Lábaro patrio

Usted está aquí

Lábaro patrio

El próximo miércoles 24, izada a toda asta, ondeará la bandera nacional bajo la comba azul del cielo saltillense. La enseña patria se izará en los edificios públicos, dependencias de gobierno y escuelas de Saltillo. Asimismo, en todo el resto del cielo que le sirve de techumbre a la República Mexicana, porque ese es el día de la Bandera de México.

La bandera es un símbolo de la Patria, el emblema que representa a una nación. Su origen se esconde en los tiempos más remotos. Se cree que Jasón y sus compañeros ya usaban una insignia cuando emprendieron la búsqueda del vellocino de oro. También que en el sitio de Troya los guerreros helénicos ya usaban insignias y divisas. Se sabe que en la insignia de Atenas figuraba la lechuza, atributo de la diosa Palas Atenea, y que la bandera o divisa de Esparta llevaba plasmados a los gemelos Cástor y Pólux, que dieron sus nombres a dos famosas constelaciones celestes.

Es bien sabido que todas las agrupaciones humanas, desde los primitivos clanes y tribus hasta los más grandes imperios, han utilizado insignias y símbolos para servir a propósitos distintos, aunque similares, en tiempos de paz y tiempos de guerra. En los de paz, una bandera o insignia servía para unir e identificar a sus miembros y para inculcarles la conciencia de ideales, orígenes y destinos comunes. En tiempos de guerra, la insignia no era sólo el distintivo que diferenciaba a un grupo de sus enemigos, era fundamental para inspirar el valor, transmitir las órdenes del jefe y guiar y reunir a sus miembros en el combate.

En pocas palabras, esta es la historia de la bandera mexicana. Hace 200 años –se cumplirán en agosto– surgió México como pueblo recién nacido a la independencia y a la vida plena de garantías. En 1821, Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, los dos caudillos que finalmente lograron consumar los ideales libertarios de un pueblo que había sido conquistado y gobernado por los españoles durante más de tres siglos, juraron por primera vez fidelidad a una bandera mexicana en un acto conocido como “El abrazo de Acatempan” el 21 de marzo de 1821. La bandera tenía tres colores dispuestos en forma diagonal: blanco, verde y rojo, símbolo de las tres garantías que había perseguido y conquistado con su sangre el pueblo mexicano y fundamento del Plan de Iguala: independencia, religión y unión.

Ya siendo emperador, Iturbide cambió el orden de los colores en la bandera para significar: el verde la esperanza, el blanco la pureza y el rojo la sangre derramada por la libertad, y le agregó el escudo representando la tradición azteca con un águila coronada y alas desplegadas. Posteriormente, los republicanos le suprimieron la corona imperial al águila, Porfirio Díaz le agregó las ramas de laurel y de oliva en semicírculo abajo del águila, don Venustiano Carranza decretó la añadidura de la leyenda “Estados Unidos Mexicanos” en 1916 para cerrar el semicírculo y, en 1968, el presidente Gustavo Díaz Ordaz suprimió la leyenda y modificó ligeramente el águila.

Hay historias muy entrañables sobre banderas, que logran cimbrar a un país entero y darle permanencia a su leyenda. Así la mexicana del cadete que se arrojó del Castillo de Chapultepec envuelto en la bandera para evitar su profanación durante la Intervención norteamericana el 13 de septiembre de 1847.

Hoy, todos los barcos, aviones, trenes y los vehículos que utilizan espacios marítimos, aéreos o terrestres, deben utilizar la bandera o los colores del país al que pertenecen para identificarse ante el mundo. Y no se hable de los ejércitos y fuerzas armadas, hasta los batallones y destacamentos, siguiendo la historia de Roma, tienen insignias diferentes para simbolizar su honor y valentía.

“El pueblo las bordó con su ternura, cosió los trapos con su sufrimiento…”, dice de las banderas el poeta Pablo Neruda. Honremos, pues, al lábaro patrio, la bandera mexicana.