional de la Mujer. Por lo regular estoy contra las celebraciones porque casi todas son invento de políticos o comerciantes: Día del Amor, de la Madre, del Abogado, la enfermera, las secretarias, el padre y los compadres. ¡Cómo inventan fiestas en un País que es un almanaque!

En este caso es distinto porque el día de la mujer no tiene por finalidad regalar algo, organizar una carne asada u ofrecer abrazos. Se trata de un asunto de justicia. O de injusticias, según se vea. Somos testigos de que las mujeres están hasta la madre de ser el objeto de la ira de varones frustrados, inútiles, impotentes o narcisistas, que descargan en las personas que les son más cercanas (esposas, novias, amantes) sus frustraciones machistas por medios violentos. No sólo violencia física, también psicológica, económica o simbólica.

No me referiré al movimiento femenino o feminista actual porque dos alumnas me reconvinieron haciéndome ver que apoyarlo era un acto de oportunismo, puesto que soy varón. Obedezco. No obstante, me doy la libertad de hablar del tema como historiador y lector.

He enseñado a mis estudiantes que no se debe encerrar a la mujer en el cartabón acostumbrado: dependientes, sirvientas de sí mismas y de su familia, objetos sociales o en lugar secundario tras un hombre. Les muestro documentos que se encuentran en los archivos de Saltillo, Parras o Monclova en que aparecen mujeres luchadoras, peleoneras, exigentes y muy dignas. Sólo anoto dos ejemplos pues no debo ocupar todo el espacio. Adelanto que presenté en un congreso el texto: “Las mujeres de Saltillo en el siglo 18”.

Una noche el alcalde de Saltillo fue despertado con fuertes golpes de aldabón. Frente a la puerta estaba la negra María Teresa diciéndole que ya no soportaba a su amo y quería el permiso de venderse a otro. Según las leyes españolas eso era imposible pues un esclavo era propiedad de su amo y casi no tenía derechos. El alcalde era buen hombre y le concedió el permiso. La negra encontró un viandante que pagó su valor y se fue con él.

Otro alcalde, de signo contrario, estuvo espiando a una rica viuda española hasta que “de mano poderosa”, con sus alguaciles, logró sorprenderla haciendo el amor con el mulato Juan de la Riva. Éste fue encarcelado y recibió de inmediato una pena: 50 azotes y destierro de la villa. Pero se adelantó el sacerdote Lorenzo de Llerena. Entró a la cárcel con el pretexto de confesarlo y sacó una cartita en que De la Riva designaba a un amigo para que en su nombre se casara por la Iglesia con doña Beatriz de las Ruelas. Y el cura los casó y obligó al moralista alcalde a que liberase al mulato porque la Santa Madre Iglesia exige que las parejas vivan juntas para que no pequen.

Dos ejemplos de mujeres del Saltillo colonial, una esclava, rica la otra, que saltaron sus propias trancas sociales a su manera. Tengo muchos más.

Ahora propondré también dos casos, uno bueno y otro perverso en la relación entre sexos. La mujer del poeta Antonio Machado murió. Escribió: “No he sido nunca mujeriego y me repugna toda pornografía. Tuve adoración a mi mujer y no quiero volver a casarme. Creo que la mujer española alcanza una virtud insuperable y que la decadencia de España depende del predominio de la mujer y de su enorme superioridad sobre el varón”.

Ejemplo contrario. El gran filósofo Martín Heidegger además de ser nazi era un cerdo. Recientemente su nieta publicó “Cartas a su mujer Elfride”. Cartas de amor tiernas, poéticas, amorosas, pero hipócritas. Elfride escribió que eran un modelo que Martín repetía con todas sus amantes. Heidegger tuvo relaciones sexuales con su alumna más inteligente: Hannah Arendt, que era judía. En cuanto se vino la persecución hitleriana el filósofo la dejó a la deriva. Ella huyó a Estados Unidos. Y no me permito dejar ahí el tema. Una vez terminada la guerra, Hannah regresó a Alemania y fue directo a visitar a quien la había negado, su amante nazi. Para lo que significa la cuestión de la que hablo, ninguno de los dos se salva. Pero ambos son grandes filósofos (ni modo, ¡qué pena!).

Siempre se me quedan datos en la cabeza o en mis ficheros. Veré si mis alumnas me dan permiso de expresarme sobre el grandioso movimiento que tendrá lugar el día de mañana.