Las llamas vistas por el arte

Usted está aquí

Las llamas vistas por el arte

Boschbrand - Raden Saleh (1849)
Los incendios forestales son una de las catástrofes naturales más dañinas para el ecosistema, pero como todo en la experiencia humana ha sido también objeto para algunos pintores que decidieron plasmarla

La imprudencia de unos pocos puede significar un gran daño para muchos y aunque la prevención de la mayoría de las catástrofes naturales está fuera de nuestro control, en el caso de los incendios forestales un error humano implica la pérdida de cientos —sino es que miles o más— de hectáreas de bosques.

Estos eventos que arrasan con la naturaleza no han pasado desapercibidos a las miradas de los artistas a través de la historia, quienes desde diferentes perspectivas han buscado transmitir los sentimientos y las consecuencias de dichos acontecimientos.

Y aunque en el pasado el objetivo principal de estos pintores no fue el de concientizar sobre la importancia de preservar los bosques y reservas naturales —pues tales esfuerzos tienen menos de 100 años realizándose en el mundo—, no queda en duda el impacto negativo que estos fuegos fatuos tienen en nuestro ecosistema, catástrofes que hemos provocado, intencional o accidentalmente, desde que comenzamos a crecer como humanidad.

Boschbrand - Raden Saleh (1849)

El drama de una catástrofe fue explorado más visceralmente por el artista indonesio Raden Saleh, quien presenta en esta pintura a un grupo de animales, presas y cazadores por igual, huyendo de las llamas sólo para terminar cayendo por un precipicio.

Considerado como un pintor romántico, Saleh vivió y trabajó mucho tiempo en Europa. 

Esta obra en particular la regaló a su patrón el rey William III de los Países Bajos un año antes de que le fuera otorgado el título de “Pintor del Rey”.

El Gran Incendio de Londres 

- Anónimo (c.1700)

El fuego fuera de control consume todo a su paso. Los bosques, por ser altamente combustibles, son los más vulnerables ante estos desastres, pero en el caso del Londres del siglo XVII —cuyos edificios eran principalmente hechos de madera—, fue diferente y en septiembre de 1666 fue víctima de uno de los más grandes incendios urbanos de la historia.

En esta pintura anónima el autor —quien probablemente presenció el evento— capturó los sentimientos de agonía y desesperación y el caos que vivieron los londinenses del 2 al 5 de septiembre, cuando la llamas consumieron más de 13 mil viviendas, dejando sin hogar a cerca de 70 mil habitantes.

Aunque el total oficial de fatalidades es de 6 personas fallecidas por el incendio, estos registros no toman en cuenta a la clase media y baja, por lo que ese número puede ser mucho mayor.

El Gran Incendio de Londres


El incendio forestal - Piero di Cosimo (c. 1505)

Esta obra del italiano Piero di Cosimo muestra a decenas de especies animales, reales —algunas no pertenecientes al ecosistema de la campiña italiana, como leones— y ficticias, huyendo de las llamas y la devastación de un incendio.

Aunque sigue los lineamientos de la composición y el color propios del estilo renacentista temprano, colocando al incendio en el centro y a los animales en un patrón ovoide alrededor del mismo —además de la geografía del paisaje de fondo, tan característico de las pinturas de este periodo— se encuentra asimismo inmersa en un caos impropio de la época, que solía trabajar los temas de una manera menos dramática.

Foto: Archivo

El bosque en llamas - Frederick Lee Bridell (c. 1855)

Aunque Bridell comenzó como un pintor de retratos, sus estudios lo llevaron a visitar varios lugares de Europa, entre ellos Tirol, en los Alpes, cuyo paisaje montañoso le inspiró para la realización de algunas de sus piezas, entre ellas esta.

Aquí, a diferencia de las otras dos pinturas mostradas, el incendio aparece casi como una ocurrencia inofensiva y pasiva entre la calma de la imagen completa que Bridell pintó. Las llamas son casi invisibles y aunque el humo se alza denso no tarda en disiparse.

Acorde al paisajismo de entonces, esta pieza se concentra más en demostrar la magnitud del paisaje —y la habilidad del artista para dominar la correcta perspectiva— que en el evento que representa.