Las flores y las raíces
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Las flores y las raíces
Amable y paciente lector, le confieso que el 2 de noviembre me alegran nuestros panteones. Desde niño mis padres y mis hermanos acudíamos al panteón de Santiago. Mis tíos ya estaban ahí desde temprano con las coronas de flores frescas que ellos mismos habían elaborado.
Llegar y estar ahí era cumplir, no por obligación sino por devoción, a una muy venerable tradición de honrar a nuestros ancestros, recordar sus frases y anécdotas, pero sobre todo reconocernos como unas simples ramas que tenemos vida gracias a ellos: nuestras raíces.
Si en esa época nos hubieran propuesto hacer un altar de muertos para Pedro Infante o algún político muerto recientemente, hubiéramos reaccionado con un asombro mayúsculo.
Hoy todavía me alegran los panteones en estos días, porque dejan de estar grises y solos y se convierten en jardines de flores y de cariño multitudinario, todo mezclado con lágrimas de tristeza y gratitud.
Es una experiencia social con tal profundidad humana que difícilmente hay otra que se le compare, aún en estos tiempos donde la tecnología es casi un dios que puede construir las más extraordinarias de las experiencias que nos deslumbran y a veces nos deshumanizan.
Cada 2 de noviembre los panteones nos confrontan con los misterios de lo humano. Uno de ellos es la muerte que tiene en cada tumba un monumento que la recuerda: una tragedia para algunos, una esperanza para otros, una solución sin significado o una puerta para llegar a un hogar, a una tierra prometida.
Este incómodo misterio del “postmortem” exige una explicación a su incertidumbre que las ciencias no pueden dar. Son incompetentes, ese fenómeno no se puede observar y la fantasía, aunque sea cinematográfica, no es la realidad.
Una explicación sencilla y frecuente es distraerse de buscar una respuesta. Se compra “pan de muerto” o se multiplican “las catrinas” en desfiles y tiendas o en películas de “terror”.
Otras explicaciones se obtienen de las creencias que cada quien tiene por tradición o convicción. Cada religión tiene una fe que incluye principalmente una respuesta a: ¿qué le sucede al ser humano después de morir? Sobra decir que la respuesta cristiana es compartir la vida eterna de Dios.
Hace 50 años todavía se usaba un término que hoy no sólo no se escucha sino que ni siquiera es atribuido a alguna creencia. La “globalización comercial” que prevalece ha multiplicado las creencias mágicas, irracionales, que atribuyen una causalidad mágica a los productos, procesos y políticas.
Erróneamente incluyen también en sus explicaciones los misterios de lo humano.
Son innumerables en el mercado los productos “mágicos” que sanan y reducen, los procesos educativos que convierten en sabios a los que no quieren estudiar, los políticos que con una firma desaparecen miles de millones del presupuesto para su beneficio, pero mágicamente van a multiplicar la salud, la educación y el progreso económico. Todo esto se llama superstición.
Estamos abrumados de supersticiones. Pero los panteones están pletóricos de creencias.
Algunos también llamarán supersticiones a las que no coincidan con sus creencias. Pero todos no confunden el “misterio del después” con los problemas del ahora. En el “hoy” de cada día tenemos que resolver los problemas con la razón no con la magia. En el misterio de nuestro atardecer, el misterio del amor será lo importante. Las flores y las raíces tendrán prioridad. Hoy celebran su misterio.